Constituyente, paz y amor (II)
“No existe convivencia con la Asamblea Nacional Constituyente”, sostuvo el sábado Freddy Guevara, vicepresidente de una Asamblea Nacional en proceso de disolución definitiva. “Estamos en resistencia frente a la dictadura.”
Falso, por supuesto. Completamente falso.
El componente final del proyecto chavista para avanzar hacia la conformación de un estado socialista y comunal en Venezuela ha sido, tras la instalación de la Constituyente el pasado 4 de agosto, la brusca y desalentadora desactivación de la calle y la posible, pero solo posible, celebración de elecciones regionales inmensamente amañadas en octubre.
Este desastre podría haberse evitado. En junio, el régimen se sentía acorralado. La aceptación de esta realidad impulsó a Nicolás Maduro a convocar una ilegítima Asamblea Nacional Constituyente. ¿Su propósito? Reanudar nuevas negociaciones con la oposición, una vez más para sofocar la explosiva situación política del país. Con esa finalidad conciliadora Tibisay Lucena anunció el 22 de junio que las suspendidas elecciones para gobernadores se celebrarían en diciembre y por esa misma e inesperada razón José Luis Rodríguez Zapatero venía ofreciéndole a los dirigentes de los partidos de oposición, incluso a Leopoldo López durante la visita de dos horas que le hizo el 4 de junio en la prisión militar de Ramo Verde, un grato ingrediente adicional: libertad inmediata para algunos presos de consciencia, casa por cárcel para otros y revisión a fondo de todos los casos de persecución política.
Por algún extraño motivo, la MUD rechazó de plano un eventual acuerdo con el régimen. Es probable que el optimismo cegara a sus jefes. Lo cierto es que la MUD respondió rápida y categóricamente a los mensajeros de Maduro por intermedio de Julio Borges, presidente de la AN, quien sostuvo con firmeza que “no caeremos en la trampa de las elecciones regionales.” Maduro no tuvo entonces otra opción que escuchar a sus lugartenientes más radicales, que insistían en aprovechar las turbulencias de aquel difícil momento para dar el salto definitivo hacia un poder político y económico absoluto, comenzando por la ejecución del monumental fraude electoral del 30 de julio. Como vimos, sin ningún contratiempo, a pesar de que la MUD había incluido en su agenda de calle un “bloqueo cívico” de aquella elección. Consumada ese domingo la rendición sin condiciones de la MUD, Acción Democrática, Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo y hasta Voluntad Popular, corrieron el lunes siguiente a inscribir a sus candidatos para las regionales.
La falta de una auténtica estrategia opositora produjo en ese instante la fractura actual, que, mírese como se quiera, luce irreversible, entre el pueblo opositor y sus presuntos dirigentes. Y así, de golpe y porrazo, sin que nadie atinara a dar una explicación convincente, se perdió en un soplo el extraordinario esfuerzo popular de aquellos meses, una lucha que al fin había conmovido el corazón indiferente de la comunidad internacional. Y el pueblo, que había atendido sin miedo el llamado a la rebelión hecho por sus dirigentes, de ningún modo podían entender, mucho menos aceptar, que esos mismos dirigentes despojaran de sentido tanta sangre derramada y tantos sacrificios.
Fue un desenlace anticlimático, que además puso en evidencia que si bien el régimen cometió serios errores a la hora de enfrentar su aplastante derrota en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, errores que a su vez facilitaron la mudanza de la MUD como alianza política con fines exclusivamente electorales en un movimiento capaz de asumir la responsabilidad de convocar al país a la rebelión civil contra la dictadura, de pronto, a pesar de lo que habían sostenido con aparente firmeza Borges y otros jefes opositores, la debilidad muscular de la MUD para rematar su compromiso de cambio político y la instalación de una Constituyente, con su humillante oferta de paz y amor al país pero resuelta a imponer su hegemonía a sangre y fuego, ante las elecciones regionales adelantadas para octubre, vuelve a asumir su papel de siempre. O sea, de alianza electoral y nada más. Quizá por eso, ¿resistencia con votos?, este domingo, Jesús Torrealba puso las verdaderas cartas de Borges sobre la mesa: “Las elecciones regionales no son una trampa de la dictadura.”
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