VOTAR ES CUESTIÓN DE FE
Por David Ludovic Jorge
Desde la semana pasada, el venezolano tiene un motivo menos para ir a votar este domingo. Ya no es solo el uso abusivo de recursos del Estado y de instituciones públicas para realizar campaña electoral. No es solo tener derecho a mucho más de los cuatro minutos reglamentarios por la Ley Orgánica de Procesos Electorales (LOPE) a través de cadenas disfrazadas de mensajes institucionales, ni es violar otras tantas leyes, como la Ley Orgánica de Protección al Niño, Niña y Adolescente (LOPNNA) o la Ley Orgánica contra la Corrupción.
Ya no es, en síntesis, el ventajismo presente en los procesos electorales avalados por la directiva actual del Consejo Nacional Electoral (CNE), al menos desde 2008 y frente al que los electores, e incluso los dirigentes opositores, no han podido hacer nada más que resignarse. Tampoco es la “bestia negra” nunca comprobada con la que se ha buscado amedrentar tácitamente a los funcionarios públicos: la vulnerabilidad del secreto del voto.
El temor que podría ocasionar que muchos electores se queden en sus casas sin votar esta vez es mucho más tangible y denunciado: Oscar Martínez, técnico del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) mostraron la posesión de una clave para el funcionamiento de las máquinas de votación que no tenían por qué poseer.
Numerosos han sido los intentos por minimizar esta denuncia. Los propios denunciantes de la MUD fueron los primeros en desestimar el hecho, cuando Ramón Guillermo Aveledo, al alertar sobre lo ocurrido, insistió en que la posesión de esta clave “para nada pone en riesgo el secreto del voto, ni altera el proceso de escrutinio y transmisión de los resultado”.
Similares aclaratorias fueron hechas por tres de los cinco rectores del CNE, incluidos Vicente Dïaz y la propia presidenta del ente, Tibisay Lucena, esta misma semana, quien además calificó la denuncia de “temeraria”. En el caso del ente comicial, resulta evidente que busquen defender la pregonada invulnerabilidad del sistema automatizado, sobre el que han llovido críticas al menos desde su primera utilización, en el referendo revocatorio de 2004.
De estas declaraciones, la más paradójica pareció ser la de Aveledo, quien, admitiendo la ausencia de transparencia en el aspecto técnico de la elección, insistía en luchar contra la abstención inevitable que producía una noticia de esa naturaleza. Inevitable porque, más allá de la importancia o no de la clave en posesión del chavismo, la pregunta que muchos electores podrían estarse haciendo en este momento es: “¿Quién garantiza que aparte de esta clave, los técnicos del PSUV no hayan recibido otras más sensibles y que sí podrían afectar directamente los resultados electorales?”.
La respuesta es, precisamente, la que titula estas líneas: es un tema de fe. Quizá los informáticos, los técnicos y algunos periodistas y politólogos que han investigado a fondo el tema, conocen (por razones de su oficio) los entretelones tecnológicos del proceso que va desde que el elector presiona el botoncito “VOTAR”, hasta que ese voto viaja a través de redes especiales de telefonía a la sala de totalización y se cuenta a favor de uno u otro candidato. Pero la verdad es que la mayoría de los electores (más en un país como Venezuela donde no somos muy reconocidos por nuestra alfabetización tecnológica) solo sabe que al presionar el botón y depositar la papeleta ha cumplido con su parte en la votación, prácticamente igual a como lo hizo durante el casi medio siglo de sufragio manual a través del ahora vetusto método de “tarjeta grande, tarjeta pequeña”. El resto le corresponde a las maquinitas y a quienes se han comprometido a custodiar esos votos. Pero lo que ocurre adentro de ellas es una caja negra. Prácticamente magia.
Siendo así, cuesta poco hacer un nuevo “acto de fe” y creerles tanto a Aveledo como al CNE el discurso de la invulnerabilidad del sistema automatizado y la poca importancia de la fulana clave “BIOS”. Llevamos casi una década tomándolo como una cuestión de fe y seguimos votando.
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