Manual para hablar con un hombre
La verdadera raíz de las discusiones maritales está en la interpretación errónea que ambos tienen sobre lo que dice el otro. Utilicemos el siguiente ejemplo. Ella llegará tarde para almorzar. Por eso deja cocinado un arroz en la mañana para aligerarle la carga del mediodía al esposo. Ella se va y antes de salir de la casa, dice: “Amor, dejé el arroz hecho”. De esa frase clave, una cosa es lo que ella cree haber dicho y otra, lo que uno entiende.
Esto es lo que ella cree haber comunicado cuando mencionó la frase “Dejé el arroz hecho”: “Amor, como tú llegarás antes con Tobías, me planifiqué y dejé el arroz listo. Solo debes calentarlo un poco y ya. Prepara tú la carne. Recuerda que a mí me gusta almorzar con ensalada. Así que saca un pepino y un tomate y córtalos en rodajas. Acuérdate de echarle limón. Obviamente, pon la mesa. A ti y a mí, colócanos los individuales amarillos y los cubiertos. A Tobías ponle el individual de Avengers porque ayer comió con el de Trolls. Recuerda que él come con cucharita. ¡No la de echarle azúcar al café! Es la otra más grandecita. Nos pones vasos a todos. Recuerda poner la jarra de agua en la mesa para no pararme en medio de la comida a servirme más. ¡Ah! Y como yo saqué la olla para hacer el arroz, cuando llegue, deja la olla limpia y escurriendo en el lavaplatos”.
Ahora cambiemos de bando. ¿Qué entiende uno cuando escucha la frase “Ahí dejé el arroz hecho”? Esto es lo que entiende uno: “Ahí dejó el arroz hecho”. Punto.
¿Cuál es el resultado de esta confusión al llegar el mediodía? La olla queda con medio arroz metido allí adornando la cocina. Uno hace carne, pero no ensalada porque es más fácil resolver eso comiéndose una fruta de postre. Los vasos llenos de agua llegan a la mesa, pero no así la jarra. Tobías come con la cucharita del azúcar y sin individual, pues para eso la mesa tiene mantel. Ambos almorzamos y de inmediato nos cae el inclemente peso de la hora del burro. La poca energía restante solo alcanza para llevar los platos al fregadero y dejarlos ahí para lavarlos más tarde. Nos vamos a dormir una siesta. Ella llega a casa. Arde Troya.
Amiga, lo que pasa es que ustedes creen tener un wifi cerebral al que todos estamos conectados las 24 horas descargando sus datos. La realidad es otra. Nosotros apenas tenemos una antena de radio AM (y a veces no agarra señal). Por eso, la próxima vez que quiera girarle instrucciones a un hombre, sea MUY explícita. “Amor, ahí dejé el arroz hecho. Al lado de la olla está la tablet. Ahí hay un video tutorial de lo que debes hacer. En la computadora hay unas láminas de powerpoint con los pasos a seguir. A tu whatsapp mandé una nota de voz con las instrucciones. También mandé un video explicando lo mismo por si acaso eres más visual que auditivo. En el video explico todo como una aeromoza de avión. También te lo mandé por escrito. Recuerda que si no haces lo que dicen los dispositivos, llegaré muy molesta. Tan molesta, que si te veo durmiendo, te voy a despertar de un empujón y no me voy a callar la boca toda la tarde recordándote que la pusiste”.
Otro consejo es que por favor se borren de la cabeza la palabra “obviamente”. Cuando ustedes se digan a sí mismas en su cabeza algo como: “obviamente quise decir que llevara la jarra de agua a la mesa”, hagan lo siguiente. Rebobinen su cerebro, identifiquen la palabra “obviamente”, entiendan que nunca escuchamos eso y procedan a repetir la información oralmente y en voz alta como para un niño de tres años. Gracias.
Si no, más fácil: no hagan ningún arroz. Eliminen ese plan. ¡Déjennos morir de hambre! Digan: “No vengo a almorzar. Resuelvan ustedes”. Esa frase será motivación suficiente para que el hombre se emocione, sonría y tenga el pensamiento más placentero que haya tenido en su día: “¡¡Hoy toca hamburguesa en la calle, sííííí!!”.
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