Economía para la gente
¡Qué broma con el interés propio! (I)
“It is not from the benevolence of the butcher, the brewer, or the baker that we expect our dinner, but from their regard to their own interest.”
(No es por la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que esperamos nuestra cena, sino por su propio interés.)
Esta inmortal frase es del Libro I, capítulo II, de la obra publicada en 1776, “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”, o como mejor es conocida, por su nombre corto, La Riqueza de las Naciones. Su autor: Adam Smith, figura descollante de la Ilustración escocesa.
A Smith se le conoce como el padre de la economía, aunque en mi opinión, la economía moderna nace aproximadamente un par de siglos antes con la escolástica tardía, con los padres salmantinos (Escuela de Salamanca: Azpilcueta, Suárez, Vitoria, Mariana, etc.). Pero ciertamente el mainstream de la ciencia y la historia del pensamiento económico conceden a Smith ese título.
Esta frase es con frecuencia mal interpretada, en mi opinión, por esa parte referida al “propio interés”, pues suele confundirse con “egoísmo”. Y tal vez sea inocencia de mi parte, pero dudo que Smith, quien era profesor de Moral, se estuviera refiriendo al egoísmo, al “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás” (Real Academia Española), a esa persona (egoísta) que no se interesa por el interés y bienestar del “otro”, sino que rige sus actos sólo de acuerdo a su absoluta conveniencia. Hasta finales del siglo XIX, era muy común, lo normal, que estos teóricos en economía fueran a la vez teóricos morales. De hecho, la otra obra importante de Smith se titula “Teoría de los Sentimientos Morales”, pues realmente era profesor de Moral en Glasgow. Pero es que es normal que esto suceda, pues persiguiendo la justicia en los precios e intercambios (temas morales), fácilmente caes en temas de teoría económica. Y eso le pasó a Smith. Por la misma razón no sorprende que los que considero padres de la economía (o sus abuelos, si aceptamos a Smith como padre) fueran a su vez sacerdotes católicos españoles (la Escuela de Salamanca). Son los siglos XIX y XX, quienes trazan la que considero absurda e inconveniente separación de la Economía, de la Justicia y la Moral.
Más bien, considero que Smith cuando habla de “su propio interés” se refiere a que cada quien cuando emprende un negocio, cuando quiere cubrir una necesidad y cada día hace su trabajo, no lo hace consciente necesariamente de cuánto valor aporta al bienestar de la sociedad, sino que lo hace porque tiene metas personales y familiares más próximas que quiere alcanzar, alineadas a su interés propio. Lo que sí podemos decir es que si ese negocio se mantiene en pie por mucho tiempo, es porque algo le está aportando al bienestar de la sociedad, y esta lo premia compensándole con beneficios el valor que de aquel recibe.
Otra razón práctica para creer que Smith no se refiere a egoísmo es, que para que haya un vendedor debe haber un comprador, y viceversa. Es decir, el carnicero, el cervecero y el panadero de la frase smithiana, deben satisfacer las necesidades de sus clientes porque si no lo hacen no venden. Por lo tanto, si pensaran sólo en su beneficio estrictamente, y no en el cliente, pues fracasan rápidamente. Las relaciones que se sostienen a largo plazo son de ganar-ganar. Un buen productor o proveedor de un bien o servicio, un exitoso vendedor, es aquel que se pone en el lugar de su cliente y lo entiende, lo satisface. Si no, no llega la carne, ni la cerveza, ni el pan a la mesa. Si ambos no sintieran y creyeran que luego de intercambiar estarán en una mejor posición, pues simplemente no intercambian, no se da la operación de compra-venta. En el intercambio libre y voluntario ambas partes salen ganando. Sin embargo, siempre ha existido y promovido la idea de que necesariamente en todo intercambio debe haber un ganador y un perdedor; pero la realidad es que el intercambio no es un juego de suma-cero. La realidad es que nos necesitamos unos a otros; somos interdependientes, porque nadie puede hacerse todo lo que necesita. Lo natural es especializarnos en aquello en lo que tengamos una ventaja comparativa, e intercambiarlo por lo que necesitamos.
Si imaginamos esa transacción de compra-venta de pan, por ejemplo, uno ve que el panadero entrega pan a cambio de dinero. Hasta allí uno puede pensar que gana sólo el panadero. Pero la realidad es que para que el panadero se desprenda del pan que produce (lo intercambie) él debe valorar más el dinero que recibe que el pan que entrega a cambio; y por otra parte, el comprador, que entrega dinero a cambio de pan, para que libre y voluntariamente se desprenda del dinero (lo intercambie), debe valorar más el pan que recibe que el dinero que entrega a cambio. Como se ve, ambos deben sentir que ganan para poder intercambiar; si no, no lo harían, a menos que alguna de las dos partes vaya al intercambio coaccionada, lo que ya no podría llamarse una transacción libre y voluntaria.
Además, el dinero con el que el comprador va a la panadería, lo ha obtenido previamente en otro intercambio, en el que él entrega un bien o servicio a cambio de dinero. Y los criterios aplican de igual manera. Por lo tanto, en el fondo lo que se intercambia no es pan a cambio de dinero; es pan a cambio de otro bien o servicio. Los intercambios son entre bienes y servicios, y sólo el dinero está para facilitarlos.
Bueno amigos, lo dejamos hasta aquí por los momentos. Continuamos desarrollando este tema en el próximo artículo.
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