Cómo escapar de un fanático religioso

Para huir de ellos, primero es necesario reconocerlos. Comencemos con las fanáticas religiosas. Si se las encuentra, no caiga en tentaciones. Visten faldas cuyo largo llega hasta la mitad de la canilla (mostrando carnita, pero no tanto, pues es pecado). En los pies, calzan tacones tres cuartos o sandalias planas y en el tronco llevan una blusa con bombachas en los hombros. Si una de éstas se le acerca, mirándole a los ojos y con una sonrisita, no se haga la idea de que usted está bueno. Usted solo está a punto de ser la próxima víctima.

En cuanto a los fanáticos religiosos, la cosa cambia. Estos siempre van enflusados, pero con un traje viejo y curtido (y cuando está limpio, parecen haberlo metido a la lavadora). La corbata es de una combinación de colores pavosísimos, como marrón con terracota. En cuanto a las mangas de este saco, siempre encontrará un parche en uno de los codos y además no notará ninguna camisa sobresaliendo por los puños. Eso es porque fanático religioso que se respeta, viste camisa de botones manga corta. En cuanto a sus mocasines, estos están sin pulir y gastados como si los hubiese usado para correr un 10K. Además, dichos personajes llevan de accesorio un portafolio viejo de cuero y un paragua y una Biblia bajo del sobaco (dándole al sagrado texto el olor de la época en que fue escrito).

Otros fanáticos más evidentes son los predicadores de calle. Cuando vi uno por primera vez, pensé: “¿Por qué este señor me regaña? ¿Qué le hice? ¿Y por qué me grita si estoy frente a él? ¿Estará bien? ¿Llamo a una ambulancia?”. Luego alguien me explicó que él buscaba darme la palabra de Dios. Entonces pensé: “¿Será Dios como Hitler?”.

Lo otro característico de los predicadores es su energía al hablar. Cuando predican se ponen rojos y sudan. La cantidad de calorías quemadas en cada prédica debe ser suficiente como para ir a un gimnasio y fundar “La Predicaterapia”. Es más, emanan tanta energía, que si en plena prédica les pegamos cables en las tetillas, podríamos recoger suficientes kilovatios como para dos municipios.

Como ahora ya sabemos identificarlos, veamos cómo huir de los fanáticos religiosos. Empecemos con lo más importante: ¡no haga contacto visual con ellos! Son como los buhoneros. Si los ves a los ojos, te fregaste. Hurtarán cinco minutos de tu vida (si bien uno de los diez mandamientos es “no hurtarás”).

Pero eso aplica solo a los fanáticos religiosos novatos. Los realmente expertos te acorralan en sitios de donde no puedes escapar. Ejemplo de ello son los “toca timbres” dominicales. Ellos me recuerdan una visita que hice a unos familiares en El Tigrito, Estado Anzoátegui. Nos encontrábamos en pleno desayuno, cuando de golpe todos se lanzan al piso, como si hubiese un tiroteo. Exaltado, les pregunté qué pasaba. Ellos me susurraron: “¡Acuéstate y cállate, que están en la puerta y nos pueden ver!”. Nos salvamos de chiripa.

Los otros fanáticos religiosos expertos son los taxistas que llevan música religiosa en el carro. Uno se monta y pareciera escuchar Franco de Vita, pero cuando el carro arranca, uno detalla que la canción en realidad menciona a Dios en cada estrofa. ¡Ya no hay escape! Ante eso, hágase el dormido. Si no, finja una llamada por el celular diciendo lo siguiente: “Ajá… ¿entonces cuál número me juego?… ¿El 666?… ok… ¿Y a cuál caballo le meto?… ¿Al Damián?… ¡Fuego!… Ese caballo es un demonio… No… aquí está haciendo burda de calor… parece un infierno… Sí, por favor… que me prepare arepa con Diablitos… Chao”. El chofer ni le hablará.

De todo esto, puedo garantizarle algo: los métodos aquí expuestos tienen un 99% de efectividad. El 1% restante es para gente que cayó seducida por algún fanático religioso y ahora utiliza jerga bíblica todo el tiempo. Ojalá haya podido ayudarles. Alabado sea el Señor. Que Jesús nos cubra con su manto sagrado misericordioso. Amén.

Reuben Morales
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