La unidad como espectáculo
No hay dictadura sin puestas en escena, porque la realidad es tan atroz que resulta improcesable a los ojos de los ciudadanos. Los tiranos saben que el esfuerzo central asociado a su propia supervivencia es que los demás vivan la paradoja sin disonancias rupturistas. Los proyectos totalitarios tienen claro que dependen de que la gente se acostumbre a creer lo que ellos dicen, independientemente de lo que les digan las tripas. Pero eso no se logra sin haber implantado antes un gran sistema de colaboración, represión y fraude. Por ejemplo, no ver la jugada espeluznante de la negación sistemática es una exquisita forma de colaboración, la de “los edulcoradores de oficio”, que siempre tendrán a mano el salvavidas del que se puede aferrar el socialismo del siglo XXI para no develarse definitivamente. Son ellos los adalides de las “semi-democracias”, “regímenes no-democráticos” y otras aberraciones discursivas. También se inscriben allí los que ruegan por “unas semi-condiciones mínimas” para ir a las elecciones, los que dicen “defender espacios”, los “votistas fundamentalistas”, las imposturas de la izquierda exquisita y los que simulan una unidad que no existe.
Los más ingenuos de entre nosotros están esperando que el régimen decida, un buen día de estos, proclamarse dictadura marxista leninista, feroz y tiránica. O que reconozca la existencia de presos políticos, la violencia paramilitar, la repartición del país con grupos delincuenciales, la trampa y el ventajismo sistemático, o simplemente asumir que ellos son los culpables del hambre y la enfermedad desgarradora. Ese no es su oficio. Es otro, mantenerse en el poder, sobrevivir a cada desplante democrático. Superar cada crisis de legitimidad. Sobrevivir al bloqueo. Inventarse todos los días una excusa. Imponer la mentira como la única verdad aceptable, y captar todos los días nuevos y diversos secuaces. Los que piensan que llegado el momento el régimen se va de revelar contra su propia naturaleza, y va a cometer suicidio, son unos cándidos pertinaces. No lo va a hacer y le hacen un flaco favor a la verdad los que mientras tanto pretenden que el régimen se comporte como un demócrata, o funcionan como comparsa de esas engañifas tan propias de las épocas que vivimos. ¿Cándidos o cómplices de una charada?
Tal vez no podamos entender perfectamente lo que estamos diciendo sin antes pasearnos por las tesis de un filósofo marxista, Guy Debord, para quien “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”, pero con guión propio. Vargas Llosa, en su libro “La civilización del espectáculo” abundó en su pensamiento para escudriñar certezas como “la ilusión de la mentira convertida en verdad” que intenta ser un orden social sustitutivo de la realidad al lograr que todo se reduzca a “una representación en la que todo lo espontáneo, auténtico y genuino ha sido sustituido por lo artificial y lo falso”. Para el intelectual francés se ha aniquilado “la verdad de lo humano” y el ciudadano está sometido a presiones intensas para que acate sin rechistar “la dictadura efectiva de la ilusión”. De acuerdo con sus argumentos, la unidad sería, en este sentido, una mercancía más. ¿Pero por qué una ilusión y no una realidad?
Claro que Vargas Llosa no se queda con las elucubraciones de Debord. Cuando intenta dilucidar qué es esta civilización del espectáculo termina caracterizándola como “la de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”. Excelente y tajante como siempre acostumbra Vargas Llosa.
Ahora podemos responder a las preguntas que dejamos pendientes. La unidad como espectáculo, que se tramita como un evento, que se produce como si fuera una puesta en escena, sufre la misma superficialidad porque forma parte de la misma cultura de la evasión. La unidad ha devenido en sensación y es tan excusa como “la guerra económica”. El concepto ha perdido contenido para terminar estancado en la puerilidad, la futilidad, la patraña y los desplantes. Asumida así, es más un lema de campaña desgastado y usado con mucha deshonestidad que una práctica cotidiana con la cual se pueda salir adelante. La unidad es usada como invocación cada vez que se sufre una aparatosa derrota y es tirada al albañal cada vez que se obtiene algún triunfo. Ha sido degradada a ser un artículo desechable y asumida como algo que está al margen de cualquier compromiso que se deba honrar ulteriormente. Como siempre es bueno ilustrar con ejemplos, podemos argumentar que aquí en Venezuela los que ganan montados en la unidad y su tarjeta, gobiernan después en exclusiva con sus partidos. ¿Eso no les dice algo?
La gente pide desesperadamente unidad, como si su sola invocación pudiera hacer milagros. La gente exige unidad como si ella fuera una bolsa donde cupieran amuñuñadas las extravagancias, los egos, las agendas y los puñales de todos los intereses diversos que malviven en las antípodas del régimen. La gente entiende la unidad como la conformación de una fuerza, como la confluencia de esos muchos que aplastarían numéricamente al contrincante. La gente exige multitud como demostración de unidad, aunque no haya un solo acuerdo, un solo pacto, una mínima norma de convivencia, un objetivo compartido, un único propósito, la definición armoniosa de rutas, medios y fines, la organización de una única empresa y, sobre todo, el tipo de país que entre todos podemos armar. Nada de eso existe en esa bolsa. Por eso, dentro de esa bolsa habrá multitud, una versión injuriosa de Babel, pero nunca unidad. Pero estamos claros que la gente clama por el espectáculo de la unidad. Y quiere lo que sea que se le presente así. Luego sumará decepciones a las que ya tiene. Pero así funcionan las telenovelas más exitosas.
Y eso es efectivamente lo que le van a dar de nuevo. La Mesa de la Unidad Democrática, acostumbrada a sus desafueros autoritarios, torre de babel política en la que poco se sabe de sus procesos de decisión, titular de errores seriales que convierten triunfos en derrotas, ahora que sabe que está en su ciclo menguante, vuelve a invocar la unidad, cuando hace pocas semanas se imponía con el criterio del diálogo, usando todas las reservas de prepotencia que aun le quedaban. En esa ocasión ya comenzó a compartir la suerte de su propio naufragio con una sociedad civil designada a dedo, que fue malversada en una violenta y unilateral vocería donde no faltaron descalificaciones, intimidaciones, insultos e insolencias dirigidas a todos aquellos que se atrevían a señalar el error o la tibieza de sus proposiciones. ¿Recuerdan las interminables discusiones sobre si estaban ganando o perdiendo el tiempo? Ese espectáculo dado en las parodias dominicanas, una trágica farsa, terminó con la fase pública de unas discusiones que al parecer no concluyen aún. ¿Quién los empoderó? ¿Cómo se invistieron de la representación nacional? Nadie es capaz de explicar el asunto, así como ninguno de ellos está dispuesto a señalar por qué defraudaron el mandato del 16J, cómo hicieron para desintegrar la autoridad moral de la asamblea nacional y quién mandó a Julio Borges a otra gira por América Latina.
Como vivimos la cultura del espectáculo, entonces la unidad tiene que ser una puesta en escena, un evento, donde todos concurran, donde el aplauso esté asegurado, y donde el esfuerzo unitario de las diversas expresiones de la sociedad reciba como mandato “el nuevo paquete de la unidad”. Dicho de otra forma, en el espectáculo que se está montando, unos pocos, los de siempre, decidirán quienes, y cómo se van a hacer las cosas, y el resto tiene el compromiso moral de acatarlos entusiastamente. De la misma forma que el libre pueblo de Corea del Norte aplaude cuando debe, sonríe cuando los mandan, lloran si es necesario, y demuestran con todas las fibras de su cuerpo la adhesión, la fusión espiritual con el caudillo que los gobierna. Eso se llama “democracia popular”. ¿Será que estamos practicando desde ya la misma metodología y el mismo tipo de entretenimiento?
Esa unidad de comparsas, cheques en blanco, decisiones tomadas por el mismo cogollo, ahora algo ampliado, y la cultura de los hechos cumplidos que deben acatarse, es una puesta en escena que tiene el mismo tenor autoritario e inútil que las correspondientes al tirano del socialismo del siglo XXI. En ese sentido son tal para cual.
¿Qué es la unidad? Es alineación de objetivos y capacidad para instrumentarlos. La unidad es ante todo un acuerdo sobre lo que hay qué hacer y cómo hacerlo. Si eso no está acordado estamos haciendo mal el trabajo. La unidad es, por ejemplo, decidir de una buena vez que se cerró el ciclo electoral porque esto es una dictadura marxista. Es también denunciar al socialismo como expoliador de la libertad y la dignidad del ser humano. Es dejar el coqueteo infame y degradante con un diálogo que no existe, aunque algunos cobren dividendos por mantenerlo vigente. La unidad es coherencia en la conducción. Y en el caso de la política, la construcción de un consenso sobre quien va a ejecutar, a quienes va a rendir cuentas, y como se le va a hacer seguimiento. La unidad que necesitamos no puede ser el resultado de una suscripción de acciones basados en resultados pasados que hoy no tienen ningún asidero. La unidad que necesitamos no puede delegar en ejecutivos que no se reconocen en esa unidad y que son y seguirán siendo secuaces de un solo partido, de un grupo de ellos, o sea, de intereses particulares, que siempre terminan confiscando el esfuerzo hasta hacerlo una eficaz degradación de las expectativas de los ciudadanos.
La unidad que necesitamos necesita acordar una estrategia univoca. No puede seguir expuesta a los caprichos de los líderes políticos y al cálculo de sus ganancias subalternas. No puede depender del humor de Ramos Allup, de los cálculos de Rosales, de las apuestas de Capriles, y tampoco puede estar pendiente de la última extorsión intentada contra Leopoldo. La unidad tiene que definir una ruta, unas prioridades, unos aliados, y también debe desprenderse de los que traicionan los acuerdos. La unidad que necesitamos no necesita tanto pescueceo y si requiere respetar los espacios bien ganados de algunas organizaciones como el Foro Penal, indebidamente maltratado por esa unidad que solo ha logrado quebrantar la integridad de una institución tan útil. La unidad necesita definir metas, indicadores de gestión, determinar un presupuesto, integrar un grupo de trabajo, establecer una vocería, y aclarar qué es lo que está buscando. La unidad no puede ser la que censura, depone, excluye y maltrata liderazgos naturales, sencillamente porque ellos no quieren reconocerlos. La unidad no puede trabajar con recursos que no comparte, mandando a hacer encuestas que favorecen a unos y desprestigian a otros. Esa unidad no puede seguir siendo la macolla de los mismos de siempre, y de los que ahora se suman, pero con la misma forma de pensar y de actuar.
Dicho esto, debe quedarnos claro que si la unidad que ahora se pretende relanzar es solo un evento realizado en el aula magna de una universidad, estamos cayendo de nuevo en el fraude de una puesta en escena, de un espectáculo banal y pueril que degrada la política y es poco útil para los ciudadanos. Eso no es unidad. Es simplemente el disfraz detrás del cual lo mismo quiere pasar por novedoso. Estamos a la mitad del juego. Han ocurrido cosas. Se han cometido errores. Se ha botado el juego más de una vez. Han jugado cerrado los que nunca han ganado. Han provocado y han defraudado. Por eso, hoy más que nunca se requiere un barajo de lo que hasta ahora se está haciendo. Los mismos que han fracasado y nos han hecho perder el tiempo no pueden seguir al frente, ni ellos ni por mampuesto. La unidad no es una sensación, no es una emoción, no es un éxtasis. Son un conjunto de expectativas que se han alineado para tomar decisiones eficaces. Hoy más que nunca se requiere un relevo y una explicación al país. Deben reconocer que cometieron fraude a la confianza del país el 16J. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que cometieron fraude a la confianza del país el 19J. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que se equivocaron al perder el tiempo en las parodias dominicanas. Y que se solazaron en la ofensa y la descalificación. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que nunca debieron siquiera pensar en ir a elecciones. Que nunca debieron hincarse ante la ANC. Que nunca debieron tener en la mesa de negociación el reconocimiento del fraude constituyente. Que nunca debieron negar y renegar del apoyo internacional y de las sanciones. Que nunca debieron ser tan permisivos, colaboradores y con tan poco coraje como se comportaron en fechas recientes. Que la guinda de la torta fue el besito a Delcy, porque era solo eso, un espectáculo en el que ellos mostraron que el rol que dijeron asumir lo tergiversaron hasta hacer de esa novela una ofensiva tragedia. ¿A quien le interesa una unidad declarativa? ¿A quien le gusta una supuesta unidad que va en sentido contrario a la sensatez?
La base del país no quiere más esa unidad. Por más que llenen todos los asientos con partidarios disfrazados de sociedad civil. Por más que cuenten con el beneplácito de instituciones reconocidas que de buena fe están intentando hacer algo. Lo que así se haga nunca será algo más que una escena mil veces interpretada si no responden con claridad cómo van a dejar de ser lo que hasta ahora han sido, para comenzar a ser lo que nunca han podido. Termino con un aserto de Mario Vargas Llosa: “En la civilización del espectáculo el cómico es el rey”. ¿Y no será que convertimos la política en un circo? Si es así, mejor desmontar las carpas y exponernos a la luminosa realidad.
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