La dictadura y los presos políticos
En el libro “Historia Contemporánea de Venezuela” del escritor carabobeño Francisco González Guinán, se dedica un capítulo a los acontecimientos de 1861, año de la renuncia del Presidente Manuel Felipe de Tovar, el Golpe de Estado contra el Vicepresidente Encargado Manuel Gual y la proclamación de la dictadura del general José Antonio Páez.
González Guinán, quien para esa fecha estaba cumpliendo los veinte años de edad, relata una crónica sobre aquellos días, que hoy aprovecho para reproducir en esta columna. Dejemos sean las palabras del sabio las que nos cuenten lo sucedido.
Volvamos a Caracas donde comienza a desarrollarse la naciente dictadura. El general Páez ha expedido su alocución. Está en poder del Gobierno discrecional y lo acompaña el Secretario dr. Nadal. La población de Caracas se muestra contenta con el nuevo orden de cosas. Muchos liberales, optando por lo menos malo, lo prefieren al derribado Gobierno del dr. Gual. Algunas fuerzas revolucionarias de las provincias de Caracas y Aragua se quedan a la expectativa. El Secretario Nadal participa oficialmente el cambio político ocurrido a los Gobernadores de provincia y el Cuerpo Diplomático.
La alegría se hace sentir entre los Caraqueños con festividades y un oficio religioso dirigido por el Arzobispo, quien ensalza la figura del caudillo llanero.
El 11 de Septiembre de 1861 amanecen las calles de la Capital adornada con banderas, y a las nueve y media de la mañana comienza una fiesta religiosa en la iglesia metropolitana, en la cual oficia el Arzobispo Guevara Lira, quien se ha prestado de buena voluntad a la celebración del Te Deum porque “conoce prácticamente los filantrópicos sentimientos que animan al Excelentísimo Señor General y los esfuerzos que ha hecho por conseguir el inestimable bien de la paz de la República, como la más ingente necesidad de los venezolanos, que lo reconocen y proclaman Padre de la Patria.”
El General Páez, dictador de la República, se retiró a su residencia “La Viñeta”, esa que habitó con Barbarita Nieves, su amante fallecida en 1847, año que se distanció de José Tadeo Monagas y empezaron los problemas que devengarían en la Guerra Federal una década después. Pasó la tarde recibiendo felicitaciones y en horas de la noche una comparsa de jóvenes le llevó una serenata, a la cual siguió un animado sarao, que se prolongó hasta el alba.
La onda dictatorial se extendió rápidamente, adhiriéndose a al movimiento del 29 de Agosto todas las autoridades civiles y militares. Las de la Provincia de Carabobo, que había hecho la revolución del 19 de Agosto proclamando la Presidencia del Designado dr. Ángel Quintero, desistieron de su pronunciamiento y reconocieron al general Páez como jefe supremo, figurando a la cabeza de este contra pronunciamiento el encargado de la Gobernación, señor Francisco Espinoza; el Comandante de Armas José Donato Austria y todos los jefes de las fuerzas existentes en Valencia.
La plaza y el Castillo de Puerto Cabello aceptaron también la dictadura mediante un tratado hecho por el general Manuel Bacca y el Gobernador señor Irribarren con el Comandante Pedro José Sucre y los demás jefes de la plaza, los del castillo y buques de guerra surtos en la bahía. El coronel José María Hernández, jefe del castillo, no aceptó la dictadura y resolvió abandonar la Patria; protesta que unida con la del coronel José Ángel Ruiz en Barcelona, fueron las únicas que se presentaron para salvar el decoro oficial.
Luego de aquel episodio comenzaron a llegar a Caracas las adhesiones de distintas autoridades y ciudadanos en favor de la dictadura. Las primeras fueron una de Coro firmada por el coronel José Gil y otra por el general Antonio Pulgar de Maracaibo, dos bastiones poderosos de Occidente estaban con Páez.
Para aquel turbulento año de 1861, el Castillo de San Carlos de la Barra, una antigua fortificación española ubicada en la península del Lago de Maracaibo, se había convertido en el destino de los presos políticos detenidos durante los gobiernos de Tovar y Gual. Tal fue la cantidad de reos que ingresaron a la temida prisión, que el alcaide se vio forzado a trasladar más de un centenar de presos a otro lugar de presidio, un insalubre islote desierto a poca distancia llamado Bajoseco, donde se cocían semidesnudos, de modo inclemente, en la tierra del Sol Amado.
Como el general Páez había llevado a cabo sus últimas evoluciones políticas levantando la bandera de la paz y la unión, su primer acto oficial fue el de autorizar el 13 de Septiembre, por medio de su Secretario General al Jefe Civil y militar de la provincia de Maracaibo, a los presos políticos que se encontraban en Bajoseco e informarlos de la transformación política efectuada en la República; imponerlos de la instauración de un nuevo Gobierno y del programa de paz que se proponía seguir, y luego exigirles que francamente manifestasen si se adherían a lo ocurrido y si estaban dispuestos a sostener la paz, en cuyo caso quedarían en libertad.
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