Los regalos envenenados
De regreso en su apartamento, tras cenar en casa de su madre, Barclays y su esposa escudriñan con espíritu crítico los regalos navideños que han recibido. En tono quejumbroso o burlón, la mirada crecientemente desdeñosa, desatada la lengua viperina, Barclays, el hermano mayor, examina los regalos que ha recibido de su madre y sus hermanos: dos libros religiosos escritos por el fundador del Opus Dei, preñados de estampitas amarillas o amarillentas con oraciones que se desprenden de sus páginas, regalo de su madre, militante y benefactora de aquella cofradía; un plato, sí, un plato de cerámica campestre, ornado de plantas u hojas que parecen variedades de cannabis, obsequio de su hermana, fumadora de hierbas que inducen a la risa y el sosiego; una camiseta negra de tela muy delgada que absorbe la transpiración, ideal para hacer deportes; la novela ganadora del más reciente premio Planeta; una chaqueta o campera deportiva de alta gama; una camiseta blanca de algodón fino, diseñada para salir a correr; una novela en inglés; y un libro de cuentos.
Cínico, ingrato, Barclays razona: los regalos que he dado son infinitamente mejores a los que he recibido, he salido perdiendo, ha sido un intercambio desigual, yo soy magnánimo y hasta dispendioso para regalar, y por eso he regalado dinero en efectivo, euros, libras esterlinas, dólares americanos y canadienses, pero mi familia, que pobre no es, practica una austeridad severa para comprar mis regalos, no así cuando sale de viaje. Su esposa Silvana le pregunta cuál es el mejor regalo que ha recibido, o el menos decepcionante:
-Sin duda, la casaca deportiva -responde Barclays.
Luego le pregunta a su esposa:
-¿Habrá costado qué, cien dólares, ciento cincuenta?
-Un poco más -dice Silvana-. Doscientos dólares, quizá trescientos.
-Es un buen regalo -opina Barclays-. Se nota que no han querido ahorrar. Se nota que se han esmerado en hacer un regalo de calidad.
Hace una pausa y vuelve a quejarse:
-Los demás regalos son una mierda.
-No digas eso -lo conforta su esposa-. Las camisetas son bonitas. Son útiles para salir a correr.
Barclays discrepa:
-No las voy a usar. No voy a salir a correr. No soy un atleta ni un maratonista. Mis hermanos deberían saberlo a estas alturas.
Luego añade:
-Me regalan ropa deportiva porque creen que estoy gordo. Y sí, es verdad, estoy gordo, no voy a negarlo. Pero es una manera sibilina de decirme: estás gordo, deberías salir a correr, por eso te regalo esta camiseta deportiva. ¿Has mirado las tallas? ¡XXL! No es un regalo, ¡es una intromisión en mi estilo de vida, un insulto!
-No exageres -dice Silvina.
-Pero, además, ¿cuánto cuestan esas jodidas camisetas deportivas? -continúa sulfurándose Barclays-. ¿Diez, quince dólares?
-Veinte dólares máximo -sentencia Silvana.
-¡Una mierda! -se enoja Barclays-. El típico regalo para cumplir, para salir del paso, para gastar lo menos posible. No piensan en la persona que recibe el regalo, no piensan si va a usarlo, si le conviene, si se sentirá halagada, no, qué ocurrencia, solo piensan en comprar algo baratito para salir del paso y cumplir con la formalidad del regalo.
Silvana procura subir el ánimo desmejorado de su esposo:
-Al menos los libros se ven interesantes.
-¡No jodas! -se enfurece Barclays-. ¿En serio piensas que voy a leer los libros religiosos de mi madre?
Luego elabora una teoría paranoica, quejumbrosa:
-Mi madre hace regalos egoístas. No me regala un libro que yo quisiera leer. Me regala un libro que ella quisiera leer, o que ella ha leído y quisiera que yo leyera. Es decir que no piensa en un regalo apropiado para su hijo que es agnóstico, sino en un regalo apropiado para ella.
-Bueno, sí, pero tú sabes que tu madre solo lee libros religiosos, a ella no le interesa la literatura -dice Silvana.
-¡Entonces que no me regale nada! -estalla Barclays-. Porque regalarle un libro religioso a una persona que no cree en la religión es una majadería, una impertinencia. A ti te gusta el vino, ¿no es cierto? Te encanta el vino. Pero sabes perfectamente que mi madre no toma vino, no toma nada de alcohol. ¿Le regalarías una botella de tu vino favorito a mi madre? No, claro que no. Porque sabes que no lo va a tomar. Es un gran regalo para ti, ¡no para ella!
Barclays procura calmarse. Todas las fiestas de fin de año son iguales en su familia: entrega unos regalos espléndidos, los mejores, y recibe regalos de poca monta que le parecen decepcionantes, bien sea por austeros, bien porque no va a usarlos.
-El libro del Planeta se ve bueno -opina Silvana.
-Sí, Cercas me gusta mucho -dice Barclays-. Pero ¿por qué crees que me han regalado la novela ganadora del Planeta? Por una razón muy sencilla: porque yo no pude ganar el Planeta, quedé segundo, perdí por un voto, ¡un mísero voto de Marsé, que me costó medio millón de euros!
Paranoico, hipersensible, Barclays prosigue su lamento o su protesta:
-Mi hermano me regala el premio Planeta para decirme: aprende a escribir, lee a Cercas a ver si aprendes a escribir como él, quedaste segundo en el premio Planeta porque no merecías ganarlo, cuando escribas como Cercas entonces vuelve a postular, a ver si tienes suerte. ¡O sea que mi hermano quiere humillarme! ¡No es un regalo, es una crítica literaria! ¡Y lo peor es que nunca podré escribir tan bien como Cercas!
Silvana bebe vino tinto y pregunta:
-¿Piensas postular de nuevo al Planeta?
-No -responde Barclays, despechado-. Ni al Planeta ni a ningún premio. Los premios literarios vienen envenenados.
-No sé si quinientos mil euros pueden considerarse un veneno -dice Silvana.
Barclays no se atreve a decir lo que esconde en su cabeza: no postulo a premios literarios porque sé que no los ganaré, mejor así, no me hago ilusiones, y la verdad, aunque me duela, es que ninguna novela mía vale medio millón de euros.
-Es raro que tu otro hermano te haya regalado una novela en inglés -dice Silvana, hojeando ese libro.
-Es una manera venenosa de recordarme que mi inglés es una vergüenza y que debo leer en inglés para mejorarlo -dice Barclays.
-No seas perseguido -le dice su esposa-. No te hagas la víctima.
-Mi hermano habla inglés mejor que castellano -dice Barclays-. Tiene un inglés perfecto, sin acento. Por eso me regala un libro en inglés. Para que yo algún día hable inglés tan bien como él.
-Exageras -dice Silvana-. No creo que sea su intención.
-¡No exagero! -dice Barclays-. Su intención es decirme entre líneas: deberías mejorar tu inglés, por eso te conviene leer este libro en inglés.
-En fin -dice Silvana, abrumada porque su esposo todo lo ve malo.
-En fin -dice Barclays-. Como siempre, la navidad en familia es una mierda, un estrés. Debimos quedarnos en Miami.
-La próxima navidad nos quedamos en Miami -promete ella.
Barclays camina a la cocina, abre la nevera y come un helado, uno más. Cuando está en esa ciudad, come helados con desmesura, engorda inevitablemente. Regresa a la sala, donde Silvana evalúa los regalos que ha recibido de la señora Barclays, de los opulentos hermanos Barclays, todos empresarios aventajados, inversionistas sagaces, adictos al dinero: un traje de baño negro, de una pieza, regalo de su suegra; una toalla de playa y un estuche transparente también de playa; un frasco de vitaminas para evitar la caída del pelo; una camiseta para salir a correr; un par de medias o calcetines para hacer deportes; una botella de vino blanco francés; y una bolsa plástica con semillas comestibles de chía.
-¡Chía! -se sorprende Barclays, en tono risueño-. ¿Te han regalado chía por navidad? ¿Quién carajo te ha regalado chía?
-Tu hermano -dice Silvana, y enseguida menciona el nombre oprobioso del hermano.
-¿Qué mierda es eso? -pregunta Barclays, riéndose, mirando la bolsa de chía.
Lee: «Chía, semillas orgánicas, suplemento dietético rico en fibra, fuente de ácidos grasosos, dieta legendaria de los aztecas, ayuda a un normal funcionamiento del tracto digestivo, sesenta calorías por ración».
Barclays suelta una risotada:
-¡Mi hermano te ha regalado semillas de chía para ayudarte a cagar! -estalla de júbilo, al parecer reconfortado porque los regalos que Silvana ha recibido son aun peores que los suyos-. ¿A quién carajo se le ocurre regalar semillas para cagar por navidad?
-Ni que fuera un canario -comenta Silvana, riéndose.
Contenta de ver a Barclays riéndose de sus regalos, añade:
-Pero la toalla y el estuche para la playa.
Hace un silencio que anuncia la tormenta.
-¿Qué? -pregunta Barclays, curioso.
-Me da pena decirte esto -se repliega ella.
-¿Qué? -insiste él.
-Son regalos que no se compran. Te los regalan cuando compras perfumes.
-¡No jodas! -se ríe Barclays-. ¿Cómo sabes que te los regalan?
-Porque fui a la perfumería, compré perfumes para mis papás y me regalaron esa misma toalla y ese mismo estuche transparente -revela Silvana.
-¡Qué hijo de puta mi hermano! -se alegra Barclays-. ¡Te ha regalado cosas que no compró, que le regalaron por comprar perfumes! ¡Qué caradura!
-Al menos si me hubiera regalado también un perfume, no se vería tan mal, ¿no? -dice Silvana.
-¡Son unos tacaños! -dice Barclays-. Si tu objetivo al hacer un regalo es no gastar plata, o ahorrar, ¡mejor no hagas un regalo!
Silvana camina a su dormitorio y regresa con una toalla de playa y un estuche transparente idénticos a los que recibió de su cuñado.
-Guárdalos -le sugiere Barclays-. Y se los regalaremos a mi hermano en su cumpleaños.
Sueltan una risotada cómplice.
-Los mejores regalos han sido los que me dieron tus papás -le dice Barclays a su esposa-. Se nota que no ahorran, que buscan lo mejor, cosas finas, cosas que me caen bien, que voy a usar.
-La ropa de baño que me regaló tu mamá no está mal -dice Silvana.
-Sí, pero es de una sola pieza, negra, muy de señora religiosa -critica Barclays-. O sea, lo que quiere mamá es que no te pongas un bikini, que no muestres el culo.
-No había pensado en eso -dice ella.
-Mamá siempre piensa en eso -dice él.
Se hace un silencio tranquilo, exento de reproches. Todo está bien así. Las personas son como son, regalan como regalan, se expresan como se expresan, y es imposible cambiarlas, reformarlas, despojarlas de mezquindad, dotarlas de generosidad. Barclays no se arrepiente de haber hecho unos regalos estupendos, él es así, le gusta celebrar la vida, la buena vida, y pagar las cuentas, todas las cuentas, y compartir lo mejor con las personas que más quiere, y también con las personas de su familia, a las que procura no ver tan a menudo.
-He comido demasiado pavo -dice Barclays.
-Yo también -se lamenta Silvana.
-¿Probamos las semillas de chía? -sugiere Barclays, y se ríen juntos.
Crédito: La Nación
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