En búsqueda de Bolívar
El 17 de Agosto de 1817, desembarcaba el general Pablo Morillo, soldado de mar y tierra, en el puerto de Cumaná, capital de la Nueva Andalucía, provincia de la Capitanía General de Venezuela. Llegaba con la misión de marchar sobre Caracas para domar leones. Esa misma noche desplegó planos cartográficos sobre su escritorio, para calcular con regla y grafito distancias o tiempos de trayecto en terrenos desconocidos, trazando sus pasos antes de caminarlos.
Cazaba un hombre y un ejército en territorio desconocido, uno que debería explorar y aprender sus perímetros de cabo a rabo, para con su paso ir sofocando incendios en la provincia. Empezó así lo que sería un incesante viajar a lo largo y ancho de Venezuela, todo en búsqueda del afamado Bolívar, el hombre que debía cazar, para darle muerte o llevarlo en cadenas a Madrid.
Aquello se convirtió en un sangriento juego del gato y el ratón que le tomó dos años de su vida, causando estragos en su ya malograda salud. A sus cuarenta y dos de edad tenía más de la mitad de su vida vistiendo uniforme de la Real Armada y el Ejército de Su Majestad, que lucía con multitud de condecoraciones en la pechera. Estaba bien curtido en batallas navales como las del Cabo de San Vicente, Trafalgar y la toma de Cartagena de Indias. Por primera vez se sintió viejo para las gracias de la guerra, bastantes horrores vivió durante su gobierno militar que conllevó la caída de Las Provincias Unidas de la Nueva Granada y restableció el Virreinato.
Miles de hombres perdieron la vida en el camino, persiguiendo la pista del personaje que los rebeldes bautizaron con el título de “Libertador”, hombre que muchas veces, en la mejor de las ocasiones, terminaba siendo menos que el rumor de un fantasma. Desde allí navegó hasta Puerto Cabello, donde permaneció unos días, planeando logística y la marcha del ejército expedicionario. El 21 de septiembre, un mes después de su desembarco en Cumaná, se hallaba en Caracas, publicando una proclama.
-Un indulto para todos los comprendidos en las pasadas y presentes insurrecciones, procesados o no procesados, ausentes o existentes, un olvido general.-
Pasó poco tiempo en Caracas, apenas el necesario para impartir órdenes a subalternos. Al coronel Francisco Jiménez le encomendó controlar la zona de Güiria; al mayor Vicente Abusa la de Cumanacoa, para que, según propias palabras: -lo arrasase enteramente, destruyendo las siembras de maíz y cuanto pudiese servir a los rebeldes.- Mandó a establecer guarniciones en Cumaná, Barcelona, y Puerto Cabello, dejando custodiada con hombres del rey cada población por la que iba pasando. Siempre apurado, marchando al frente, dirigiendo sus mesnadas en búsqueda de Bolívar.
De allí pasó a Valencia, desde donde se dirigió al sur, hacia Calabozo, poblado al que llegó en noviembre. En su paso por la isla de Margarita y estancia en Cumaná escuchó a muchos decir, en reuniones o por carta, que toda la Capitanía General de Venezuela estaba a punto de perderse, pero tenía más de tres meses viajando por la zona norte del país y no se topaba ni el rastro de las huestes poderosas de su contrincante.
Según las memorias de O´Leary, el primer enfrentamiento que se produjo entre las fuerzas de Bolívar y Morillo, fue tan solo un roce en un sitio llamado Hato de La Hogaza, o por lo menos así lo describe en “Bolívar and the War of Independence”, libro de memorias que deja constancia que: -La infantería patriota fue casi completamente aniquilada tras ser abandonada por la caballería sufriendo una enorme pérdida de hombres y vituallas.-
En cartas y despachos, fechados el 22 de diciembre, reporta Morillo al Ministro de Guerra en Madrid, José Ignacio Zenteno, que las tropas realistas perdieron la oportunidad de darle una estocada al toro antes de comenzar la faena.
-Después de la gloriosa acción del Hato La Hogaza, en que la mejor infantería rebelde ha perecido, era la ocasión más a propósito de seguir las operaciones sobre Guayana y acabar con las fuerzas que allí tiene Bolívar, libertando toda la provincia de enemigos; pero es absolutamente imposible tomar esta resolución, por carecer de los auxilios que para ello necesitan.-
Perdió seis meses, trastabillando de un lado a otro, pretendiendo toparse cara a cara con el grueso de las tropas de Bolívar, buscando atestar el golpe que esperaba ser definitivo, para acabar de una buena vez por todas con la insurrección. Pero por todo lugar transitado se topaba con focos diminutos de guerrilla. Nada de un ejército, cero de verle la cara a su adversario, ni siquiera silueta a la distancia con ayuda de un monóculo.
A finales de enero de 1818 pasó por San Carlos. Allí recibió noticia que Bolívar avanzaba sobre San Fernando de Apure. Así que se dirigió a Calabozo, llegando con la caída del sol el 11 de febrero. Al día siguiente, según cuenta en otra de sus tantas misivas al ministro Zenteno: -Fui atacado por todos los cuerpos rebeldes reunidos, que ascendían al número de 2.600 caballos y 1.500 infantes, mandados por el titulado jefe supremo de la República, y por Páez, Cedeño, Monagas y demás jefes revolucionarios de estas provincias.-
Lo tomaron por sorpresa al amanecer, antes que cantaran los gallos y bramara el ganado. El rumor del tropel de las bestias y nubes de polvo en el horizonte delataron la ofensiva. El aviso dio tiempo suficiente de saber que debía huir cuanto antes. De algún modo se enteraron los rebeldes que Morillo estaba mal acompañado, ya que su caballería de escolta, compuesta por el regimiento de húsares de Fernando VII, alcanzaba apenas los 230 hombres.
Decidió resistir como hacen los valientes. Replegó sus cuerpos en la villa y se aprestó para dar guerra al enemigo. Se atrincheró en el pueblo tres días que le parecieron interminables. La tercera noche de asedio, cuando pensaba el café ya no era capaz de mantenerlo despierto, le llegó una primera comunicación de Bolívar, quién aún no había mostrado la cara.
-Usted y toda la guarnición de Calabozo caerán bien pronto en las manos de sus vencedores; así, ninguna esperanza fundada puede lisonjear a sus desgraciados defensores. Yo los indulto a nombre de la República, y al mismo Fernando VII perdonaría, si estuviese como usted, reducido a Calabozo.-
El mensajito fue la gota que derramó la copa de paciencia. Había llegado la hora de darle a Bolívar su primera bofetada.
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