¿Lo que es igual, no es trampa?
El coronavirus, el huésped inesperado, azota al planeta, y son no pocas las trágicas escenas de inundaciones sufridas por países que se suponen exceptuados hasta de los más nefastos fenómenos naturales. Ambos fenómenos, por su universalidad, dice relevar de responsabilidades a los que gobiernan en este lado del mundo.
Ya lo hemos escuchado en la Venezuela de los grandes aguaceros de la temporada, deslizándose una ingenuidad aterradora. En otras latitudes las noticias son peores que las nuestras, por lo que, inmune, Maduro Moros no tiene la culpa de nada.
Hay una cultura de la superficialidad que lo explica, como refiriera José Ignacio Munilla en una homilía reciente, pero también el deliberado esfuerzo propagandístico de un régimen que inocula la doble creencia de encontrarnos en mejores condiciones que el resto de la humanidad, bajo el Covid19, por su campeonil esfuerzo en domesticarlo. Acá, valga el otro detalle, no existen esas inundaciones que aterrorizan en las latitudes económicamente más desarrolladas y, en todo caso, lo que es igual, no es trampa, de acuerdo a la popular sentencia.
Por supuesto, hay una inmensa diferencia en la recepción y el tratamiento del huésped indeseado, como de la respuesta dada a esos incidentes propios del cambio climático. Para no abundar en detalles, existe el Estado y los servicios públicos que cuentan con una eficacia pareja al sentido de la responsabilidad de aquellos conductores que, faltando poco, deben responder por sus actos; o, ausentes las libertades de cátedra y de expresión, con apenas googlear la materia, nos percatamos de la existencia de una bibliografía divulgativa y especializada en torno a la pandemia, prácticamente de imposible distribución en nuestro país.
De las lluvias, además de padecer sus excesos, sin las más elementales revisiones adoptadas, sólo va quedando el momento en el que podemos disfrutarla para romper el tedio cotidiano, incluyendo una estética irrepetible. Sensación ésta, inevitable, al entrar al Cubo Negro, una edificación al este de la ciudad capital, donde la obra de Jesús Soto empapa, en lugar de mojar.
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