Éxodo: un país fuera de un país
La migración venezolana llegó a 6 millones de personas. Así lo reveló en junio pasado un informe de David Smolansky, Comisionado de la Secretaría General de la OEA para la crisis de migrantes y refugiados venezolanos. Dicho dato ha sido ratificado esta semana en un reporte de Naciones Unidas.
“Un país fuera de un país”, sentenció Smolansky en Twitter, enmudeciéndonos con su cruda síntesis de la tragedia. De ahí el titulo aquí, y porque un “éxodo” no es tan solo una “migración”. Es que 6 millones es el 20% de la población total del país. Se trata de la crisis de refugiados más grande del hemisferio occidental en la historia y la segunda actualmente en el mundo.
Y ello sin guerra ni catástrofe natural alguna. Solo Siria supera dicha cantidad: 6.7 millones de personas después de una década de guerra civil. Pese a la pandemia de COVID-19, el número de migrantes y refugiados venezolanos sigue creciendo. Por ello las proyecciones indican que el éxodo venezolano superará al sirio en magnitud durante 2022.
La crisis de refugiados venezolanos va camino a convertirse en la más grande y más definanciada del planeta. Desde 2014, los países receptores de inmigración masiva han recibido donaciones por parte de la comunidad internacional: 5,000 dólares por refugiado sirio y 480 por cada venezolano. O sea que un refugiado venezolano vale 10 veces menos que un refugiado sirio.
Los venezolanos migran por factores que se retroalimentan unos a otros: una emergencia humanitaria compleja que incluye enfermedad y desnutrición, violaciones sistemáticas y generalizadas de derechos humanos, extendida violencia criminal en las ciudades, colapso de los Servicios Públicos y la contracción económica más pronunciada del mundo.
Todo lo anterior es responsabilidad de la dictadura en el poder; mientras siga allí, continuará el éxodo. Es la misma dictadura que hoy se sienta en México con Noruega y Rusia a su lado a negociar con una oposición timorata y devaluada los términos de una elección regional que, presumiblemente, conducirá al país a una posterior elección presidencial para alcanzar la normalización institucional.
Oposición “timorata” porque el régimen decide quién se sienta a esa mesa y quién no, lo cual se acata de inmediato. Es una peculiar negociación, Maduro elige los representantes del espacio electoral opositor a Maduro.
Y “devaluada” porque, al mismo tiempo, esa representatividad es cada vez menor. De “MUD” a “G4” y ahora a la llamada “Plataforma Unitaria”, el cambio de nombres no es cosmético sino el reflejo de una continua merma en credibilidad.
Maduro, además, los humilla a través de los medios con exigencias absurdas, por ejemplo, gestionar que Estados Unidos levante las sanciones. Al mismo tiempo, torpemente revela su objetivo principal: los recursos mal habidos. El régimen no sabe fingir. La marcada asimetría en la correlación de fuerzas expresa una histórica relación de sometimiento; y nadie parece tener la capacidad, la voluntad—o las agallas—de modificarla.
Por ello los temas de una agenda auténticamente democrática se silencian: las instituciones electorales no se modificarán; el Poder Legislativo será el actual surgido de elecciones ilegítimas; la mayoría de los inhabilitados continuarán en tal condición y los presos de conciencia (que pueden o no pertenecer a la política) seguirán en las prisiones.
Que los temas cruciales no están se hizo palpable en México. Representantes de la asociación “Familiares de presos políticos militares en Venezuela” reclamaron a los dirigentes opositores no haber incluido en la agenda la liberación de los presos políticos. Peculiar negociación otra vez, sigue sin conocerse qué concesiones exige al régimen la Plataforma Unitaria.
Frente al propio hotel donde se reunieron las delegaciones, los familiares le recordaron a la prensa que la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos dijeron que no levantarían sanciones si no se liberaban a los presos políticos, pero desde que se instaló el diálogo no se ha hablado de presos políticos (pero sí de sanciones). La mitad de los presos políticos de Venezuela son militares.
Ellos también son “un país fuera de un país”. En los migrantes ello está determinado por la geografía; en los presos políticos por la arbitrariedad de una dictadura que los despoja de su calidad de ciudadanos. Un régimen que los hace invisibles por medio de la reclusión en una suerte de país sin derechos, un país de sombras y enfermedad carcelaria. Los presos no votarán, la oposición no parece necesitar esos votos.
Tampoco se votará en el otro país, el de los refugiados. El 21 de noviembre supuestamente por ser regionales, pero tampoco en la proyectada elección presidencial, si ocurre. En todas las democracias los expatriados pueden votar en elecciones nacionales desde sus países de residencia, y en varios casos también en elecciones regionales y municipales solicitando las boletas del distrito de registro. En Venezuela no ocurrirá por una razón más simple: ninguno de los refugiados votaría por el régimen.
Y a propósito, no parece que la llamada Plataforma Unitaria tenga presente el grave riesgo del día después. Está documentado que las grandes olas de migración venezolana han ocurrido a consecuencia de hitos de desesperanza política.
Es un mundo extraño. Tal vez no quede otra opción que convivir con el horror. Los violadores de derechos humanos tienen el centro de la escena; los torturadores son redimidos; los criminales, rehabilitados. En definitiva, si hasta el Talibán se ha convertido es un interlocutor aceptable, válido e idóneo, susceptible de reconocimiento en la comunidad internacional. Pues entonces nada tiene que temer Nicolás Maduro.
Fuente: Infobae
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