¿Vladimir salvará a Boris?
Cuentan que la semana pasada en los bares de Kiev la gente cantaba el himno nacional británico, ‘God save the Queen’. ¿Porque siguen con interés el reality show de la monarquía británica y ansían que la Reina Isabel II se salve de su hijos y nietos? En parte, podría ser, pero principalmente como expresión de gratitud al primer ministro Boris Johnson.
Es que ante la amenaza de una invasión rusa el gobierno de Su Majestad no solo lanza ataques retóricos contra Moscú más agresivos que cualquier otro país europeo, acaba de enviar a Ucrania 2.000 armas antitanque y 30 soldados para explicar cómo utilizarlas.
“Estamos hombro con hombro con el pueblo ucraniano”, declara Johnson, como si fuera la reencarnación de Winston Churchill, figura que aparentemente sigue despertando admiración en Ucrania.
Que no se equivoquen los ucranianos, ansiosos la mayoría de ellos, entiendo, por tener en una democracia al estilo occidental.
-Primero: en una época en la que la política en Occidente se ha reducido más que nunca a un juego y gobernar con seriedad se ha vuelto secundario, Reino Unido ofrece, de los países del occidente de Europa, el peor ejemplo a seguir.
-Segundo: Johnson no es Churchill. Es, como decía uno de sus exministros esta semana, un terrible primer ministro y un peor ser humano.
-Tercero: entre los líderes de los países miembros de la OTAN, Johnson es el único al que le vendría bien una guerra en Ucrania.
El presidente vitalicio ruso, Vladimir Putin, tiene en sus manos hacerle el mismo favor a Johnson que el general Galtieri le hizo a Margaret Thatcher hace 40 años. Thatcher tambaleaba a principios de 1982. No corría tanto peligro como Johnson, que hoy se salva del precipicio por las uñas, pero todo indicaba que en las siguientes elecciones Thatcher perdía. Entonces, el milagro.
Los militares argentinos invadieron o, según el punto de vista, “recuperaron” las Malvinas, reemplazando la bandera británica con la argentina. La Dama de Hierro envió la flota y Reino Unido ganó la guerra; los ingleses se dieron un baño de nostalgia imperial y Thatcher permaneció en el poder ocho años más.
(A la larga Thatcher le devolvió el favor a Argentina ya que precipitó la caída del putinesco Galtieri y compañía, pero esa es otra historia).
Para Johnson lo ideal sería que Putin invadiera Ucrania ya, hoy, porque con cada día que pasa se escuchan con más claridad las campanas de su funeral político. No es que Johnson contemple hoy enviar tropas de combate, sino que pasaría a tercera plana el escándalo de los fiestones que se daban en su residencia mientras obligaba al resto del país a confinarse.
Y cuenten, claro, con que Johnson no desaprovecharía la oportunidad de erigirse en el líder occidental que denuncie a los rusos con más ferocidad churchilliana. Para las payasadas, es imbatible.
Y por sus payasadas le votaron. El autor en 2004 de una picante novela satírica titulada “72 vírgenes”, Johnson actúa con el propósito de que el público le aplauda, preferentemente ─como Groucho Marx─ que se ría de sus constantes bromas.
No le da vergüenza hacer el ridículo, como aquella vez que se quedó colgado cinco minutos del cable de una tirolesa, agitando un par de banderitas inglesas. Y por todo esto, y poco más, los ingleses le han considerado el individuo más digno de ser líder de su país.
O sea, si la política se ha convertido en un juego en la madura democracia británica, como en otros países pero más, no es solo la culpa de los políticos. Los votantes piden espectáculo y los políticos se la dan. Como el juego se reduce a ganar elecciones y como nadie es más juerguista que Johnson los diputados conservadores lo eligieron como líder de su partido y los votantes como primer ministro.
Los detalles de cómo se gobierna son irrelevantes para la enorme mayoría de los ciudadanos. Afortunadamente para Johnson, pocos se interesarán en una noticia que fue portada el viernes en The Times de Londres. Con suerte tampoco se enterarán sus fans ucranianos.
La noticia fue que gracias al gobierno de Johnson la principal arma que tienen las potencias occidentales para frenar a Putin está parcialmente desactivada.
Amenazan con imponer sanciones económicas “catastróficas” contra los rusos si invaden Ucrania, pero Putin se ríe. ¿Porqué? Porque a través de los oligarcas que se han beneficiado de la cleptocracia que Putin dirige, él tiene una parte importante de sus miles de millones invertidos en propiedades londinenses.
El artículo del Times cuenta que en 2016 entraron en Reino Unido más de 130 mil millones de dólares en dinero “corrupto”. Cita a diplomáticos que expresan su “horror y frustración” ante la pasividad del gobierno británico a la hora de parar el flujo de fondos rusos a la ciudad que apodan “Londongrad”.
“Putin esconde su dinero detrás de los nombres de los cleptócratas,” dijo al Times un funcionario del Departamento de Estado en Washington. “Un montón de ese dinero esta invertido en Knightsbridge y Belgravia [los barrios más caros de Londres], justo debajo de las narices del gobierno británico”.
La noticia sobre el dinero negro ruso que se invierte en Londres fue tapa en The Times.
Nada de esto es un secreto para Johnson, cuyo gobierno ha prometido tomar medidas para impedir el lavado de dinero ruso, pero debido a su indolencia innata y porque su partido conservador recibe millones de los sátrapas de Putin, ha mirado para otro lado.
Ahí estamos. Por un lado, retórica antirusa y envió de armas a Ucrania: por otro, Johnson da cobijo a Putin, reduciendo el valor de las sanciones como factor disuasivo contra una invasión.
Lo único que podría devolver un gramo de respetabilidad a la democracia británica sería la destitución del primer ministro. Pero como lo que desea Putin es hundir las democracias europeas, qué mejor que empezar con la más antigua y montar una guerra que, entre otras bondades, le salvaría el pellejo a su compinche Boris.
Fuente: Clarín
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