La cruzada de Cristina, Maduro y el Papa Francisco

Seguramente no lo programaron, pero en cuestión de horas Cristina KirchnerNicolás Maduro y el papa Francisco deslizaron expresiones que al caer juntas en un mismo tiempo se potencian entre sí para disparar hacia los cimientos de la democracia liberal de Occidente, tal cual la conocemos.

En esta ocasión, de las tres personalidades mencionadas, quien fue más lejos es, sin duda, la vicepresidenta argentina al minimizar el poder presidencial. La frase textual referida a tener poder fue: “que te pongan una banda y te den el bastón un poquito es pero, créanme, y lo digo por experiencia, ni te cuento si, además, no se hacen las cosas que hay que hacer”.

Resulta de una violencia institucional inusitada ya que tiende a relativizar el símbolo máximo de la continuidad entre un presidente democrático y el siguiente. Que ella no cree en eso no es ninguna novedad: se negó, en 2015, a entregarle los atributos del poder presidencial a su sucesor, Mauricio Macri, elegido democráticamente en las urnas.

“Lo pensaba y se me estrujaba el corazón”, confesó en el sincericidio brutal que hizo en su libro Sinceramente. Le sacó el cuerpo a ese momento porque ella se empecinó en hacerlo en el Congreso; en tanto que el líder de Cambiemos reclamaba que el acto se hiciese en la Casa Rosada, siguiendo la tradición histórica (con excepción de las asunciones de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner).

¿Pero qué habría pasado si Macri hubiese aceptado realizar la transmisión del mando ante la Asamblea Legislativa? Ella misma había maquinado cómo hacerlo: “Me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencia de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba”.

Para ella “era un acto de rendición”, como lo confiesa en las líneas siguientes. No tiene el menor pudor siquiera en disimular que antepone su persona y su orgullo personal al mecanismo consensuado por los usos y costumbres de la República desde su instauración.

En la apertura de la Asamblea Parlamentaria Eurolat -que convirtió en mitin con barras propias y discurso de barricada, un verdadero escándalo internacional (“bochornoso espectáculo”, calificaron en un comunicado legisladores europeos)- ratificó el poco respeto que le profesa a lo que representan los símbolos presidenciales, pero con un agravante mayúsculo: pretendió ser otro dardo envenenado al artefacto de su invención, el presidente Alberto Fernández, con el plus de “no se hace lo que hay que hacer”, lo que tácitamente ya incluye al propio mandatario en otra de sus “máximas” anteriores (“funcionarios que no funcionan”).

En Caracas, mientras tanto, en una supuesta cumbre antifascista, el presidente venezolano Nicolás Maduro dijo que su gran objetivo es acabar con la “dictadura comunicacional de Occidente, su narrativa y mentiras contra el surgimiento de un mundo distinto multicéntrico y multipolar”.

Mientras tanto, el papa Francisco volvió sobre una expresión bastante escatológica que habría hecho bien en evitar por lo menos en plena Semana Santa, que son los días de mayor recogimiento espiritual y hoy de celebración, por la “Pascua de Resurrección”: la palabra “coprofilia” que, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa “atracción fetichista por los excrementos”, que Su Santidad insiste en aplicar al periodismo y los medios de comunicación. “Algunos de los pecados en los que suelen caer los periodistas: desinformación, calumnias, difamación, coprofilia”, enumeró el pontífice.

Aquí también, más allá de que, como en todas las profesiones, hay personas y empresas que deshonran el noble oficio de informar, un mensaje de ese calibre tiende a ser leído universalmente como una generalización y, como tal, resulta injusta. Lo más inquietante es que termina siendo funcional a populistas del mundo odiadores intensos del periodismo, que lo citan casi a manera de aliado de sus propias causas.

Para el pueblo argentino su mensaje tiene un plus de gravedad porque a Francisco no debió escapársele el detalle que dirigió su carta a un periodista (Gustavo Sylvestre) que tiene una posición militantemente tomada dentro de la famosa “grieta”. En el encabezado de su misiva lo llama con cariño y confianza “Querido ‘Gato’” (tal su apodo) y, hacia el fin de su mensaje, le agradece “sanear la información”. Dadas las posturas por el momento irreconciliables que prevalecen en la Argentina, su mensaje no tiende a reparar heridas sino que profundiza ciertos abismos.

Hay algo, por último, que es denominador común en los tres -Cristina Kirchner, Nicolás Maduro y Jorge Bergoglio (nombrémoslo así, como gobernante, y no como vicario de Cristo): sus remilgos para decir lo que hay que decir sobre la cruzada criminal de Rusia en estos momentos. Y eso sí que tiene muy feo olor.

Fuente: La Nación

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