Lo más aguado de la natación
Tras más de una década practicando natación, me he dado cuenta de que lo más difícil de este deporte no es precisamente nadar. Por el contrario, son todas esas cosas que rodean el deporte.
Lo difícil de la natación es que se rige bajo la siguiente lógica de mercado: cuanto más pequeña es la prenda que necesites, más cara te sale. Es como votar por un socialista. Uno no entiende cómo una papeletica de votación tan pequeña termina saliendo tan cara. Aunque luego comprendes que en verdad no estás pagando por la prenda como tal, sino por una terapia de autoaceptación llamada “Mostrarte en Tangas” (que te deja con la duda de si te inscribiste en natación o en un grupo de soporte emocional para nudistas enclosetados).
Lo difícil de la natación consiste en dominar el arte de ponerte un gorro de látex en la cabeza sin que salga disparado como cohetón navideño. Y luego de ponértelo aceptar que, si te tomas una selfie con éste, saldrás con la cara tan estirada como la de estrella de televisión que no quiere perder el trabajo.
Lo difícil de la natación es que te exige tener más estómago que maquillador de muertos. Terminas viendo tanta celulitis, barrigas flácidas y várices, que ya no sabes si eres nadador o cirujano plástico. Además, te obliga a ver grandes cantidades de una parte del cuerpo que es más polémica que influencer buscando popularidad: los pies. Ves pies pálidos, con uñas largas, micosis, el dedo gordo metido, el dedo medio extralargo, el dedo pequeño sin uña, el talón agrietado, planos, de empeine peludo y con la planta negra. Y cuando ya logras superar la impresión de ver todos estos engendros dignos de una casa del terror; la natación te pone otro reto: alcanzar a un compañero de carril en el agua y, sin querer, tocarle la punta de los pies.
Lo difícil de la natación es que te reta a no parecer un pervertido. Sucede que en tu equipo siempre hay una mujer muy guapa, lo cual provoca que todos los hombres terminemos nadando con la cabeza curiosamente volteada hacia un lado. Por el contrario, las mujeres son mucho más discretas (aunque siempre termino dándome cuenta de cuando voltean a ver las bondades de este Michael Phelps hecho en socialismo).
Lo difícil de la natación es tu relación con el entrenador. Jamás entenderá que no puedes escucharle debajo del agua. Es como tratar de echar un chisme en una discoteca. Así mismo, te enseñará a administrar tus energías. Pero no tus energías para nadar veinte piscinas a toda velocidad, sino tus energías para no estrangularlo cuando se ríe de que acabas de tragar más cloro que una poceta.
Lo difícil de la natación es que te siembra dudas existenciales más grandes que la de “¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina?”. En efecto, la duda más trascendental que te genera es: “¿Hago pipí en la piscina o mejor me salgo y voy al baño corriendo como un pingüino?”.
Lo difícil de la natación es que te hace pasar pena en público. Sucede que puedes estar en un supermercado repleto de gente y toparte con un compañero de equipo. La cosa es que nunca lo saludas inmediatamente porque te cuesta reconocerlo. Finalmente lo identificas y le dices a viva voz: “¡¡Discúlpame ésa!! Es que no te reconocía con ropa”. Luego quedas estupefacto cuando el supermercado entero voltea a verlos como si fuesen miembros de un club swinger.
Lo difícil de la natación es que, gracias al cloro, dejas de tener cabello. Ahora pasas a llevar sobre tu cabeza una extraña paja seca que, con el tiempo, termina calificando como musgo de pesebre.
Sin embargo, tras una década de estar nadando, comprendo que varias de estas dificultades pueden ser superadas. Hoy, por ejemplo, puedo reconocer a mis compañeros de equipo con ropa, no llevo musgo sobre mi cabeza porque la calvicie la dejó como un desierto del Sahara para piojos y estoy totalmente seguro de que prefiero correr al baño como pingüino (para que además mis compañeras disfruten de este cuerpecito de Michael Phelps hecho en socialismo).
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