Entrevista a mi alarma despertadora
Luego de que a mi alarma del celular le diera por despertarme a las cinco de la mañana, interrumpiendo un magnífico sueño en donde llegaba una carta de mi banco diciendo que me perdonaba todos los préstamos que le debía; simplemente no aguanté más y la enfrenté para que no me hiciera agarrar más rabias de esas como cuando te retrasan una quincena de salario. Entonces me serví mi café, me senté, me envolví en una cobija y, mientras aún sentía en mis manos esa idílica carta del banco, increpé a mi alarma:
REUBEN: Estás clara de que cada vez que suenas, provoca agarrarte y lanzarte por la ventana, ¿no?
ALARMA: ¡Sí, ja, ja!… Por eso mismo fue que nos integraron al celular. Para que, si llegas a lanzarme, te quedes sin alarma y sin celular.
REUBEN: Ni menciones eso. No seas alarmista.
ALARMA: Entonces deja las amenazas que me disparo.
REUBEN: ¿Qué?… ¿Te vas a suicidar?
ALARMA: No, ¿de qué hablas?
REUBEN: ¿Falsa alarma?
ALARMA: Estoy hablando de que, si sigues, vuelvo a sonar ya, en este momento.
REUBEN: ¡Ni se te ocurra! Tú no sabes la rabia que agarro cuando escucho tu sonido en otro momento del día. Es como que de la nada alguien venga y te diga: “¿Viste que te queda un mes de vigencia en el pasaporte y no están dando citas para sacarlo?”.
ALARMA: ¡Perdón, pues! Si quieres me voy y te traigo un gallo para que te despierte todas las mañanas.
REUBEN: ¡Nooo, por favor! Porque si es por el gallo, me termino despertando todos los días a las cuatro de la mañana.
ALARMA: Aaah… entonces ves lo bueno que es programarme a la hora que tú quieras, ¿no?
REUBEN: ¡Totalmente! Además de que al gallo uno no puede darle un golpe para que se calle. Primero, porque te picotea de vuelta y segundo, porque puede terminar llegándote un representante de la Comunidad Defensora de los Derechos de los Gallos y las Gallas para meterte una demanda.
ALARMA: Entonces no te quejes.
REUBEN: No, yo sí me quejo. Sobre todo, porque ustedes las alarmas despertadoras ya no son como las de antes, que venían en un reloj gigante de agujas con dos campanas arriba a las que uno podía meterles un manotón que servía para dos cosas: apagarlas y descargar la rabia a la misma vez.
ALARMA: Qué tiempos aquellos, ¿no?
REUBEN: Sí… Ahora en cambio ustedes vienen en el celular y cuando suenan, uno tiene que despertarse bien y ponerse los lentes para medio calcular dónde es que está el bendito botón de la alarma en la pantalla para no pelarlo.
ALARMA: Bueno, pero si me dejas hablar te puedo dar unos consejitos para que te la lleves mejor con nosotras las alarmas despertadoras.
REUBEN: ¿En serio?
ALARMA: Claro, mira, puedes aplicar la de ponerme bien lejos la noche antes, como en el baño, por ejemplo. Para que a juro tengas que levantarte en la mañana a apagarme.
REUBEN: Tiene sentido.
ALARMA: Y lo bueno es que te evita caer en el agujero negro de la perdición mañanera.
REUBEN: ¿Cuál?
ALARMA: El clásico “déjame dormir cinco minuticos más”.
REUBEN: ¡Uy, verdad!
ALARMA: Porque mira que yo conozco a alguien que una mañana me apagó con la excusa de los “cinco minuticos más” y cuando se despertó, lo estaban esperando para cenar.
REUBEN: Sin alusiones personales, por favor.
ALARMA: Yo no estoy diciendo nombres y si no, te tengo una que no falla: poner de alarma un audio que te moleste mucho.
REUBEN: ¿Cómo así?
ALARMA: Bueno, si por ejemplo tú eres rockero, pones de alarma un reggaetón.
REUBEN: Infalible, ¿no? Aunque pensándolo bien, ya con el tiempo creo que conseguí una solución mucho más efectiva que tú jamás podrás aplicar, amiga alarma.
ALARMA: ¿Y de qué se trata?
REUBEN: De que seas papá o mamá de un niño que va al colegio. Porque automáticamente eso me terminó convirtiendo en lo que menos quería: una alarma despertadora para mi hijo.
ALARMA: ¡Ja, ja, ja!
REUBEN: Y con tu permiso, ahora te dejo porque tengo que ir a despertarlo. Se me está haciendo tarde.
ALARMA: Así es, ponte en mis zapatos… Y ojalá que tu hijo también esté soñando con la carta de tu banco.
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