Por si piensas hacer un picnic
En esos días de diciembre que van del 26 al 30, estábamos almorzando en la casa, aburridos cual perro sin su amo, cuando nos surgió una idea:
- Hagamos algo distinto estos días para disfrutar en familia.
- ¡Verdad, comamos afuera!
- Sí, algo sin tanta formalidad.
- ¿Les parece un picnic?
- ¡Dale!
Entonces vimos una foto en las redes de un picnic en un campo verde, soleado y con una cesta de mimbre sobre una manta de cuadros rojos y blancos en donde varias personas estaban sentadas y agarrando copas de champaña y canapés de jamón serrano. ¡Nos convencimos! Queríamos ser la familia de esa foto.
Así fuimos a nuestro picnic familiar en un parque. Aunque no teníamos una cesta de mimbre como tal, metimos todo en morrales y bolsas de supermercado, porque más podían nuestras ganas que nuestra pinta de marido recién botado.
Cuando llegamos, el parque estaba repleto. Como si todos hubiesen visto la misma foto que nosotros. Igual, fuimos buscando lugar entre toda la gente mientras el cielo se nublaba y nos dábamos cuenta de que la grama estaba toda seca. Finalmente, dimos con un espacio perfecto. Era del tamaño del piso de un ascensor. Un lujo, porque los otros que habíamos visto eran como el piso de un baño de autobús.
Entonces sacamos la manta y la tendimos algo avergonzados. Era una sábana de carritos. Pero ahí mismo nos dimos cuenta de que no estábamos tan mal, porque la de nuestros vecinos picniqueros era una sábana de Mickey Mouse manchada de cloro, por lo que parecía un Mickey con vitíligo.
Ya tendida, nos quitamos los zapatos para no ensuciar nuestra nueva propiedad privada y cada uno se sentó con las piernas cruzadas para comenzar el picnic. No pasó un minuto y tuvimos que recostarnos. No aguantábamos el dolor de coxis, el hormigueo en las piernas y que a todos se nos veía la alcancía. Hasta las hormigas del lugar se habían confundido pensando que eran tres nuevos hormigueros.
Así llegó el momento de brindar. Como temíamos que las copas y la botella de champaña llegasen partidas, cambiamos de plan y nos llevamos tres vasos plásticos y un termo con jugo de guayaba. Entonces lo servimos, brindamos y al poner los vasos sobre la manta, vino un ventarrón, los volteó y dejó a varios de los carritos de la sábana con sus choferes enguayabados.
De todas formas, nos volvimos a servir jugo para finalmente comer, pero al no tener canapés de jamón serrano por lo caros que iban a salir, hicimos sándwiches de atún. La cosa es que pasaron tanto tiempo apachurrados en el morral que, al sacarlos, ya parecían una masa.
Incluso así, dispusimos todo para comer cuando llegó un perro y se llevó un sándwich. Después aterrizó el balón de unos niños y voló todo. Y cuando fuimos a sacar más jugo y sándwiches para al fin comer, la bolsa estaba llena de hormigas.
Entonces fue ahí cuando decidimos ponerle fin de golpe al picnic. Bueno… tampoco tan de golpe, porque siendo adulto uno no debe pararse violentamente cual karateca. Más bien debe levantarse con cuidado, dejar que las rodillas truenen y luego agarrarse de algo para pasar ese mareo en donde uno ve más estrellas que telescopio de la NASA.
Y de repente, se nos ocurrió otra idea:
- ¿Por qué no hacemos otra cosa que disfrutemos más en familia?
- ¿Qué?… ¿Algo así como comer en un ambiente más tranquilo y sin tanto desorden?
- ¡Claro!… ¿Qué les parece si comemos en la casa como gente normal y corriente?
- ¡Dale!
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