Entre parada y parada [2da parte]
Lee la primera parte de Entre parada y parada aquí
Por Laura Andreina Rodríguez
larodriguez@guayoyoenletras.com
@IsLarv
En los planes principales, esto de irnos directo de Maracaibo a Mérida parecía bastante sencillo pero no en la práctica. Estando en la vía a Carora, nos topamos con una venta de natilla, leche y queso de cabra que estaba decorada con potes de agua rellenos de papel blanco guindados que parecían parte de una de esas protestas creativas en contra de la escasez y el desabastecimiento que se hacen en Caracas. El queso crineja junto con el pan que teníamos resultaron perfectos para acabar con el hambre y pensar bien si seguir hasta Mérida o parar antes a descansar. Mi papá recordó que el hermano de la tía Laudy vive en Pampán, un pueblo del estado Trujillo que estaba destinado a ser nuestra parada de regreso de Mérida.
Para mí, Pampán siempre fue un mito, en casa de la tía Laudy se nombraba el pueblo, mis papás prometían ir, sin embargo, nunca cumplían su promesa. Finalmente habíamos llegado, un pueblo tranquilo, pequeño, de esos que tienen casas grandes, viejitos sentados en el frente de la casa, niñitos corriendo por ahí y una licorería bien grande al entrar. Como soy experta en hacer chistes malos, no dudé en preguntar si el himno del pueblo era la canción de Wisin&Yandel: pam pam. Lo sé, estuvo terrible. El hervido de res, wifi y la hospitalidad de la familia Barreto Arias nos hicieron confirmar que quedarnos a pasar la noche ahí antes de seguir a Mérida fue lo mejor que pudimos hacer.
Sexta Parada: Ahora sí, el estado Mérida. No sé si era la misma carretera por la cual solíamos llegar mis abuelos y yo cada época vacacional durante mi infancia pero no recordaba absolutamente nada. Cada una de las montañas, de las curvas, de las cosas que veía en el camino, me fascinó cual si fuese la primera vez.
Primer día: Paramos en el Pico el Águila a tomarnos un chocolatico caliente y pasar el mal de páramo que atacó a mis dos abuelas antes de seguir en busca de un lugar en dónde quedarnos. Las miradas de propios y visitantes se posaban sobre mí como si fuera una bicha rara y desubicada traída del Caribe a causa de mis shorts, mi franelilla y mi cardigan que parecían muy buena opción para vestir en Pampán pero no aquí. Finalmente llegamos a San Rafael de Mucuchies, un pueblo del estado Mérida, muy cerca de la ciudad que de entrada y después de unos buenos guayoyitos y chocolates calientes, nos enamoró. Llegamos a una casita rosada muy bien adaptada a las tres B. Mi familia y yo no somos muy amigos de los animales a excepción de mi abuela paterna, mi papá y mi primita por lo que la presencia de dos perritas: Abi y Luna y la de la ovejita sin nombre nos chocó. Con la excusa de buscar un lugar en el cual almorzar y estirar las piernas, recorrimos todo el pueblito, sus fachadas y su paisaje nos tenían encantados. En el restaurant me fui por lo seguro: pizza, es lo mejor que se puede hacer cuando a uno no le gusta mucho la comida del lugar, los demás se echaron sus chascos y otros salieron encantados, yo no estaba dispuesta a correr el riesgo. Abi se me montó encima, parecía contenta de que llegáramos y ahí me enamoré, hubo un flechazo, olvidé que odio los pelos en mi ropa y me entregué al amor canino. La ovejita tuvo que sufrir el amor de mi primita como Furrball el de Elmyra. Todos enfrentamos el Ice Bucket Challenge sin que nos hayan retado ni quererlo al bañarnos. El frío, las campanadas a cada hora y el ataque de tos de mi primita no nos dejó dormir.
Segundo día: Para saciar la necesidad de compras de las mujeres de la familia, decidimos bajar al mercado principal de Mérida. Mi abuelo, mi hermano y yo optamos por tomar batidos de mora, fresa, tres en uno y hasta me atreví a probar el Levantón, un batido que consta de huevos de codorniz, huevos de gallina, ojos de toro que cortan en tus propias narices, fresa, melón, lechoza, piña, mora, brandy, vino, concha del árbol chuchuguaza, miche, ron, cerveza, licores secretos, leche tanto en polvo como líquida y cereales en polvo, vale destacar que no sabe tan horrible como uno se imagina pero un sorbito fue suficiente para satisfacer mi curiosidad. Me enamoré de la curuba, una fruta que me dio a probar mami en el mercado que parece un cambur manzano por fuera y una parchita por dentro. Los lugares que se recorrieron en la niñez, como las canciones y los libros, vale la pena repetirlos al crecer porque uno percibe cosas distintas y se lo disfruta de otra manera. En La Venezuela de Antier no perdí la oportunidad y participé en cuanta dinámica había, algunas estaciones que alguna vez me fascinaron, me parecieron la cosa más pirata del planeta y las estaciones que me resultaron más aburridas en algún momento, esta vez me llenaron de satisfacción y nutrieron mi conocimiento. La maestra Doris, mis profesoras de historia de bachillerato y la profesora Alexandra Mendoza pueden sentirse orgullosas, respondí todas las preguntas de Gómez y no caí presa en La Rotunda.
Bonus track: De San Rafael de Mucuchies a Pampán salimos por una vía en la que pudiésemos pasar por la Laguna de Mucubají para que yo la conociera pero nos pelamos la entrada a la laguna, sufrí bastante pero afortunadamente pude superarlo. Antes de llegar a Pampán, paramos en el monumento de la Virgen de la Paz y de bajada nos agarró un palo de agua, como dice mi madrina, parte del show. Paramos en un restaurant de carretera a comer y nos recibieron con mojo trujillano, un preparado que consta de huevos, cebollín, cebolla, leche, tomate, perejil, cilantro, sal, pimienta, aceite, sal, entre otras cosas, acompañado de caraotas negras y una arepa pelada, si todos coincidimos en algo fue en que aquel plato estaba MUNDIAL.
Séptima parada: Pámpan. La familia Barreto Arias es más masoquista de lo que pensaba, estaban contentos de que regresaramos. Llegamos al final de la tarde. Mi papá preparó una parrilla y la cerveza fue la mejor compañía para ese menú. El día siguiente, mis abuelos maternos, mi madrina, mi mamá y mi papá, se fueron a Isnotú, población de estado Trujillo en donde hay un monumento a José Gregorio Hernández al que mi madrina debía ir a cumplir una promesa pues a él le atribuyen el milagro de haber curado a mi primita Mariangel de meningitis. Me fui a recorrer un poco Pampán, con mi primita como cómplice, y terminé en el patio de la casa de una familia jugando con unos cochinitos, comprando chupetas en una bodega y aprendiendo palabras nuevas como “guamear”. Los religiosos volvieron de su recorrido y mi papá preparó unas pizzas y unas hamburguesas brutales.
Octava Parada: Barquisimeto. Compramos artesanías y dulcitos. Paramos en el monumento de La Divina Pastora, luego en La Flor de Venezuela en donde recibimos una charla muy al estilo de una exposición de bachillerato por una Barinesa que, para más ñapa, habló bastante de su vida y su experiencia en Barquisimeto. Nos tomamos fotos, lo típico.
El cansancio no permitió que disfrutara Barquisimeto como quería y la desesperación por llegar a casa nos hizo seguir a Valencia en donde pasamos la noche y dejamos a mi abuela paterna y mi primita, los demás seguimos a Caracas la mañana siguiente y una rolinera de uno de los carros impidió que mis papás y mi hermanito siguieran directo a Maturín y yo pudiera disfrutar de ellos. Sigo con ellos.
De este viaje nació en mí el deseo de recorrer las montañas merideñas en una moto, unos cuantos kilos de más y el acné se apoderaron de mi cuerpo, mami quedó disfónica, mi abuela paterna y mi primita quedaron engripadas y, bueno, tengo que correr a estudiar todo lo que no pude para el examen de Sociopolítica de la Comunicación.
- Lo que hay que saber sobre la declaración de ley marcial en Corea del Sur - 4 diciembre, 2024
- Bitcoin, imparable: a cuánto puede llegar su precio en medio del “efecto Trump” - 24 noviembre, 2024
- El extraño caso del hombre que estuvo desaparecido 30 años, reapareció con la misma ropa y no recuerda qué le pasó - 2 septiembre, 2024