Los presos políticos

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Por los calabozos de distintas cárceles del país han pasado, en todo tiempo de nuestra historia republicana, las más diversas y respetables figuras del pensamiento y la política nacional. Es por ello que muchos son los relatos de las torturas que han sufrido los presos políticos en Venezuela.

Cuando el General José Antonio Páez, héroe de la Independencia, cae preso al invadir por la Vela de Coro con intenciones de tumbar el gobierno de José Tadeo Monagas en 1848, lo encierran en una diminuta celda del “Castillo de San Antonio” en Cumaná donde no puede ver la luz del día ni  caminar más de tres pasos. Un oficial le trae comida una vez al día y lo acompaña en silencio mientras él come con las manos. Los guardias tienen prohibido dirigirle la palabra y le niegan visita y correspondencia. Para respirar aire fresco debe agacharse y pegar la cara contra el piso polvoriento, solo así puede sentir el hilillo de brisa que se filtra por debajo de la puerta.

En 1858, cuando la “Revolución de Marzo” del General Julián Castro entra a Caracas y el Presidente José Tadeo Monagas abandona la presidencia para solicitar asilo en la Legación Francesa, el General José Gregorio Monagas, “Libertador de los esclavos” y hermano del dictador derrocado, es apresado en Barcelona por las fuerzas del nuevo gobierno e inmediatamente trasladado en un buque de guerra hacia el Castillo “San Carlos de la Barra” en el Lago de Maracaibo.

Allí le colocan un par de grillos y lo encierran en una húmeda e insalubre mazmorra. Su ración diaria de alimento son migajas de pan mohoso y un pocillo de agua turbia y maloliente. A la semana empieza a mostrar síntomas de una terrible enfermedad. Tose con garganta áspera, le cuesta respirar, tiene la lengua aplomada y su saliva es pastosa. Además sufre de una sed insaciable y cólicos incontinentes, acuosos y amarillentos. Entonces el cólera no tarda más de dos meses en llevárselo a la tumba.

En el año 1859, al estallar la Guerra Federal, son muchos los hombres de letras que terminan en prisión tan solo por expresar sus ideas entre las páginas de la prensa. Tal es el caso de Juan Vicente González, un afamado escritor caraqueño que es arrestado y paseado en cadenas por las calles de la capital tras manifestarse contra la dictadura del General Páez. González tiene suerte de ir a la cárcel y vivir para contarlo pues durante los años de guerra es raro quien anda con preso amarrado y resulta más barato colgar a los alzados de un samán y dejarlos como presa de zamuro que la formalidad del debido proceso, gastar munición en fusilamientos y sepultar los cadáveres.

En el año 1929, durante los días de la dictadura del General Juan Vicente Gómez, las cárceles del país se abarrotan de presos políticos y la gente habla con terror sobre las más temidas prisiones del país, el “Castillo Libertador” en Puerto Cabello y “La Rotunda” en Caracas.

Entre los muros y calabozos del “Castillo Libertador” en Puerto Cabello se puede encontrar de todo un poco. Hay desde generales “chopo de piedra” que han vivido los tiempos de Antonio Guzmán Blanco y Joaquín Crespo como Juan Pablo Peñaloza y José Rafael Gabaldón, hasta jóvenes universitarios como Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco y Pío Tamayo.

Nadie tiene privilegios y todos se encuentran engrillados y torturados por el hambre, la sed y el salitre. Los lunes un plato de comida sin agua, dos días de poca agua y mucha hambre, uno de pan duro y agua y los otros tres días sin ración alguna. El presidio en el “Castillo Libertador” es un suplicio a largo plazo y los presos mueren de mengua y vejez como le ocurre a Peñaloza en 1932.

Si la vida de los reos del “Castillo Libertador” es un tormento, la existencia de los prisioneros de “La Rotunda” es un infierno. Allí también hay grillos, hambre y sed para todo el mundo, pero acompañados de golpizas, quemaduras con cigarrillos, lesiones en las partes íntimas y amenazas de retaliación política contra los familiares de los presos. Los caraqueños llaman a esta cárcel “La última morada” porque los únicos presos que salen de allí son los muertos.

Al cruzar sus puertas se puede ver un letrero que dice: “Al pasar el puente dijo una loca: cada uno se arrecha cuando le toca”. Tanto en muros, pasillos, columnas y paredes se pueden leer nombres, fechas y máximas. En una de las paredes hay una Virgen del Carmen pintada en carboncillo y debajo de esta se lee la siguiente frase:

-Hoy la cárcel es la fragua donde se templa el corazón de los hombres dignos.-

Jimeno Hernández
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