Alegrías miserables

Alegrías miserables

Venezuela, año 2004. Una niña de unos once años pasea con su abuela camino a la librería, ha esperado meses por esto y hoy por fin, logrará hacerlo. Después de haber ahorrado durante algunos meses, podrá comprarse su agenda Pascualina.

La niña está emocionada.

Llegan a la librería y se acercan al mostrador, la niña busca con la mirada. ¡Allí está!

—Buenas tardes, señorita –dice finalmente– ¿Me da una agenda Pascualina? Por favor.

—Cómo no –responde la vendedora– Aquí tienes, son 10.000 Bs.

La niña busca en su bolso, saca una pequeña cartera de Hello Kitty donde guarda un billete de un color marrón rojizo, con un señor llamado Sucre impreso en él. Lo entrega.

—Gracias –se despide y sale de la librería con su abuela, feliz, porque sentía que haber hecho un sacrificio para ahorrar esos meses había valido la pena.

Venezuela, año 2016. La niña ahora es una mujer que está a punto de graduarse de la universidad. Son las cinco y media de la tarde y va en la camioneta que va de Plaza Venezuela a San Antonio de Los Altos.

Está cansada, agotada y preocupada, pues la esperanza de que esto mejore es cada vez más pequeña. Se baja en la parada que está frente al Centro Comercial O.P.S., ve una cola que empieza a formarse a las afueras de la panadería.

— ¡Van a sacar pan! –piensa. Se apresura a cruzar la calle para llegar a la panadería.

— Buenas, ésta cola es para comprar pan ¿verdad?

—Sí.

—Gracias –y allí se queda.

Ya son las seis y media y aún no han sacado nada, la chica empieza a arrepentirse pues quería llegar a su casa pronto para enviar un correo a su tutor de la tesis, luego piensa en su familia: mamá, papá, hermanas. En su abuela y en lo mucho que le gusta el pan con mantequilla.

—Bueno, equis –dice para sí– ya estoy aquí.

De pronto una idea la paraliza.

— ¿Cuánto cuesta el pan? –se pregunta, buscando su cartera rápidamente– 100, 200, 300… ¡Me faltan 80 Bs!

La cola empieza avanzar y la chica se desespera, empieza a buscar en todos los bolsillos de su bolso: 40 aquí, 50 allá. Tiene suerte, consigue 90 Bs con todos los vueltos regados por los bolsillos. Entra a la panadería y le venden algo que llaman campesino, pero parece una canilla con esteroides.

Paga y sale. Son un cuarto para las siete.

La chica siente algo así como alegría.

— ¡Lo logré! ¡Compré pan! ¡Gracias a Dios!

Ve la canilla y sí, siente una alegría que sólo dura unos segundos, el tiempo que le tomó darse cuenta que para mañana en la noche ya se le habrá acabado el pan, sin tiempo y dinero para invertirlo nuevamente en hacer una cola.

La chica bajó la cabeza y empezó a caminar de nuevo a la parada, con su bolsita en la mano.

—Me siento tan miserable –murmuró.

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