Dictaduras buenas

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Hace apenas unos tres años, cuando se hablaba de dictadura en Venezuela todo el mundo, incluso, en las aulas de  postgrado, decía que era imposible que llamáramos  de ese modo a un gobierno autoritario,  y se justificaba con el argumento de las miles de elecciones que se habían realizado en el país desde los tiempos de Hugo Chávez.

No había manera de explicar que una dictadura  no se mide por el número de elecciones, ni porque aparentemente existan poderes públicos. Una dictadura es  la concentración del poder en una sola persona o en un grupo que dicta las leyes a su conveniencia, sin respetar el contrato social ya establecido que incluye los derechos humanos.

Quizás en Venezuela en ese momento la ciudadanía no terminaba de aceptar que lo que tenía en frente era dictadura porque la referencia eran las  de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, quienes arribaron al poder forzadamente.

Pero el  problema  más allá de eso es la clasificación de la dictadura: buena y mala. Y esto se lo debemos en  parte  a los comunistas porque ellos en su delirio de poder, contemplan que la  dictadura buena es la del proletariado.

El partido comunista aprovechó muy bien la hostilidad de Pérez Jiménez hacia ellos para  victimizarse e irse metiendo en el imaginario venezolano como  defensores de la patria, a través del doble discurso sobre igualdad social, libertad y todo el pastiche ideológico que usan  para empoderarse. Pero por otro lado, tenemos a los defensores del Perez jimenismo con la bandera de la seguridad: En tiempos de mi General uno podía dormir con la puerta de la calle abierta, dicen los nostálgicos, así que, esa dictadura también gravita en el imaginario de algunos como buena.

¿Cómo puede ser buena una dictadura, si  semánticamente ya implica una restricción a la libertad y una violación a los derechos humanos?

Los dictadores del proletariado han insistido en hacerle creer a los desfavorecidos que el poder es compartido y para ello les hacen cariñitos psicológicos, visibilizándolos por el canal del Estado  y  en pendones millonarios que cuelgan en calles y avenidas, pero en casa:  ollas vacías,  cocina apagada,  estómago rugiendo.

Cómo fue posible que mucha gente no se percatara del talante dictatorial de Hugo Chávez cuando cerró RCTV. Cómo hubo tanto aplauso cuando mandó a cerrar numerosas emisoras.  Cómo pueden existir Escuelas de Comunicación Social dirigidas por comunistas, si  justamente son los primeros en restringir  la libertad de expresión, pero  claro,  esto lo vemos desde  la democracia, porque desde el lado dictatorial bueno, la hegemonía comunicacional es una maravilla. Te informo lo que me interesa, o peor aún,  te informo como a mi me de la gana, es decir, te desinformo.

Venezuela tiene mala memoria, no recordó a los presos políticos de La Rotunda ni a los de Guasina cuando votó por Hugo Chávez,  y ahora se asombra de que exista una Tumba o un Ramo Verde. No sabemos a quien echarle la culpa de ese olvido, tal vez sea al sistema educativo o a nuestros libros de historia que poco los mencionaron luego de la dictadura buena de Marcos Pérez Jiménez.

Guasina es un lugar casi ficcional que encontramos en Se llamaba SN, novela de José Vicente Abreu, donde podemos refrescar la memoria de la tortura y que   debería ser de lectura obligatoria en los programas de castellano y literatura de Bachillerato, una vez que salgamos de la pesadilla roja que hoy nos agobia.

Memorias de un venezolano de la decadencia de José Rafael Pocaterra, Un ciervo herido del cubano José Félix Vieira, son  novelas que describen cómo los dictadores de cualquier signo,  son violadores de los derechos humanos y transgresores del orden democrático. Estas obras deberían estar presentes en cada uno de nosotros,  no sólo por el valor literario que contienen sino, porque son la alarma que nos recuerdan la importancia  de la democracia y la libertad.

Las dictaduras no son de ningún modo buenas, ni siquiera cuando se instalan a través del sufragio como ha pasado en Venezuela,  son sinónimo de tortura, persecución, presos políticos, desaparecidos. Los países del Sur conocen muy bien  esta tragedia porque cuando la vivieron,  la muerte rondada a diario sus casas,  y es que hay maneras de morir en dictadura, algunas, por intervención directa a quemarropa, otras, por mengua: sin medicinas, sin comida, sin oportunidades.

Ya lo dijo Santiago Carrillo en España: dictadura, ni la del proletariado.

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