Los piratas del Siglo XXI

“No me gustaban las labores campestres, ni el cuidado de la casa que cría hijos ilustres, tan solamente me gustaban las naves con sus remos, los combates, los pulidos dardos y las saetas; cosas tristes y horrendas para los demás y gratas para mí, por haberme dado algún dios esa inclinación, que no todos hallamos deleites en las mismas acciones.”

Homero: Odisea, Rapsodia XIV.

Desde los inicios de la historia de la navegación se habla sobre los piratas, sujetos crueles y despiadados que se embarcan en la aventura de cruzar los mares ondeando la bandera negra y perpetrando saqueos y masacres. Temidos delincuentes que se dedican al bandolerismo y viven atacando y abordando navíos con el propósito de despojarlos de su carga, exigir rescate por su tripulación, convertirlos en esclavos o simplemente aniquilarlos y apoderarse de la barca.

En su tercer viaje, Cristóbal Colón confundió las tierras del Nuevo Continente con el Paraíso Terrenal y, desde la lejanía de la Península Ibérica, autoridades eclesiásticas y políticas de la Corona colocaron a sus puertas, o mejor dicho sus costas, un arcángel jurídico para custodiar el Edén.

El Imperio Español únicamente podía mantener control sobre sus lejanas colonias mediante un tráfico naval continuo y operaba bajo el régimen de “mare clausum”, o piélago exclusivo para las naves del Imperio. El pase a Las Indias requería Licencia Real y esta únicamente podía ser concedida por su Majestad, así lo determinaba la Ley Primera del título 26, tomo IV, de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias.

Tal disposición no evitó que fueran muchos los piratas cuyos nombres se convirtieran en leyenda y sinónimo del terror durante aquellos remotos tiempos. En las Antillas fundaron sus bases y en las aguas del Caribe dedicaron sus vidas a la fechoría, azotando las poblaciones costeras de los territorios de ultramar.

Juan Manzano y Manzano, historiador español especializado en la figura de Cristóbal Colón, afirma que este descubrió Cubagua en el año 1494. Según sus estudios, el piloto de aquella expedición, Hernán Pérez Mateos, dejó testimonio que el Almirante llegó a la isla de las perlas en su segundo viaje a Las Indias y lo mantuvo en secreto de la reina Isabel.

Fue a principios del Siglo XVI, cuando empezaron a circular en España los rumores de tres islotes plagados de ostrales ubicados entre la Península de Paria y Río de el hacha, que iniciaron 100 años de expediciones organizadas por aventureros empujados por la sed de riquezas que despertaba el Paraíso Terrenal.

Estos intrépidos, seducidos por la leyenda de “La isla de las perlas”, decidieron zarpar del muelle más cercano y echarse a la suerte del océano, las tormentas,  los monstruos marinos y las cataratas que daban hacia el vacío al borde del mundo plano.

Para 1500, unos años después de regarse la noticia, ya habían en Cubagua más de 50 conquistadores instalados en una ranchería que bautizaron como “Nueva Cádiz”, primera fundación europea en América, y todos sus habitantes se dedicaban a la búsqueda de las preciosas gemas de nácar.

Un cuarto de siglo bastó para que estas tres islas fueran elevadas por el Emperador Carlos V a la “Provincia de Margarita”. El negocio de las perlas no tardó en estimular el comercio con las cercanas provincias de Venezuela y Nueva Andalucía. El cobro de impuestos, contrabando y tráfico de esclavos fomentaron la presencia de corsarios y piratas en los alrededores de lo que hoy se conoce como el Estado Nueva Esparta.

Las presas favoritas de los piratas del Caribe eran los galeones, inmensos y lentos barcos que partían desde los puertos de Cartagena, Portobelo, Veracruz, La Habana, Santiago de Cuba y Santo Domingo cargados de oro mexicano, plata del Potosí y ricas cosechas de cacao y tabaco del resto del continente. Eso no evitó que estos azotes del mar también atacaran poblaciones, siendo Margarita una de las más asaltadas.

Desde el año 1528 en adelante los asentamientos en Margarita fueron víctimas de los ataques de temibles piratas. Aquel año un renegado español llamado Diego Ingenios atacó Nueva Cádiz, siguieron su ejemplo los franceses Jacques de Sores en 1555 y Jean Bontemps en 1567, así como los ingleses Francis Drake en 1587 y John Hawkins en 1589, todas estas embestidas acarrearon cuantiosas pérdidas de bienes, tesoros, pertrechos militares y vidas humanas.

Uno de los ataques más famosos en territorio Venezolano ocurrió en junio de 1595, cuando el corsario inglés Amyas Preston tomó la fortaleza de La Guaira, repelió con sus arcabuces a una tropilla de soldados españoles y decidió marchar sobre Caracas. Mientras los protectores de la ciudad lo esperaban en el camino real, Preston optó por atravesar la montaña y apareció el mediodía del 8 al mando de 150 hombres frente a la ciudad.

La Plaza se encontraba prácticamente abandonada, sólo un grupo de jinetes opuso resistencia pero terminó huyendo al verse superado en números. Fue una vez acobardados los protectores de Caracas que apareció, sobre un corcel, un caballero vestido de armadura, casco y con lanza y espada en las manos. Se trataba de Don Alonso Andrea de Ledesma, un anciano que fue el primer alcalde y corregidor de Santiago de León, quien salía como última línea de defensa.

Tal escena le causó gracia a Preston, quien, después de soltar una carcajada, mandó a capturar con vida al viejo loco. El veterano dio fiera batalla y le causó numerosas bajas al la tropa del pirata inglés, tal fue la tenacidad de aquel valeroso guerrero que a los hombres de Preston no les quedó de otra opción que derribarlo a tiros del caballo.

Aquel día saquearon hasta la iglesia y Caracas entera fue reducida a cenizas, relato que parece una nimiedad al ser comparado con las barbaridades cometidas por los piratas del Socialismo del Siglo XXI.

Jimeno Hernández
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