En el aluvión discursivo rueda de todo: desde impresentables hasta académicas redescubiertas.
Feminismo y cambio de época

El feminismo cambió la conversación. Como todo proceso en evolución, nos está obligando a rever creencias adquiridas, a redefinir otras y, en todo caso, a ejercer la crítica en la discusión. En el aluvión discursivo rueda de todo: desde personas impresentables como Malena Pichot hasta académicas redescubiertas como Camile Paglia.

Esta semana, en Infobae, el abogado Sebastián Sal escribió una columna provocadora titulada “Los proyectos de ley de aborto legal: un gran logro masculino”. Allí planteó que “en ninguno de los proyectos presentados se establece que las mujeres, deseosas de ser dueñas de su propio cuerpo, como si no fuera así, tengan que contar con el consentimiento del hombre que fecundó el óvulo para abortar. Estamos hablando, obviamente, de los casos en los que se sabe quién es el padre y en los que no son producto del delito de violación, ya que sería ridículo consultar a un violador para abortar. Pero, en los demás casos, en los que se sabe quién es el padre y el embarazo es producto de una relación consentida, la ley tampoco menciona a los hombres. Es decir, el varón no tiene ningún derecho sobre el embrión que, según estos proyectos feministas, es “propiedad” exclusiva de la mujer. Para ser más claros, una mujer casada bien podría abortar sin siquiera preguntarle a su pareja, que en este asunto no tendría ni voz ni voto. Ahora bien, si los hombres no van a tener derechos sobre esa vida en gestación, ¿por qué deberían tener obligaciones?”.

Entre los intelectuales de Nueva York, donde el Me Too se ha convertido en una especie de Biblia que nadie se anima a cuestionar, el nombre de Leon Wieseltier, editor durante décadas de The New Republic, ha sido incorporado a la blacklist, lo que le valió ser despedido de su nuevo proyecto editorial, la revista Idea, que suspendió su salida.

Vale la pena revisar las acusaciones que pesaron sobre Wieseltier:

—Le preguntó a mujeres en la oficina sobre su vida sexual y les habló de la propia.

—En una ocasión entró en detalles sobre los pechos de una ex novia.

—Según un testimonio “obligó a una mujer a mirar una fotografía de una escultura desnuda en un libro de arte y le preguntó si había visto alguna vez una imagen mas erótica. Ella describió que estaba conmocionada y asustada durante el incidente”.

—Comentó sobre lo que llevaban puesto las mujeres en la oficina e, incluso, les dijo que sus vestidos “no eran lo suficientemente ajustados”.

—Le escribió una nota a una empleada en la que le agradeció por llevar una minifalda.

—Tocó la espalda de una mujer (hablamos de la parte superior de la espalda).

Los hechos mismos lo describen: Wieseltier es un sobón, un baboso, un pesado. Pero, por ahora, la estupidez o el machismo social no son un delito penal. Ninguna de las denuncias –como en todos los otros casos- fue judicializada porque no hay encuadre actual para hacerlo. Pero a Wieselter le costó la carrera.

No conozco a Wieselter y no tengo interés alguno en defenderlo, pero me pregunto si –como reacción culposa a décadas de haber ignorado el asunto- la sociedad no está sobreactuando su corrección política al punto de volverse tan autoritaria como el machismo que intenta combatir.

Acusaciones informales sobre hechos que sucedieron muchas veces hace décadas logran un impacto social superior al que lograría, incluso, una condena formal. No estoy, es obvio, hablando de violaciones, abusos físicos, etc. Pero debe notarse la paradoja: el asesinato prescribe a los diez años, comentar una minifalda conlleva perpetua. Es también sensato que sea el testimonio de la víctima el que tenga mayor peso frente a delitos de difícil prueba. Pero que la sociedad otorgue una especie de infalibilidad papal a ciertas denuncias puede ser tanto o más peligroso que el delito que se persigue.

Esta columna consultó a varios abogados del foro local frente a un fenómeno creciente: las denuncias falsas por pedofilia en del marco de divorcios conflictivos. Según la doctora Mariana Gallego “lamentablemente es más común. No necesariamente en los divorcios, también en parejas que se separan sin estar casadas pero con hijos. No sé si hay estadísticas oficiales que comprueben esto. Te puedo hablar de lo que pasa adentro de mi estudio. Yo recibo, por lo menos, dos consultas semanales de padres que por distintos motivos fueron denunciados por sus ex parejas por situaciones de abuso. Actualmente tengo muchos en trámite y con causa penal, no solo civil. Algunos por suerte los pudimos parar a tiempo y otros hace años que no ven a sus hijos. En la mayoría de los casos es un abuso sexual sin acceso carnal. Por ejemplo, la madre dice que el papa le hacía jugar al juego del dedito (el nene se tiene que meter el dedo en la cola). Otro caso decía que el papá le hacía mirar las tetas de la nueva pareja. En la mayoría de los casos estas denuncias son desestimadas a lo largo del proceso y en algunos casos los chicos son manipulados previamente. A veces son cosas chiquitas que no llegan a ser abusos y la madre lo magnifica.(…) Cuando se habla de denuncias falsas se necesita un juez que diga que la denuncia es falsa, y esto nunca ocurre. No hay una causa que determine que la denuncia es falsa. Lo que está claro es que cuando arreglaron la cuestión económica se retira la denuncia”.

Para Bernardo Beccar Varela “si la denuncia es de tal gravedad que se transforma en una denuncia penal ya no es tan fácil levantarla. Si se trataba de violencia verbal en la convivencia tal vez con la separación pierda mucha importancia y luego se converse para levantar la restricción”.

Para Mauricio D’Alessandro estas denuncias sí están en aumento: ”Es algo que define el divorcio porque ya lo tenés al hombre en una causa penal y por lo menos le quitás lo más importante que es el acceso a los hijos. Hay cosas que antes no eran vistas como abusos y ahora la gente está más alerta. Hace diez años era común que un padre se bañara con los hijos. De estas denuncias prospera una de diez. Habitualmente los hombres y las mujeres despechados de la nueva pareja de la mujer denuncian casos de abusos. Si hay conflicto, al menos la mitad de las veces denuncian que en la nueva relación pasan cosas que pueden afectar la psiquis del chico. La mitad de las denuncias son exageradas; por ejemplo que un grito es violencia psicológica”.

La paranoia social sobre la pedofilia-¿hace falta decir que es un delito execrable?- ha naturalizado una conducta triste: hemos dejado de acariciar a los chicos o lo hacemos con la prudencia de quien se siente observado. Hay un largo camino por recorrer, hay mucho para discutir y lo peor que podemos hacer es transitar ese camino en silencio por miedo a ser “malinterpretados”.

Informe: Juana Bugallo

Crédito: Clarin

(Visited 171 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras