Rómulo Gallegos, parlamentario

Reproducción: Edición especial de la revista Élite (Caracas, nr. 1168 de 1948), dedicada a la investidura presidencial de Rómulo Gallegos. “Principalmente, lindas señoritas”,  la nota fotográfica resalta la petición constante de autógrafos al novelista. Cabe destacar que  una personalidad pública, ascendida al poder, era accesible en el país de entonces; que los autógrafos de ayer y, por supuesto su colección, equivalen hoy a un selfie; y el sempiterno de entonces, no era considerado un mal hábito.

Cincuenta años atrás, falleció Rómulo Gallegos. La curiosa, por cínica, nota alusiva en la que ponen a Maduro Moros a recordar la fecha,  en las redes sociales, contribuye al necesario contraste, pues, por lo pronto, el uno fue diputado en el difícil e inmediato período post-gomecista, desplegando un extraordinario trabajo y marcando las diferencias necesarias con el gobierno de entonces, mientras que el otro, incluso, llegó a presidir una Asamblea Nacional desparlamentarizada, entendiéndose como el privilegiado emisario de una dictadura que hábilmente se enmascaró.

El otrora Congreso Nacional, al que perteneció Gallegos, además, como senador vitalicio, con todas sus vicisitudes, albergó a importantes referentes en el largo periplo que concluyó con la aparición de la Asamblea Nacional, caricaturizada previamente por un Congresillo, en el siglo XXI.  Con las excepciones que confirman la regla, forzada la comparación, el desempeño de aquél que podemos calificar de parlamento ilustrado o moderno, aún en sus etapas de aguda crisis, luce superior a ésta que sólo, por un eufemismo, puede tildarse de post-moderno.

Quien acceda a los discursos pronunciados por Gallegos en la cámara baja o en la alta, podrá constatar inicialmente tres notas importantes: era, porque se sentía, parlamentario al asumir cabalmente sus responsabilidades; inquieto, fue capaz de fijar postura sobre los más variados temas, deslindándose de las actuaciones gubernamentales con el arma irrenunciable de la sensatez; y, nada pueril el dato, asistió regularmente a trabajar. Gracias a la compilación de los discursos pronunciados entre 1937 y 1940, prologada con tino por Gonzalo Barrios, acuñada bajo el sello editorial de Centauro (Caracas, 1981), es fácil constatar el testimonio que rindió Simón Alberto Consalvi al periodista Ramón Hernández, en la larga entrevista significativamente intitulada “Contra el olvido” (Alfa, Caracas, 2011): Gallegos fue un parlamentario estudioso.

Por cierto, escandalizado el pequeño grupo de amigos que alargaba espontáneamente una taza de café, alguna vez manifestamos que no gustábamos de “Doña Bárbara”, independientemente de su temática, considerando superior otras novelas del caraqueño (y quizá inevitable positivista), como tampoco estimamos que Los Beatles fuesen el hito revolucionario del género, más allá del inmenso fenómeno comercial que representaron. Esto es, si de clásicos tratamos, son tales en la medida que soportan y sobreviven a la crítica inexorable del tiempo, mostrando otras facetas y ángulos que autorizan la curiosidad – digamos – creadora.

Aquel 5 de abril de 1969,  mamá preguntó si deseábamos ir a la sede legislativa donde velaban a Gallegos: ella, tomó de la mano al escolar para un recorrido en el Capitolio Federal que culminó con un instante tributado al maestro, perdida por siempre la tarea auto-asignada que leyó la maestra. Evocamos muy bien el momento al acudir puntualmente a nuestras labores, meditando sobre la otra mirada que, medio siglo después, va esculpiendo los espacios bajo un distinto y antes impensable desafío.

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