La Dolce Vita

Los habitantes de cualquier nación pueden sufrir de estrés por el ajetreo y las tribulaciones derivadas de la vida diaria, aunque sus instituciones funcionen con normalidad; pero si  los servicios básicos no trabajan con eficiencia y las angustias se deben a la dificultad de satisfacer necesidades primarias, se pueden producir efectos más severos en la población, siempre  teniendo en cuenta que no todas las personas reaccionan igual ante un evento, pues nadie tiene las mismas herramientas de otros, para protegerse de los avatares vitales.

En situaciones críticas, muchas personas empiezan a sentirse estancadas, con un sentimiento de inutilidad, de improductividad; pueden pasar el día apurados tratando de hacer mil cosas y terminar con una sensación de no haber logrado nada.

Muchas son las formas que la gente elige para defenderse de estos malestares, siendo una de ellas la evasión, que puede tomar diversas vías: desde la ingesta compulsiva de alimentos, unos tragos de alcohol, la Internet, el juego, el sexo, las compras compulsivas o cualquier otra actividad potencialmente adictiva. Evidentemente dependerá de las características de cada persona.

Hay quien sueña con la jubilación, para dedicarse a lo que de verdad siempre ha querido hacer pero nunca ha podido,  por tener que trabajar en algo que no le gusta para sostenerse económicamente y levantar a una familia; otros simplemente aspiran a no hacer nada como no sea divertirse, incluso sin haber llegado a la etapa del retiro, dedicándose a la “dolce vita”,  pero esto puede encerrar algunos peligros.

Por un lado, es bien sabido que un elevado porcentaje de quienes se jubilan y se dedican a no hacer nada, terminan enfermándose  precisamente por la falta de actividad y tal vez más aún, porque sus vidas pierden el verdadero sentido, llevando una existencia aburrida o peor aún, vacía.

Pero en otros casos  no se trata de jubilados sino de  personas jóvenes, en el esplendor de su época productiva quienes viven de manera automática sin detenerse a explorar su verdadera razón de vivir, pues esa prisa angustiosa de la cotidianidad se los impide.  También existe otro grupo desorientado, con dificultades para verse a sí mismo por otras razones y que se dedica a realizar una serie de actividades improductivas que sólo le reportan satisfacción momentánea pero a la larga le causan frustración.

El genial cineasta Federico Fellini lo ilustra de manera maravillosa en su gran obra “La Dolce Vita”, cuyos personajes se dedican durante las veinticuatro horas del día a la diversión, de manera casi compulsiva; jóvenes y viejos, hombres y mujeres van siempre en grupo, de un lugar a otro, en eterna y festiva gira que termina mostrando a unos seres cansados, aburridos y vacíos cuyas vidas carecen de sentido.

Probablemente el sentirse útil y productivo es un bien de incalculable valor para un porcentaje mayoritario de  personas, sin importar su edad; en este sentido se expresa el sociólogo Zygmunt Bauman, quien habla del “instinto profesional” como un elemento común en la gente, cuya realización produce gran satisfacción. Señala que el uso de la habilidad o la inteligencia  en la realización de una tarea complicada o en la superación de un gran obstáculo, es una condición vital de la autoestima, difícil de reemplazar y que además genera felicidad por el respeto hacia uno mismo.

El psicólogo Abraham Maslow,  sostiene una teoría jerárquica de las necesidades humanas, de modo que  las más básicas se deben satisfacer primero, para que luego surjan otras más elevadas, en una secuencia que deja a la autorrealización como la última o más tardía en lograr.

Aunque en muchos casos puede darse esta secuencia, tal como Maslow la concibe, no necesariamente este orden es de obligatorio cumplimiento, pues las necesidades pueden satisfacerse de manera simultánea, cubriendo las  básicas a través de las más elevadas. ¿Cómo podría conseguirse esto?

La respuesta sería armonizando la vocación profesional con el sustento o en otras palabras, trabajando en lo que se ama. Desafortunadamente no siempre es posible, especialmente en períodos de crisis; sin embargo es útil recordar que precisamente las crisis  implican la apertura de nuevas posibilidades.

Al margen de las dificultades que se tengan o precisamente por ellas, es importante tomarse un tiempo para hacer un viaje interno de autoexploración. El encuentro, el conocimiento y la aceptación de uno mismo es la mejor herramienta para obtener una mejor comprensión del mundo y con ello una vida más satisfactoria, ya que mejor se ama lo que bien se conoce, se trate de los demás o de uno mismo.

Mariela Ferraro
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