El tiempo de los otros

El venezolano suele ser calificado como alguien informal en lo que al cumplimiento de compromisos se refiere, especialmente en relación con la puntualidad; pero eso no es más que otro prejuicio de los muchos que existen sobre nuestra idiosincrasia,  pues no se puede meter a todos en el mismo saco.

Es cierto que a muchas personas les  cuesta llegar a tiempo a una cita, aunque se trate de  una actividad divertida; ante esto surge un abanico de posibilidades sobre las razones que originan la tardanza, que dependen del caso y de las personas involucradas. Igual ocurre cuando se trata no ya de llegar tarde, sino de no asistir; en ambos supuestos, las razones pueden ser más o menos evidentes en algunos casos, en otros pueden estar muy ocultas, de manera que el impuntual o incumplidor no sabe por qué lo hace.

Puede ocurrir que alguien acepte acudir a un encuentro sin desear hacerlo, para “no ser antipático” en el momento de asumir el compromiso; pero al pensarlo  mejor, decide no cumplir lo ofrecido faltando a la cita y en algunos casos sin siquiera avisar, desvalorizando así el tiempo del otro. Esta falta de aviso, también puede deberse a diversos motivos, que van desde el miedo a ser mal visto por incumplir, con el consecuente rechazo,  hasta la indiferencia absoluta ante lo que el otro pueda sentir.

Cambiar de opinión es válido y todos tienen derecho a reconsiderar cualquier decisión, pues forma parte de las libertades personales, pero ¿Qué pasa con el tiempo del otro? Evidentemente queda perdido  y la forma en que este otro lo asume, igualmente depende del caso y de su manera de ser.

Situaciones como esta, revelan falta de claridad en los límites de la persona que incumple,  tanto en lo que se refiere a ella misma, como en lo que al otro incumbe, pues quien abusa del otro, sin saberlo abre la puerta para que los otros abusen de él.

 Cuando asumimos una obligación, sea una de gran envergadura como elegir una profesión  u otra de importancia momentánea como acudir a una cita, es necesario que tengamos claras las razones para decidir y ellas deben  ajustarse a lo que deseamos. Al tener claros estos motivos, los límites también quedan definidos y podemos actuar respetándolos, tanto los nuestros como los de los demás. 

  Una vez que se tiene claridad sobre las razones para decidir, se actúa en consecuencia, no aceptando hacer algo que no se desea, ni abusando del tiempo del otro; para esto es necesaria la comunicación asertiva, que implica hablar a los demás de lo que se piensa o se quiere, de manera directa, sincera y adecuada. 

Podría parecer muy fácil pero puede no serlo tanto; por un lado, muchas personas  confunden el buen trato, con la imposibilidad de decir “no”, pero de ningún modo es lo mismo;  estas personas se sienten sin derecho a pensar o actuar contra los deseos de los demás; otras en el extremo opuesto, piensan que lo importante es lo que ellos mismos opinan o sienten y que los deseos de los otros no cuentan, de modo que  dicen lo que piensan cayendo incluso en la ofensa o la agresión.

Expresarnos con asertividad implica tener claro lo que sentimos y pensamos, considerándonos libres para pensarlo y sentirlo, pero también teniendo presente el respeto que le debemos al otro, teniendo  la capacidad de ponernos en su lugar para entender lo que él puede sentir y así evitar abusar de él y al mismo tiempo impedir abusos hacia nosotros. 

Todo esto se puede resumir en la antigua regla ética: “No le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. 

Mariela Ferraro
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