EL PAPEL DE SU VIDA
Por Edwing Salas
El rostro que Reinaldo miraba cada día frente al espejo ya no estaba. En su lugar veía la cara del hombre más famoso del mundo en la última década. Estaba listo para representar su mejor papel.
De ser un fracasado actor cómico e imitador, por necesidad, por fin, sería reconocido como un verdadero actor de carácter, en el rol más importante de su vida. Jamás pensó que el personaje que él imitaba tan bien, como muchos otros, y que le había provocado la salida de un show de televisión, lo rescataría convirtiéndolo en un ave fénix.
La fama y el poder habían llegado. En diez minutos se dirigiría al país por primera vez. Atrás quedaron los días de sobrevivencia para pagar la pensión, la lucha con los malcriados dramaturgos teatrales, con despiadados ejecutivos de los canales, con los insensibles jefes de casting, con los tiránicos directores de cine y televisiòn.
Pasados ya seis meses, las sesiones de trabajo para ajustarse al personaje no han sido fáciles. Trabajar con estos hermanos ha sido más difícil y exigente, quizás, que trabajar con Los grandes de Hollywood, como los Hermanos Wachowsky, Los Cohen o Los Hughes Bros.
Los hermanos con los que trabajaba Reinaldo si eran arrechos de verdad, no como esos bobos gringos. Con estos dos, si no sigues todo al pie de la letra, estás acabado, literalmente.
Hasta tuvo que someterse a varias cirugías, que incluyeron cuerdas vocales, para tener el mismo tono de voz , según el perfil del personaje, aunque él se lo sabía todo al dedillo. Lo demás fue como unas vacaciones pagadas en una isla paradisiaca…literalmente.
Ya no veía un fracasado cada vez que se paraba frente al espejo. Ahora veía a un hombre nuevo. A su memoria llegó aquella escena de «Face Off» de John Woo, cuando Castor Troy se reconoce dueño de la situación al tener el rostro de su antagonista, el chico bueno de la película. A veces la realidad imita al arte.
Ahora el mejor sería él. Pagarán todos aquellos que lo despreciaron, las mujeres que lo abandonaron porque no ofrecía ningún futuro, los que nunca creyeron en él, los que le habían negado trabajo por feo y falta de chispa. Esos sentimientos venían a él y le ayudaban a construir el personaje al que la vida le impuso representar, gracias al cielo, por asares de aquello que llaman destino.
El Reinaldo Félix de 50 años que todos conocieron, estaba muerto y enterrado, con lápida, dedicatoria y cobertura en los medios. Sorprendente.
– Señor Presidente , cinco minutos para salir al aire – Le dijo su escolta de confianza-
Salió a la sala presidencial, listo para el mejor papel de su vida, eso era el Oscar de la existencia. En los parlantes se empezó a escuchar la voz grave de un locutor: “Esta es una transmisión del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información de la República Bolivariana de Venezuela y la Red Nacional de Radio y Televisión”.
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