OFICINA Y CHOCOLATE (FICCIÓN)

Por Luisa Ugueto

 

“Volvió el noble trabajo

pucha qué triste

que nos brinda el pan nuestro

pucha qué triste”

Mario Benedetti.

Lunes/ Poemas de la oficina

 

interior oficinaLa vida cotidiana está llena de pequeños placeres. Si no lo está, debería estarlo, porque vivir en automático da tristeza. Son las cinco e intento no dormirme en mi oficina,  pienso en bajar y comprarme un chocolate, pero estoy a dieta, así que desecho la idea. Pienso en bajar música, pienso en las sentadillas que haré mañana, en las pesas, en el ejercicio, en cualquier cosa que me obnubile la mente de asuntos “laborales”.

 

Dice siempre como broma Jaime Bayly, que quien tiene proyectos no puede trabajar, porque el trabajo quita tiempo, le doy entera la razón al escritor peruano, sobre todo esta tarde de abulia continua. Si estuviera en mi casa estaría haciendo otra cosa, rascándome la espalda, haciendo abdominales, reescribiendo mi novela o posibles libros de cuentos, buscando más clientes para mis negocios paralelos. Si estuviera en mi casa, estaría como Whitney Houston en la canción que hace a dúo con MissyElliott: “In My Business”,  no tratando de cumplir con un trabajo que en realidad poco me importa.

 

Me interesa cobrar, no me interesa trabajar. Solo los idiotas trabajan en asuntos ajenos, aquellos que no tienen verdadero oficio, aquellos que tienen la mente despoblada de originalidad. Siempre he sido muy original. Odio el trabajo porque consume el tiempo real de la vida en que podría estar cogiendo con mi novio o besando a mi perro, mirando por la ventana o tonificando mis piernas, en lugar de tener el culo aplastado ocho horas aquí.

 

Alto, esperen un poco personas sensibles, amadísimas hormigas trabajadoras, todavía no me ofendan ni se sientan ofendidos, porque quizás si ustedes aman su trabajo es porque hacen lo que les gusta, no es mi caso. Trabajo en lo que puedo, no en lo que quiero.  Y me empleo porque lo necesito, como las prostitutas que tienen sexo con extraños por necesidad, si, es una historia poco original en mi muy original forma de ser.

 

 

De este trabajo odio fundamentalmente a la gente, es que me revienta que hay personas   que llaman “amigo” a todo el mundo, difiero de esa costumbre, pues la amistad es una circunstancia compleja y difícil de ejercer. Conocemos a lo largo de la vida a mucha gente, pero muy pocos llegan a ser realmente amigos, ese membrete sólo llegan a ganárselo unos pocos a través del tiempo ¿o no es así?

 

Permanecer muchas horas al lado de alguna gente en estos pequeños infiernos,  puede hacer que se confundan los términos y las emociones, el hecho azaroso de trabajar en el mismo lugar y por ende tener que compartir espacios de un modo más o menos regular, no implica que estas relaciones deban tender a transformarse en amistades legítimas. Toda relación laboral (si realmente es o será “algo”) amerita pasar una prueba: salir del ámbito de trabajo. La mayoría de las veces, tratamos con quienes –por obligación– vemos a diario por sobrevivencia, mas no por real afecto o simpatía. La mayoría de las veces,  el más mínimo cambio de las rutinas de trabajo: te mudas de oficina, renuncias o simplemente te botan, implica que no vuelvas a cruzar ni una sola palabra con quienes en algún momento llegaste a considerar “amigos”.  Síganme odiando hormiguitas trabajadoras, buenos cristianos, pero como escribió Mario Benedetti en La Tregua (1960), siempre he creído que en las oficinas (y por ende en otros ámbitos de trabajo: tiendas, farmacias, empresas, industrias) no hay amigos, hay, si acaso, complicidades, simpatías circunstanciales.x4001

 

En mi experiencia laboral, sobre todo aquí en esta ruina de ocho horas, he notado, que la mayoría de la gente, quizás porque son más optimistas o mas cursis (perdón), creen que no es así, que el rabiar los mismos odios, reír por chistes similares y alegrarse ante posibles aumentos de sueldo o compartir la hora del almuerzo crea lazos con personas que, quizás, nunca habrías tratado de no ser por la coincidencia de ganarse la vida ejerciendo labores en el mismo sitio. 

 

 

No suscribo la creencia popular, de que los opuestos se atraen. Hace poco escuché al psicólogo argentino Bernardo Stamateas,  decir que, por el contrario,  nos unimos con aquellos con los que encontramos similitudes, que buscamos espejos, o gente que reproduzca al menos lo que nos gusta del mundo. Siendo eso así, y comparto su opinión, no se podrá afianzar un vinculo sostenido tan solo en la coincidencia cotidiana  por razones no elegidas, tal como sucede con nuestros compañeros de curso en la época de estudiantes, los vínculos que permanecen –si es que permanece alguno– son solo aquellos que realmente tienen que ver con nosotros mismos, aquellos con los que “conectamos” de verdad, más allá de la circunstancia de ser alumnos de una misma clase o compañeros de oficina.

 

 

A mi entender, una amistad se revela como una cosa verdadera, cuando va más allá de los ámbitos de comodidad donde se refugia, cuando para cultivarla tienes que ejercer acciones activas y no rutinarias como las que representan el ver a una persona día tras día debido a la obligación laboral. Como los amantes que se buscan por placer, sin presiones de ningún tipo, un verdadero amigo se descubre, cuando se suceden los encuentros desprovistos de obligaciones rutinarias de la vida profesional. 

 

 

Bueno, se nota que estoy fastidiada, basta de divagaciones, quiero chocolate, la vida cotidiana está llena de pequeños placeres o al menos debería estarlo, de lo contrario,  ¿De qué sirve pudrirse ocho horas para llevar el pan a tu mesa? Dejo de pensar, me levanto y marcho escaleras abajo, obviaré el ascensor, así engordo menos.

Ficción. (Inédito)

 

@elproyectordedo

 

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