Conjura del país que creíamos tener, pero que nunca tuvimos (hasta ahora)

Por Javier Ignacio Alarcón

@Nacho_2109

18/11/2013

 

 

 

 

No me atrevería a defender al negociante. Existen demasiadas variantes en el tema como para simplemente tomar partido por un bando y condenar al otro. Para empezar, hablar del negociante no implica hablar del gran empresario y hablar de quienes han ido a las tiendas a comprar, es hablar de mucha más gente que de los simpatizantes del gobierno (cuando hablamos del “defendido” hablamos del cliente y esto nos incluye a todos). Sin embargo, no se puede olvidar que el negociante en Venezuela no es inocente. Dicho de otro modo, lo que el gobierno ha dicho –más no lo que ha hecho- no es completamente injustificado. No se puede olvidar que el mercado se “autorregula”, pero esa regulación no es ingenua: hay demasiados mecanismos de control, manipulación e imposición que determinan el juego económico como para creer ciegamente en el sistema, como algunos economistas nos han querido hacer ver. Desde esta perspectiva, la regulación de la ganancia, que no es regulación de precios, puede ser, por lo menos, discutida.

           

Más allá, es indiscutible que el modo de acción no ha sido el correcto. Se ha querido jugar rompiendo las reglas e, inevitablemente, esto nos va a llevar un colapso. Quizá me equivoco, pero el panorama no es favorable. Al igual que ha ocurrido en el pasado, cualquier idea rescatable del discurso revolucionario –que no son pocas- quedan opacadas por una acción política difícil de justificar, a veces indefendible.

           

Por otro lado, los analistas de oposición se han dado luz verde para decir todo lo que piensan. Vivimos en un país con libertad de expresión, a pesar de lo que nos han repetido durante quince años, y cada quién puede decir lo que le plazca. Pero los mensajes de la oposición son cada vez más clasistas, el grupo político se afinca cada día más en comentarios pseudoracistas. En pocas palabras, a medida que pasa el tiempo se hace más evidente que los discursos del expresidente tenían razón cuando hablaban de sus oponentes. Es un tema de acción y reacción, me atrevo a inferir, a medida que las medidas del gobierno son cada vez más extremistas, quienes se oponen reaccionan de la misma manera. Todos los días tensamos un poco más la cuerda, a ver hasta qué punto podemos aguantar.

           

La gente, a todas estas, ocupa un lugar interesante en el escenario. Porque es difícil saber quiénes son opositores y quienes son oficialistas en las colas que se forman frente a las tiendas de electrodomésticos. Más importante, aunque algunos analistas han señalado que este es un comunismo fracasado, lo único que se hace palpable, tanto en la medida tomada por el gobierno como en la reacción de la gente, es un pensamiento consumista que coquetea más con la sociedad producto del capitalismo que con la cual la izquierda, en teoría, busca. En este sentido, la sociedad venezolana hace un retrato de lo que ha ocurrido en el país los últimos quince años: los de derecha afirman que estamos en un comunismo que nos lleva por el camino incorrecto y los del gobierno afirman ser socialistas dispuestos a llevar a cabo la revolución, pero en el fondo tenemos un país capitalista que no se toma la molestia de pensar la izquierda de una manera detenida (aquí coinciden opositores y oficialistas). En resumen, imposibilitamos el cambio al no reconocer al otro, al ser incapaces de pensar un sistema diferente y, más importante, al no ser capaces de asumir y trabajar en el que nos han impuesto.

           

Mientras, el peligro inminente de un colapso económico parece haber opacado (momentáneamente) la innumerable cantidad de problemas actuales que siempre han estado ahí y que nos siguen consumiendo. Y, al margen, seguimos ganando concursos de belleza. No solo esto, sino que ya nos hemos convertido, por nuestra frivolidad, en parodia del New York Times. Claro, frente a los problemas que tenemos, este hecho parece insignificante. Sin embargo, mantengo una tesis que he afirmado en otros artículos: nuestra idiosincrasia machista, clasista y racista, reflejada en acontecimientos como el Miss Venezuela (aunque no exclusivamente), es la verdadera raíz del problema.

 

Durante quince años hemos predicado un país que no existe. El discurso dibujaba la realidad de manera caricaturesca, la sobreconstruía, la exageraba. Mientras, el país se iba enroscando en un nudo de tensiones que nunca nos molestamos en comprender. Ahora, la cuerda parece estar a punto de quebrarse y, sin embargo, seguimos ciegos al mundo que todo los días amanece frente a nosotros.

 

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