Se me olvidó decirte

Por Amaya Barrios

@amayabarrios88

 

 

 

Hacía demasiado calor. Capaz era por eso que me costaba tragar. Ni siquiera me costaba, no tenía saliva para hacerlo. Estaba seco. Intenté abrir los ojos pero la luz me lo impidió así que no tuve más remedio que mantenerlos cerrados. Me quité de manera desesperada las sábanas a ver si así me refrescaba un poco. ¿Por qué coño hacía tanto calor? Suspiré y en seguida noté que el pequeño ruido que solía hacer el ventilador no estaba. Traté de imaginar, muy ingenuo yo, que por arte de magia se había arreglado solo aquel tornillo que nunca tuve tiempo de ajustar, pero pronto me di cuenta que era estúpido pensar en estos milagros del señor y terminé por aceptar que se había ido la luz una vez más. Estuve un rato acostado en el colchón en interiores pero las pequeñas picadas de los mosquitos en mis piernas me desesperaron a tal punto de tener que gritar y patalear con todas mis fuerzas. Me senté de un golpe y restregué mi cara. Poco a poco me acostumbré a la claridad y pude abrir los ojos. Un dolor de cabeza repentino me acalambró el cuerpo entero y tuve que hacer un gran esfuerzo por no vomitarme encima. No debería beber tanto. Cada vez se me hacen más difíciles las mañanas. Hice un esfuerzo por recordar cuánto y qué había tomado pero no me vino nada a la cabeza. A veces los recuerdos tardan en llegar pues aún están confundidos con los sueños.

 

Mi habitación era un verdadero desastre. Supuse que la rumba había continuado allí pues pateé varios vasos, botellas y cigarros apagados en la alfombra mientras caminaba al baño. Cuando llegué al lavamanos y abrí el grifo, no pude contenerme y bebí agua como si nunca hubiese tomado nada en mi vida. Sabía que estaba mal y que me enfermaría pero no me importó. Tenía sed así que bebí. El agua fría se sintió bien, tan bien que metí toda la cabeza. Mojé mi cara y mi pelo. Quería meterme completo bajo el chorro pero no soportaría mi peso y acabaría haciendo un desastre. Me sequé con papel toilette porque no había más nada y miré mi reflejo en el espejo. Llegó el primer recuerdo.

 

Había estado en un bar esa noche. Las cervezas iban y venían en la mesa en la que estaba. Julia me agarraba la pierna y mordía su labio inferior mientras me apretaba. Era obvio que el alcohol había hecho su trabajo. La besé y en seguida sentí cómo su otra mano se posaba en mi miembro. Mis manos buscaron hacer lo mismo y comencé a deslizarlas dentro de su falda. Se separó de mí y al ver que me reclamaba y se alejaba, me quedé perplejo. Una mano seguía en el bulto de mis pantalones y no era la de mi mujer quien tras el episodio se había levantado e ido al baño. Tragué y voltee despacio hacia mi izquierda. Carmen besaba a Pedro mientras me tocaba.

 

No sé por qué no hice nada. Pedro era un buen amigo y Julia y yo estábamos casados. Dejé que Carmen me acariciara e hiciera de las suyas. La miré mientras jugaba con su novio y de repente sentí la necesidad de ser parte de ese juego. Bajé mi cierre y su mano comenzó a hacerme caricias desde arriba hasta abajo. Estaba en la gloria. Cerré los ojos y disfruté el momento. Era algo nuevo, fresco y excitante. Me sumergí en una especie de goce extraordinario en el que solo pude reaccionar cuando mi esposa regresó y se sentó a mi lado. Traté de disimular con una sonrisa pero Carmen cada vez me masturbaba más rápido. Alcancé una birra y me la tomé fondo blanco. ¡No fue buena idea! La cerveza lo que hizo fue acelerar el proceso. Intenté contenerme pero un líquido caliente mojó mis pantalones.

 

Sacudí mi cabeza y volví a mirarme en el espejo. ¿Qué carajo había pasado? No, debía ser mi imaginación. ¡Malditos sueños que lo único que hacen es mezclarse! Tenía una rutina establecida con Julia… me paraba todos los días a la misma hora, iba a trabajar, bebía con mis compañeros y regresaba a casa… pero no era una monotonía. Además, me gustan las repeticiones, me dan estabilidad. Odio los altibajos y los desequilibrios. Eso no pudo haber pasado.

 

Salí del baño y al ver el cuerpo desnudo de mi hembra, me abalancé contra él.

 

Tengo que dejar de beber- le susurré al oído mientras la abrazaba por detrás.

 

Su pelo olía diferente. Su piel no estaba tan suave. En un arrebato la volteé y experimenté náuseas al encontrarme con la cara de Carmen. Sentí asco cuando mi pene despertó y comenzó a buscar aire dentro de mi bóxer. No pensé. No quise razonar. Con la impulsividad que me describe la tomé del brazo y la obligué a salir de la cama. La insulté y prácticamente tuve que arrastrarla a la puerta. Ella peleó y gritó pero yo no escuchaba nada. No quería hacerlo. Abrí la puerta, la empujé, busqué su ropa y se la lancé. Iba a cerrar la puerta de golpe cuando la vi reírse.

 

Tan rico que la habíamos pasado.

 

La odié. Tras el portazo, corrí a buscar mi celular. Marqué el número de Carmen pero me salió la contestadora. La calentura me tenía al borde de la locura. Las lágrimas salieron solas. Revisé el celular y tras ver las diferentes fotos simulando ser artista porno, encontré un mensaje:

 

«Necesitas esta experiencia para avivar nuestro amor».

 

La maldije. En verdad, me maldije a mí mismo. Di vueltas alrededor del cuarto. Rompí y lancé todo lo que tenía cerca y caí agotado en la cama. Tenía la respiración agitada. Traté de calmarme. Agarré el móvil nuevamente y me di cuenta que el mensaje que había leído tenía más texto más abajo:

 

«Estaré bien. Estoy donde Pedro… Se me olvidó decirte que……

 

Yo haré lo mismo».

 

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