Venezuela le teme al silencio

Por Alexander Gamero Garrido

@AlexGameroG

 

 

 

¡Bochinche, bochinche! Esta gente no es capaz sino de bochinche

Francisco de Miranda

 

El venezolano le teme al silencio. La bulla y el constante rebusque lo aleja de la racionalidad. El silencio lo acerca. Y la realidad venezolana es incomprensible y terriblemente dolorosa. Es más fácil ignorarla que reflexionar sobre ella.

 

En Caracas todo te aleja del silencio. Los motorizados, la gritería política, el vendedor ambulante, la venta de empanadas, la cola para entrar a la Nike en el Sambil o para comprar pollo en Mercal. Una ciudad absolutamente negada a permitir el silencio. En la noche, cuando los alborotados caraqueños duermen, las ráfagas de balas se rebelan contra la tranquilidad. Ni en los sueños se puede pensar.

 

La situación es tan dolorosa, que lejos de hablar sobre las posibles soluciones, el venezolano declara los problemas irresolubles y se entrega al ruido y al desorden. Esa algarabía, la risita con la que el venezolano dice que robaron a la mamá, para el noruego o el comediante de stand-up es muestra de “felicidad”. Pero es realmente un mecanismo de defensa. Cual adicto que no entra al sistema de doce pasos, Venezuela decide no aceptar que su vicio es un problema, y crea más bien otro fracasado plan de la patria y de la pacificación nacional. Y la oposición, lejos de oponerse, le estrecha la mano.

 

Resolver problemas difíciles requiere paz y tiempo (y silencio). Venezuela no quiere eso. Es más fácil gritar “¡pena de muerte a los criminales como en Singapur!” y matar el silencio, que reflexionar sobre los valores que nos han llevado a esto. Es más fácil pedir que el “ejército entre a los barrios” que hablar sobre la planificación familiar y la creación de puestos de trabajo para hombres jóvenes en situaciones vulnerables. Es más fácil decir que el tráfico de drogas es un “delito mundial al que hay que darle duro” que educar sobre los efectos de su uso. En fin, que es más fácil gritar y volver a la farra a sentarse a pensar en silencio.

 

Pero Venezuela le teme al silencio por otra razón: en el silencio de la noche florecen las balas, las fechorías, los pacos que te secuestran, el que va al volante rascao’ y te choca, los que disparan para arriba para celebrar, el homicidio porque el de la barra no le puso suficiente queso a la arepa. No, mejor ruido, movimiento y conmoción antes que silencio. El silencio es malo. El silencio se llevó a Mónica Spear.

 

Este país es un enfermo que no quiere curarse. Porque para curarse hay que tomar remedios. Para tomar remedios hay que ir a comprarlos. Para que te los vendan tienes que tener un récipe. Para tener un récipe tienes que ir al médico. Para ir al médico tienes que reconocer que estas enfermo. Y en el caos alejado del silencio, es fácil no reconocerlo nunca.

 

Venezuela se niega a resolver sus problemas, y como víctima más bien se culpa a sí misma. No fue el ladrón, al que su madre no atendió nunca, que no podía ir a la escuela porque nadie lo llevaba, que no conseguía trabajo porque no sabía hacer nada productivo, el que te robó. No fue el policía corrupto que se hizo la vista gorda a plena luz del día, ni el fiscal que no pudo abrir un expediente porque tiene cinco mil homicidios pendientes, ni el juez que no lo condenó, ni el ministro que no intervino, ni el Presidente incapaz, los que no te defendieron como te prometieron. No, el único culpable de que te hayan robado eres tú, por “andar solo por ahí”, por “tener un teléfono caro”, por ser un “sifrino”, o por no saber “cómo son las cosas aquí”.

 

El primer paso es la aceptación, como dicen por ahí, y aceptar implica reconocer que hay un problema. Sin reflexión, si seguimos temiéndole al silencio, la aceptación nunca llegará. Mientras tanto, seguiremos culpando a las víctimas de los crímenes… Y entregados al bochinche.

 

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