Mal estacionada

Por Amaya Barrios

@Amayabarrios88

 

 

 

No le importó estar mal estacionada. Solo necesitaba una prueba. Verlo con sus propios ojos para que su corazón por fin entendiera que había perdido a su marido. ¿Por qué la llevaba a un hotel tan marginal? Recordó que al principio de la relación, cuando aún eran novios y las hormonas de adolescentes chillaban por estallar, él la llevaba a hoteles 5 estrellas y pasaban la noche riendo entre las burbujas del champán y las del jacuzzi. Al parecer la economía había cambiado. O quizá, muy ingenua de su parte al pensar esto, su amante era una cualquiera y no valía la pena gastarse un dineral por unas horas de pasión. O tal vez las aventuras eran así: carnales, rápidas, sin importar el dónde, el cuándo, ni el por qué, con tal de sentir el roce de los cuerpos todo era válido. Después de 3 cigarros, los vio salir. Él le pegaba una nalgada y ella se mordía el labio. Se veían… Felices y satisfechos. Esa clase de felicidad que se refleja en todo el cuerpo cuando acabas de follar. Maldijo y le entró a golpes al volante. Mejor que una almohada pues sentía dolor en cada manotazo.

Nunca había manejado tan rápido. La rabia siempre tiene una necesidad de adrenalina, de algo que sugiera alto impacto. No derramó ni una lágrima. El asco pudo más que el amor. Llegó a la casa y se metió a la ducha. Se sentía sucia. El ser traicionada le daba piquiña. Con el agua cayéndole en la espalda, pensó en frío. Cerró los ojos con fuerza. Los imaginó revolcándose entre sábanas. La lengua de ella pasando por su pecho. Sus uñas rojas pasando por su espalda. Su pelo castaño claro volando por todas partes. Y entonces, supo. Esperar. Aguantar y luego atacar. Seducir y destrozar. Su esposo llegó a las 7 pm. Ella lo esperaba leyendo en la cama. Se acercó y le dio un beso. -Hueles diferente-. Él volteó los ojos. Una advertencia cargada de «no empieces». Se metió a la ducha y ella aprovechó para revisar su celular. Encontró a su rival en una pose de gimnasta mezclada con puta. Pulsó un botón y su celular vibró indicándole que la transferencia de la evidencia había sido satisfactoria.

El sábado no estuvo en casa en toda la tarde. Necesitaba arreglar todo y estar preparada. Su marido salió a beber con sus amigos, según él, y tuvo una gran sorpresa cuando por fin llegó a casa. Ella lo esperaba con un baby doll, las uñas pintadas de rojo, el cabello rubio y un cartel que decía: Hoy seré la mujer que deseas.

No le importó estar mal estacionada. Se bajó del carro y con paso decidido tocó el timbre. La puerta se abrió. Era verse en un espejo. Dos mujeres idénticas se miraban entre sí. Ella le dejó algo en sus manos pero el asombro y la confusión eran mayores que la curiosidad. Ella bajó la mirada hacia el sobre. La otra, tras dudarlo unos segundos, también miró. Con las manos temblando fue sacando poco a poco, foto por foto, toda la evidencia de lo que había sucedido la noche anterior con las fotos de ella posando (imitando una acróbata) que le había enviado hacía unas semanas. Dejó caer todo, tanto los papeles como las lágrimas. Ella sonrió y regresó al carro, desapareciendo para siempre. La otra se derrumbó y vio una nota pegada a un tarro de pastillas. Leyó:

«Ya lo tengo a TU manera. ¿Y si intentas ahora darle lástima? Aquí te dejo una ayuda»

 

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