Salvan, siempre salvan

Por Hugo Uribe

@soymaltuitero

 

 

 

No terminas de conocer una ciudad aún cuando crees que has estado en todos esos rincones con rostro oscuro y alma aún más distante, como una canción de Leonard Cohen. Metro, bus, taxi o simplemente dejándote llevar por tus pies hasta darte cuenta que estás en un lugar muy parecido a ti, a lo que está pegado al espinazo de tu ser y que ni tú mismo sabías cómo llegar. Así es, así debe ser.

 

Y es en esos viajes sin horario en los que te encuentras figuras descriptivas y más típicas que sus propios habitantes, pero que los definen a perfección.

 

Camino y mucho, me gusta. En las ciudades en que me ha tocado vivir, he caminado como un perdido, a veces tanto que se me olvida que tengo que comer para seguir caminando. Y seguir perdiéndome. Viviendo en Buenos Aires solía caminar, quizás no porque me gustara, sino porque mi situación económica me lo imponía. Y en tanto y tanto caminar, además de conocer de cerca a los porteños (caminantes o no), penetras en su piel, sin ellos darse cuenta porque de tanto estar entre ellos, ya ni saben cómo son. Esto ya lo he visto en varias ciudades.

 

Voy entre calles llenas de autos, a su vez llenos de stress. Entre bocinas trituradoras, como salidas de The Hostel dispuestas a torturarte sin permiso ni razón. Me escurro entre puteadas gratis, niños llorando, un bandoneón aullando por comida, perros con colas que ya no se mueven, limosneros, heladeros, vendedores de choripán. El taxi que se pasa la luz roja lo perdonas porque del radio te llega una ráfaga del Bowie y te saca una sonrisa. Escucho y sigo por la vereda, tropezando gente.

 

Pero sin duda lo mejor es mirar, es lo que me aparta, lo que me recuerda y me devuelve; lo que me da más placer al deambular. Mirar sin que me vean, no sé si es genético pero tengo el don de ser invisible cuando ando en la calle, es mejor así. Créanme.

 

Y siempre mirando, aparece el arte y salva. Siempre salva el arte. En la pared recién grafiteada “Te amo hasta allá”, “qué culpa tiene el tomate de crecer en una mata y que venga un hijo de puta y lo meta en una lata”, “Cristo viene…”, “en el 2012 nos vamos a la mierda”. Salva el esténcil con la cara de Cerati y la leyenda “Volvé”. El performance de los rockers. Los poetas improvisados. Los pintores, los recitadores, los mimos. Salvan. Y salvan las putas.

 

Salvan.

 

En medio del caos de la ciudad, de todo ese arte serpenteando tratando de entrar sin pagar boleto, tratas de mimetizarte con quienes ya lo han logrado y sobreviven en el cuadrilátero de box. Y ahí están ellas, mágicas, bellas como pócimas encantadoras, intrigantes, misteriosas, peligrosas como sirenas en tacones. Las putas salvan, siempre lo han hecho.

 

Siempre están ahí, en donde menos se espera, en donde más se necesita.

 

Al voltear la esquina, luego de varias cuadras recorridas, me detengo, compro una botella de agua y me recuesto de un teléfono público y ahí están, pegadas en pequeños trozos de papel de colores lavados. Ahí están, con diseños improvisados, un número de teléfono que te direcciona al cielo y mensajes incitadores “Mía y sus amigas”, “Hoy promo con estas muñequitas”, “Kamy y Caro las tienes que aprobechar”, “Rubia goloza” (…y a quién le importa la ortografía) y poses solo para la foto.

 

Rubias, morenas, asiáticas, latinas, voluptuosas, delgadas. Provocativas, desafiantes, intimidantes; el cuerpo exquisito de mujer cubre, desnudo, los espacios públicos cumpliendo con todos los requisitos de una perfecta obra de arte: que el espectador se acerque, vea, sienta, imagine, sueñe, sufra, goce… dándole un toque de tentación a cada esquina o pared de la ciudad.

 

La estampa hace que te preguntes y re plantees si lo que siempre has visto o pensado como arte está bien. Y… ¿por qué no? ¿Por qué no estas chicas? ¿Por qué no este desnudo? ¿Por qué no este collage de imágenes pseudo eróticas llenando de fantasías a muchos hombres y mujeres que transitan desesperados por salir de su mortal cotidianidad?

 

Que no es arte, es explotación. Que es solo comercio de cuerpos. Que es solo un medio de sacarle dinero a los incautos. Sí, quizás y mi objetivo no es entrar en esa polémica, solo es disfrutar de lo que una ciudad te ofrece gratis. Apreciar el arte que nos rodea y muchas veces ignoramos.

 

El arte urbano tiene mil facetas, mil formas de presentarse, pero todas luchan a morir por un solo fin: captar la atención de quienes, mortales al fin, terminamos rindiéndonos ante él.

 

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