Déficit de dignidad

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

¿Dictadura o democracia? Esta es la pregunta que debe responder con toda sinceridad la oposición llegado el momento de calificar al gobierno venezolano. Porque, aunque parece tonto afirmarlo, no es lo mismo resistir una dictadura que adversar en una democracia.

 

En democracia existen reglas que permiten salvaguardar la dignidad del hombre: Estado de Derecho, protección de los Derechos Humanos, tolerancia, diversidad. En dictadura solo impera la barbarie, la violencia, la arbitrariedad. El hombre se encuentra a merced de la opresión.

 

Expuestas estas premisas sorprende que todavía existan voceros de oposición que califiquen al régimen venezolano como una democracia o, al menos, como un régimen híbrido al cual constantemente “se le está cayendo la careta”, “se le está desvaneciendo el maquillaje”, “se le están desprendiendo las costuras” de democracia, pero nunca, nunca, deja de ser democracia.

 

¿Cuántas arbitrariedades más serán necesarias para dejar de calificar al régimen como democrático? ¿Cuántas muertes? ¿Cuántos abusos? ¿Cuántas ignominias y ofensas encabezadas por los funcionarios del Estado y sus grupos afines?

 

Pareciera que no hay un baremo lo suficientemente claro para asumir la naturaleza política del régimen. O más triste aún: existe evidencia irrefutable de la tragedia que hoy ensombrece a Venezuela, pero quienes tienen la responsabilidad de enfrentar al gobierno evaden sus obligaciones por miedo, cálculo o conveniencia.

 

Nótese que lo que se plantea es mucho más profundo y delicado que las frases de la última rueda de prensa de Capriles, el bigote de Aveledo, el misterio de la franela de Leopoldo o la sinceridad en la sonrisa de María Corina. Trasciende la neurolingüística y las profecías. Se trata, sin más, de determinar el rumbo de la lucha política. Una gesta que no se acaba en un par de días, ni de semanas, puesto que lo que se enfrenta ha destruido por completo la noción de civilización en el país.

 

No basta con escudarse en un discurso fundado en frases huecas y consignas estereotipadas a la espera de un milagro que permita un cambio en el sistema de gobierno imperante. Es indudable que las transformaciones políticas de una nación no ocurren de un día a otro, como también es innegable que las circunstancias no variarán si no se asume con honestidad la naturaleza de lo que se enfrenta.      

 

Seguir convalidando al régimen como democrático causará un enorme daño a quienes deseamos una Venezuela en libertad. Máximo si dicha calificación está supeditada a la dinámica electoral. Porque la democracia va más allá del voto como medio de consecución del poder. El sello de democracia le queda grande a un régimen que ha violado de forma sistemática derechos humanos a través de los años y que en las últimas semanas ha multiplicado con creces su espíritu represor.

 

¿Cómo explicarle al mundo que se vive en democracia cuando protestar constituye una proeza? ¿Cómo decirle a la gente que existe democracia ante la impunidad frente a tantos delitos cometidos? ¿Cómo creer en la paz cuando se yergue la violencia? Hablar de democracia en Venezuela es una ofensa para todos los venezolanos. Porque todos los venezolanos, todos nosotros, de alguna forma u otra, hemos sido mancillados en nuestra dignidad por el régimen.

 

Al final, lo que está en juego es la libertad. La mía, la tuya, nuestra libertad. Y no podemos permitir que el miedo nos haga retroceder. Ante todo lo acontecido en Venezuela, es imposible volverse atrás. Lo que pasa en el país nos concierne, nos atañe, nos pertenece. Nos involucra como ciudadanos que se niegan a claudicar y vivir en una sociedad domesticada. He allí el verdadero valor de nuestra dignidad.

 

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