Noctámbula (si quis habet aurem audiat)

Por Jorge Olavarría H.

 

 

 

Dedicado a Rómulo Guardia y Marcel Granier.

 

Javier abrió los ojos sin querer despertar. La noche estaba fresca y los sonidos de la calle apenas se asomaban. Por un segundo miró al techo maldiciendo su desvelo notando como se filtraba la luz azul de la luna. Estas trasnochadas le afectaban el trabajo al día siguiente. Javier sabía que lo que lo había despertado, como tantas otras veces, era el movimiento de Gabriela, un tipo de oscilación precisa que reconocía como lo hacen quienes han vivido toda la vida en zonas sísmicas y saben cuando viene una sacudida. 

Haciendo peso sobre el codo derecho, levantó el pecho para ver a Gabriela quien dormía bocarriba con la cabeza perfectamente centrada en la almohada. Esa era la señal. Gabriela siempre sufría estos trances mirando hacia el techo. Era un asunto de irrigación sanguínea al cerebro, según su hipótesis, por lo que Gabriela siempre se acostaba de lado, o bocabajo.

Gabriela siguió moviendo lentamente la cabeza de un lado al otro y Javier sabía que en cualquier momento su pesadilla se haría verbal. Aceptando su insomnio, sintió un recorrer eléctrico que era en parte apetito avivado y en parte conveniencia.  Retiró con cuidado la sábana que la cubría y, botón a botón, le reveló los pechos añorando que ella se despertara envuelta en pasión.

“El gato.”—dijo Gabriela claramente, en un susurro, como contando un secreto. Javier abandonó su pretensión carnal.

“¿Cuál gato? Mi amor, nosotros tenemos un perro.”—le dijo con voz tenue.

“Salva.. al gato.”—ordenó con ímpetu.

“¿Dónde está este gato?— Javier preguntó suavemente entrando en el juego porque sabía que Gabriela no podía ser ni disuadida, ni sustraída cuando estaba en este tipo de trance aunque a veces respondía preguntas concretas.

“..El gato se ahoga… salva al gato… el gato se ahoga..”—dijo y quedó en silencio como alguien desmayado. Javier sabía que luego de los trances, Gabriela se desplomaba al fondo más profundo de los sueños. Ahora, ni una guerra la despertaría.

Javier no necesitó considerar el asunto. Se levanto, se puso unos mocasines, tomó la linterna plateada y salió, dirigiéndose directamente a la parte trasera del edificio. En su edificio no había piscina ni estanque y sabía que el único lugar en donde se podría “ahogar un gato” era en el tanque de agua del inmueble; una cripta subterránea de concreto en la que se acumulaban unos veinte mil litros de agua. Recorrió el estacionamiento y llegó al portón del cuarto de bombas. Escuchó un chapaleteo. En efecto, la tapa del tanque estaba abierta y apenas se asomó apuntando con la linterna, vio un gato con cara de espanto nadando dentro del tanque, tratando de aferrarse a los muros sin lograrlo. Llamó al animal hacia la luz.

“Ven gatito, ven…” 

Al amanecer, las ojeras de Javier eran tan protuberantes como su sonrisa. Bajó a la cocina anhelando un café con un toque de leche. Se quedó en el portal un rato, arreglándose la corbata, esperando ser notado pero Gabriela quien estaba más pendiente la hornilla, el café y las arepas en el horno.

“Mi amor, ¿dormiste bien?»—dijo con tono de galán de TV, «Te ves como jugo recién exprimido.” Ella desechó el floreo enigmático con una mirada retraída. “Fresquecita. Te ves fresquecita”—explicó.

“Gracias.”—le dijo y levantó la mirada, “Y tú como que no dormiste nada. Tienes cara de vampiro chupado”—recalcó.

“O sea que ¿no te acuerdas de lo de anoche?”

La pregunta era injusta. Desde muy niña Gabriela había sufrido de extraños comportamiento nocturnos desprovistos de reminiscencia matutina. Gabriela entendía lo que le preguntaban pero no sabía qué contestar. Javier, habiendo tenido ya docenas de experiencias con su extraño comportamiento nocturno, lo mal llamaba su “don” cuando generalmente se trataba de pesadillas, gritos nocturnos, sonambulismo y hasta aterradoras convulsiones que toda la vida aterraron a sus padres e hicieron que la llevaran a muchos “especialistas”. Así que las mañanas para Gabriela era eran una especie tómbola, esperando que nada espeluznante hubiese ocurrido durante el sueño de la noche anterior. No queriendo herirle su amor propio porque, de tratarse de otra cosa lo “ocurrido anoche”, aparentaba no haber sido nada memorable. Puso una cara arrugada, sumisa.

Javier insistió, “¿Supongo que no te acuerdas te despertaste a mitad de la noche.. Que tenías una pesadilla?  Con un pasado cargado con este tema, Gabriela se sentía incómoda, manipulada. Se puso defensiva. Que no era su culpa. Que nunca tenía pesadillas. Que no se acordaba de nada…

    “¿No te acuerdas de esto?”—preguntó Javier remangándose la camisa. 

Gabriela volteó a verlo y espantada se cubrió la boca. El brazo descubierto estaba colmado de arañazos, algunos profundos. Parecía un macabro dibujo a rasguños hecho por un sádico artista de cuatro años.

“¿No te acuerdas del gato que me mandaste a salvar anoche?”—Javier preguntó sonriendo. Gabriela se le acercó para tomarle el brazo con delicadeza, como si fuera un animalito herido. “Aunque te agradezco,”—continuó Javier mientras ella se dirigía y sacaba de la gaveta del medio una botella de agua oxigenada y una caja de algodón.

“Dime, ¿qué hice, qué dije?”—preguntó la mujer aceptando lo inevitable.

“Tu don reapareció… y con furia…”—le dijo Javier produciendo una expresión de horror y curiosidad. Javier prefirió la curiosidad, “Te despertaste gritando gato! gato!”—y le contó lo sucedido lleno de genuina admiración mientras ella le sobaba el brazo con una algodón empapado.

“No pude sacarlo con una escoba así que viendo que el animal estaba a punto de morir de agotamiento metí el brazo, y mira. No estaba tan agotado.”—dijo riéndose, “Saqué al bendito gato y lo salvé de que se muriera ahogado… De hecho, lo salvaste tú, yo solo lo rescaté.”

Gabriela sonrió al tiempo que una pesada lágrima se escapó de su ojo derecho. Se sentía helada, como si todos los pelos del cuerpo fuesen alfileres de hielo. Esto no era un “don” y los dos lo sabían. Era más parecido a una carga, una abominación que a veces era como esto, un divertimiento anecdótico, curioso y extraño. Otras veces era extraordinario y fascinante, otras fatigoso y pesado. A menudo era aterrador. Espeluznante. Pero no era nada de esto para Gabriela quien no se acordaba de nada. Lo había sido para sus padres y su hermano quien admitía haber quedado marcado de por vida por el “don” de Gabriela.

Ahora le tocaba a Javier.

“Todos en el edificio deberían agradecerte el don que tienes,”—dijo consolándola, “incluyendo el gato, que si se hubiese muerto y podrido dentro del tanque, Dios sabe qué clase de contaminación hubiésemos tenido.”

Generalmente, luego de un episodio podían pasar semanas y hasta meses sin uno nuevo evento nocturno. Esta vez, apenas dos noches pasaron para que el “don” se manifestara nuevamente. A la tercera noche Gabriela comenzó a moverse incómoda al tiempo que balbuceaba.

“..¡La niña!”—gritó manteniendo los ojos fuertemente cerrados. Con una sacudida Javier quedó sentado.

“Dios mío, ¡salven a la niña!”—balbuceó Gabriela.

 Javier quería moverla, tratar de despertarla pero se abstuvo. Esperó unos segundos pero la mujer únicamente movía la cabeza con más violencia de lo acostumbrado, sin decir nada.

“Gabriela, ¿Quién es la niña?”—reaccionó Javier. La respuesta precisa no llegó.

“¡La niña.. la niña!!”—gritó reiteradamente y luego en una voz más clamada añadió, “¡la quiere matar!!…y regresó al tema susurrando, “¡la niña!!… la niña.” Javier temió que cayera en el pozo del sueño silente.

“Dime, quién es la niña… dónde está?”—insistió con voz serena. Gabriela apenas estructuró murmullos, “la niña..la ni..ña.. la quiere.. matar..”—y imprevistamente dijo algo disparejo, apenas audible. Javier imploró una aclaratoria, “¿Dijiste, entre la segunda y la tercera qué…?”

No hubo respuesta.

“La segunda y tercera ¿qué? … ¿avenida.. Calle? ¿De cual urbanización?

Nada.                     

“Dime, ¿de dónde?!»–insistió Javier quien estaba por dar el caso por perdido. Gabriela se había calmado. Entreabrió la boca como alguien listo para empezar a roncar. Javier estuvo a punto de acomodarse en la cama a tratar de negociar el sueño cuando Gabriela habló de nuevo.

“ La niña… la quiere matar…”   

     “Yo quiero salvarla pero tienes que decirme ¿dónde está?” Hubo una pausa seguida por un anuncio que parecía una locución hecha por su voz dentro de su voz, un eco desagradable de palabras perfectamente enunciadas; “La niña está entre la segunda y la tercera… al lado de la pizzería..”—dijo y cayó en el pozo del sueño profundo. Javier entendió como si lo hubiese visto en un mapa. La “pizzería” era un lugar favorito, visitado por la pareja por lo menos una vez al mes. Él siempre pedía la cuatro quesos, Gabriela una margarita con hongos.

Javier solo se puso los mocasines pero esta vez no tomó la linterna y se trajo las llaves del carro, un Mercedes-Benz de segunda mano estacionado frente al edificio que arrancaba con tres chancletazos seguidos y unos cinco segundos de expectoración.

Javier llegó al dudoso lugar sin apuro, rumiando en su mente las posibilidades con la información dada; una niña a la que alguien quería matar, ¿dónde? ¿En la calle?.. ¿En la pizzería? No, la pizzería era referencial.. ella dijo, salva a la niña entre segunda y tercera..  No, ella dijo “salven” Plural. La órden no era para él. Pero, ¿quienes eran ellos? ¿la policía? ¿acaso debía llamar a la policía? Y, decirles qué? ¿Que su esposa tenía vaticinios infalibles?

Javier esperó quince minutos hasta que se percató de lo ridículo de su situación; estaba en pijamas dentro de su carro a la mitad de la noche, ¿esperando qué? Se consoló diciéndose que si alguien sabía que este asunto no era ridículo, era él.

Recordó una oportunidad en la que Gabriela había balbuceado repetidamente; “Muévelo.. muévelo..muévelo .” Javier por un segundo pensó que se trataba de un sueño erótico, pero luego añadió, “mueve el carro.” Se lo exigía por nombre, “Javier, mueve el carro… mueve el carro… Javier,  mueve el carro.” –repetía una y otra vez. Como era un mandato, algo fastidiado, salió y obedeció. Movió el carro unos veinte metros. Regresó a la casa maldiciendo su sumisión. Había empezado a llover y ahora estaba empapado. Se secó con una toalla, se cambioó el pijama, y regresó a la cama. Esa noche durmió como un bebé. A la mañana siguiente, tarde para el trabajo, llegó a la cocina para enterarse que los vecinos estabas sobrecogidos. El chubasco de anoche se había vuelto tormenta y había tumbado varios árboles, dañando rejas, muros y aplastado varios de los vehículos estacionados en la calle. El suyo se había salvado por unos metros.

Javier consultó su reloj diciéndose que esperaría quince minutos más. Al levantar la vista, su corazón se saltó un latido al ver una muchacha de unos diecisiete años de edad, atravesando la calle, caminando apurada, casi corriendo. Sin dejar de mirarla, palpó la llave y le dio un cuarto de giro, chancleteando el pedal instintivamente. Apenas el carro encendió, vio salir a un hombre también apurado pero con más confianza y menos prisa. Notó que el tipo tenía algo en la mano derecha, podía ser una arma de fuego. En ese momento, Javier pensó que sus opciones eran, o derribar al hombre –y asumir consecuencias penales o tratar de hurtarle a su víctima de las manos y arriesgar que les disparara. Sin acelerar le pasó a un lado al hombre quien parecía estar apurando el paso, recuperando su aliento seguramente para echar una carrera final y alcanzar a su víctima. Javier aceleró y luego se frenó en seco al lado de la joven, extendió el brazo para abrirle la puerta de pasajero..

“ ¡Súbete hija.. Súbete!!”

 

Al contarle a Gabriela los sucesos de la noche anterior, Javier se recriminaba. Llevó a la joven a la prefectura y al ser atendido por un agente de guardia, cuando se le preguntó su parentesco con la victima, Javier soltó el buche.
   

“He debido mentir,”—le explicaba a su esposa, “he debido decir que estaba regresando a mi casa cuando noté que la joven estaba en peligro…”—se reprochó. En vez, le había relatado al agente la sorprendente verdad. El agente hubiese podido sospechar y reaccionar ante las aparentes falsedades pero le creyó, le agradeció su inusual heroísmo, y luego de intercambiar datos, lo dejó irse a su casa. En un papel llevaba el nombre del agente y los teléfonos.

No habían pasado un mes y el “don” de Gabriela se manifestaba nuevamente. Esta vez, con una violencia hasta entonces desconocida. Además, esta vez, pasado el aterrador evento, ya con Gabriela profundamente dormida, Javier no sabía cómo proceder. Eso nunca había sucedido. Pero, algo tenía que hacer. Buscó en la gavetas de la cocina el papel con los teléfonos y el nombre del agente policíaco, rezando que el mismo personaje estuviese de guardia. Pero, ¿qué podía contarle? En esta oportunidad Gabriela más que haber exteriorizado una pesadilla de la que no podía escaparse, había tenido un episodio más parecido a una posesión de espíritus. Javier se consolaba; -ningún poseído comienza rezando un Padre Nuestro perfectamente enunciado. Al contrario, los poseídos supuestamente convulsionan ante las plegarias del Señor, se decía.  Recordó una conversación con un sacerdote al respecto en el que el clérigo interpretaba que no existía oración más poderosa que un Padre Nuestro, herencia de la humanidad dada por Jesucristo personalmente.

Ya calmado por el güisqui seco, estructuraba las palabras en su mente que pudieran explicar el evento al agente de policía.

Como catapultada por un elástico, Gabriela se había sentado.

“Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu Nombre… hágase Tu  voluntad en la tierra como en el cielo…”

Al terminar el rezo sentada,  recayó sobre su espalda como un tablón. De nada sirvió que Javier le preguntara qué pasaba, y sin asistencia no podía descifrar lo que significaba rezar un Padre Nuestro de esa forma bizarra. Gabriela estuvo inerte, imberbe, durante un par de interminables minitos pero moviendo la cabeza con una violencia que lo preocupaba se fuese a lesionar alguna cervical. Para cuando el palpitar del corazón de Javier regresaba a la normalidad, Gabriela reanimó su verbo. Lo que murmuraba era perfectamente audible, bien enunciado, lo incomprensible era el contenido. Empezó con relatos crípticos, herméticos. …La boca del infierno se había abierto.. Todo estaba perdido… las nubes negras se aproximaban… lo cubrían todo..  Parecía una alucinación esquizofrénica de algún místico medieval trastornado con el fin de los tiempos, inspirada en el Apocalipsis de San Juan.

De repente, Gabriela volvió a quedar sentada en un santiamén, y sus gestos se hicieron más violentos. La palabrería se hizo más escalofriante e imprecisa. Comenzó a gritar histérica, como una mujer tenida de paranoia demencial, pero frases enteras,“ ¡Todo está perdido!… ¡salen los demonios de las bocas del infierno!… ¡vienen a destruirlo todo!!”—y súbitamente bajaba el tono, “…a chupar sangre y comer entrañas…los demonios.. Los demonios…”

Cuando Javier la increpó, preguntándole ¿cuáles demonios?, Gabriela respondió clara y directamente, “…Demonios por todas partes… todo lo destruyen… horribles…. Se nutren de las  almas… vienen a destruirlo todo!”

Javier no sabía cómo debía conducir esta audiencia. Notó que aún con los ojos ferozmente cerrados, un manantial de lágrimas brotaban de los ojos de su mujer. Y llegó al ápice de lo espeluznante cuando Gabriela se erigió poniendo el peso sobre sus rodillas y comenzó a aclamar arrancándose la ropa. Habló clara y calmadamente, como si estuviese leyendo un texto. Solo que Gabriela no era Gabriela. No era su voz, ni sus entonaciones o nada que remotamente característico a su disposición verbal. La voz que escuchaba era dulce y sonaban como una extranjera de algún país hispano parlante. Javier sentía que se le helaban las manos.

“…anterior al renacer celestial, la dama estéril será lesionada. De las entrañas de Marte resurgirá, de espantos, un gran rey, Angolmus, Con éxtasis de conjuras de tinieblas, el uno se hará legión, Un ave rugirá leonina al festín de los cadáveres relegados, Salivará néctar para los hombres y maniobrará para la bestia. Solo la vox de la madera verde y de la fiera de alambre expondrán que fue librado para suspender el transito de las centurias, pero los placeres abundantes del oro ennegrecido apocaran su voces. Domará acero y fuego, con lo que lesionando mares perennes, harán farsa la espera.”—concluyó y quedó desmayada, con la cabeza colgándole de lado.

Pero esto no había terminado. Gabriela seguía sentada con las nalgas sobre sus talones. Pero Javier ya no quería saber o entender nada más. Lo que quería es que esto cesara. Mientas Gabriela dictaba el apócrifo discurso, se había desgarrado el negligé con tanta furia que sus manos sangraban, humedeciendo ambos lados de la cama con sombras rojas. Javier no podía más. Se puso de rodillas para estar a su altura. Pensó en poder darle un golpe seco sobre la cien para que se desmayara aunque le parecía absurdo intentar hacerle perder el conocimiento a alguien que estaba inconsciente. Alzó el puño y esperó armarse de valor cuando Gabriela volteó el rostro y lo encaró. Javier bajó la mano y Gabriela habló. Esta vez era su voz,  

“…nada puede detenerlos… son fuerza del abismo… matarán …y serán absueltos… destruirán …y serán perdonados… corromperán …y serán favorecidos… acusará y los inocentes serán inmolados… mancharán multitudes … robarán y serán recompensados… … mentirá y será creído..  Solo Dios,  puede auxiliarnos de los demonios.”—dijo y esta vez su cabeza cayó hacia adelante como si se hubiese diluido el hueso que la sostenía.

Javier lo intentó nuevamente, “Mi vida, no te entiendo”—le habló con lentitud, “¿de – qué – hablas?”
Gabriela erigió lentamente la cabeza, “…se regarán por toda esta tierra… muerte y ruina…”—dijo, terminando como alguien que no puede coordinar sus pensamientos y se da por vencido. Su cuerpo se volvió flácido y sin solidez en las articulaciones, colapsó obedeciendo la fuerza de la gravedad, cayendo de cualquier forma, como una marioneta que se suelta de sus ataduras. Javier reconoció que la pesadilla había terminado.
    

“Cálmate mi vida… Eso, eso, cálmate… duerme.”—le decía con cariño mientras le recolocaba el cuerpo a una posición más cómoda. Su piel estaba completamente caldosa y aunque sus articulaciones estaban desactivadas, como una muñeca de trapo, su musculatura como electrizada, sumamente tensa, sus pechos erguidos.
     

“Tranquila… ya pasó.”—le dijo y procedió cubrirla con su porción de la sábana que seguía seca mientras buscaba otra.

Ya con las manos atendidas y vendadas y seguro que el episodio noctámbulo había concluido, Javier caminó hasta la sala. No sabía qué hacer pero tenía que hacer algo. Se preparó un güisqui seco. Se sentó frente al teléfono y discó uno de los números en el papel.

El teléfono sonó dos veces y fue contestado por un hombre. Javier dio las buenas noches y pregunto si el agente Benavides se encontraba de turno. El individuo del otro lado preguntó toscamente en voz alta y algunos segundos más tarde, Benavides contestó.
      

“Buenas noches.. disculpe la hora…”—saludó Javier, “es que no sabía a quien llamar…y como hace como un mes les llevé a una muchacha que estaba en peligro.. mi nombre es..” El agente se recordaba perfectamente del “marido de la esposa espiritualista”—dijo, y riéndose admitió que el caso ahora era parte de lo que llamó “archivo de nuestro insólito universo”.
Javier, sintiéndose un poco mofado, le prestó más oído a su sentido de urgencia que a su vanidad. Sin rodeos, le explicó que en esta oportunidad lo estaba llamando, “porque mi esposa me está avisando” dijo y se corrigió, “nos está avisando que algo terrible está apunto de suceder.” El agente cambió el tono.
   

“¿De qué se trata?”—preguntó y Javier se lo imaginó sacando un bolígrafo para tomar notas.  Javier le explicó que hasta ahora, su esposa  nunca se había equivocado en sus advertencias, predicciones, ordenanzas, pero en esta oportunidad no hubo tal cosa. No le entendió el mensaje. Lo único que había podido dilucidar, de este trance en particular, es que “algo terrible estaba a punto de suceder. Algo muy, muy grande y terrible”—Javier dijo y se sintió incoherente pero no sabía como esclarecer su ansiedad. Sospechaba que la próxima pregunta del agente sería “ha estado usted bebiendo?”
   

“Tiene que decirme algo con lo que podamos trabajar.”—lo espoleó el agente, “lo que sea. Presentar una denuncia, hablarnos de una sospecha siquiera, y en su caso hasta le permito una adivinación, pero tiene que ser algo más concreto.”

 

“Tiene razón.”—respondió Javier, algo vencido, “Claro, ustedes son Policías. Trabajan con tips y evidencias y esas cosa… Lo entiendo. Solo déjeme terminar diciendo que si de algo sirve mi experiencia con este extraño don de mi esposa, le puedo asegurar que,”—Javier dijo y pausó para consultar su reloj,“..sea lo que sea que su don nos está advirtiendo que sucederá, sucederá en las próximas horas. Solo les pido que estén alerta. Son casi las tres de mañana y hoy es el tres, no, ya es martes, martes cuatro de febrero. Es lo único que puedo hacer; avisarles que algo espantoso está a punto de suceder.”
    

“Tranquilo amigo,”—le dijo Benavides con un cierto tono indulgente, “yo termino mi guardia en media hora y aquí hemos tenido una noche bastante calmada. Váyase tranquilo a la cama que aquí no va a pasar nada.”
    

FIN

 

 

 

SI LES INTERESA LA INTERPRETACIÓN DE LAS ALUCINACIONES DE NUESTRA DAMA (GABRIELA) NOCTÁMBULA CUANDO DICE,

“…anterior al renacer celestial, la dama estéril será lesionada. De las entrañas de Marte resurgirá, de espantos, un gran rey, Angolmus, Con éxtasis de conjuras de tinieblas, el uno se hará legión, Un ave rugirá leonina al festín de los cadáveres relegados, Salivará néctar para los hombres y maniobrará para la bestia. Solo la vox de la madera verde y de la fiera de alambre expondrán que fue librado para suspender el transito de las centurias, pero los placeres abundantes del oro ennegrecido apocaran voces. Domará acero y fuego, con lo que lesionando mares perennes, harán farsa la espera.”—concluyó y quedó desmayada, con la cabeza colgándole de lado.

AQUÍ VA,

“Anterior al renacer celestial, (ANTES DEL  AMANECER) La dama estéril será lesionada, (LA DAMA ESTÉRIL ES UNA ALEGORÍA A LA DEMOCRACIA) ..De las entrañas de Marte resurgirá (SALDRÁ DEL CENO DEL MILITARISMO),  de espantos, un gran rey, Angolmus,(RESURGIRÁ EL REY DEL TERROR O “GRAND ROI D´EFFRAYEUR”  UN ESPECIE DE SOLDADO ANTICRISTO QUE NOSTRADAMUS PREDIJO LLEGARÍA EN 1999. LA PALABRA ES ANAGRAMA DE MONGOLIUS, LOS MONGOLES, LOS KAN, CON SU PODERÍO DE CONQUISTA Y DEVASTACIÓN-QUE INVOLUCRARÍA AL MUNDO ENTERO) Con éxtasis de conjuras de tinieblas, (PARECIENDO DENUNCIAR LA CORRUPCIÓN DEL PASADO) el uno se hará legión, (LOS POCOS TENDRÁN  MUCHOS SEGUIDORES). Un ave rugirá leonina al festín de los cadáveres relegados, (CELEBRARÁ SU GOLPE) Salivará néctar para los hombres y maniobrará para la bestia. (PROMETERÁ MEJORAS Y CAMBIOS PERO TRABAJA PARA EL MAL) Solo la vox de la madera verde y de la fiera de alambre (MADERA VERDE, EN VASCO ES “OLAVARRÍA”-Y PIDO DISCULPAS POR HACER DE MI PADRE UN PROFETA APOCALÍPTICO;  Y LA FIERA DE ALAMBRE ES RCTV) ..expondrán que fue librado (FUE INDULTADO) para suspender el transito de las centurias, (DENUNCIARÁN A QUIEN NOS RETROCEDERÁ EN EL TIEMPO Y SE PROCLAMARÁ UN REDENTOR)..pero los placeres abundantes del oro ennegrecido apocaran su voces. (COMPRARÁ CONCIENCIAS CON EL PETRÓLEO) Domará acero y fuego, (DENUNCIARÁ INSTITUCIONES E IMPERIOS) con lo que lesionando mares perennes, (EL MAR PERENNE ES LA POLÍTICA), harán farsa la espera. (DIRÁ “POR AHORA” SABIENDO QUE YA TODO ESTABA LOGRADO Y HABÍAMOS CAÍDO EN LA TRAMPA).

 

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