He ido de visita dos veces, mas no he vuelto

Por Heymar Díaz Matamoros

 

 

 Luzia en el Monumento a los judíos de Europa asesinadosConfiesa que no fue el país el que  la obligó a irse, sino su personalidad ‘nómada y echada pa’lante’. Al graduarse de bachiller en 1999 Luzia hizo el primer intento por seguir sus instintos, pero su familia le pidió culminar una carrera. En febrero de 2011 Brighton, Inglaterra, la eligió; ‘no al contrario’, asegura. ‘Puse el dedo en el mapa y brilló en mi’.

Como casi todo en su vida, no hay patrones. Habla con su mamá una vez a la semana, aunque los textos suelen ser a diario. Con su hermano de vez en cuando; con sus amigas cuando está deprimida y con sus familiares cuando se acuerdan de ella. Asegura que hay personas de quienes nunca volvió a saber y a veces recibe mensajes a las tres de la mañana, porque «¡en Caracas apenas son las diez de la noche chica!».

Como es normal la distancia tiene sus efectos: cuando la nostalgia aparece, lee o escucha la música que la conecta con su gente, con el país: venezolana, salsa, vallenato. «Luego de la oleada de emociones y el ratón moral, veo quien soy ahora y no quiero volver atrás», se apura en afirmar.

Luzia a diario enfrenta el hecho de tener qué justificar, más que explicar, a Venezuela ante quienes la rodean: «para ellos Venezuela es una playa hermosa a la que no pueden ir porque al bajar del avión quedarán atrapados en un tiroteo o los pueden secuestrar». Tampoco comprenden Cadivi ni el sistema cambiario.

Más allá del país está la mujer; no poder abrazar al saludar, sentirse desorientada con la cultura; haber recibido la orden tras un chequeo médico de tomar anticonceptivos «para que no tuviera hijos en el país»; no saber explicar la diferencia idiomática del «te quiero/te amo»; las quejas a su alrededor por el clima, porque el bus llegó cinco minutos tarde, las colas que hartan a las personas en la calle y que apenas duran diez minutos, o «la gente que no sonríe de vuelta porque desconfía», son algunas de las cosas más frustrantes que ha tenido que afrontar, asegura.
El 4 de junio de 2011 cuando pisó Maiquetía, Luzia supo que no regresaría. «He ido de visita dos veces, mas no he vuelto», explica.

Trabaja 25 horas a la semana como asistente de contabilidad en una empresa de Diseño Gráfico y desarrollo de páginas web, y colabora escribiendo para el blog de la compañía. «Me gradué en  2007 de Odontólogo en la UCV bajo las Nubes de Calder, con la mirada de mi papá y la presencia de mi familia en el Aula Magna. Me siento orgullosa de mi título, pero eso no es lo que soy, no me define», afirma Luzia.

«Libertad e independencia», son las cosas que más valora de su vida actual. A pesar de que gana sueldo mínimo, su calidad de vida se incrementó exponencialmente: «se cuadriplicó, por así decirlo». Disfruta la posibilidad de tener una vida bonita y segura; tomar un avión y en una hora estar en París y en dos en Berlín. «No tengo una vida de millonaria, nada más alejado de esa afirmación», pero aprovecha cada oportunidad y «sigo en construcción».

Dos días después de su llegada, visitó a su amiga Karina en Berlín. En esta ciudad conoció el Monumento a los Judíos de Europa asesinados; «fue proverbial para mí. Caminar entre los monolitos, perdida como estaba en ese momento. Renacer de mis cenizas», reflexiona.

Luzia se mantiene conectada a los recuerdos incluso, de aquellos que ya partieron y de quienes no se pudo despedir. De visita en Galicia coincidió con sus abuelos, oriundos de aquella ciudad. Le preguntó a su abuelo qué sentía al volver a su tierra, a lo que respondió: «Mi tierra es en donde nacieron mis 14 nietos, Venezuela».

 

 

Foto leyenda: Luzia en el Monumento a los judíos de Europa asesinados, Berlín

 

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