Y Gabo volvió para Macondo

Por Luis Guillermo Valera

@guilloescritor

 

 

 

Cuenta la leyenda que la primera persona en saber que el joven Gabriel García Márquez quería ser escritor fue uno de sus hermanos. “Voy a escribir una mierda que van a leer más que el Quijote”, fueron sus palabras.

 

Más de sesenta años después, se nos fue el Gabo, y casi puede palparse el rastro que deja su partida: ya no hay enamoradas perseguidas por mariposas amarillas, ni octogenarios enfermos de amor adolescente, ni amantes que transcienden el tiempo y el espacio para encontrarse en sueños. O tal vez todavía existen, solo que se guardaron en casa a respetar los lutos por su progenitor.

 

Latinoamérica se duele por su más fiel retratista. Tal vez fueron sus dotes de reportero, o las fabulaciones de su abuelo en la lejana Aracataca (que alguna vez quiso llamarse Macondo, pero en votación popular y democrática, sabiamente, decidió quedarse con el viejo nombre, y es que ¿a cuenta de qué se iban a adueñar de algo que desde siempre le pertenece al mundo?); tal vez fue una confabulación de las estrellas lo que le convirtió en el más verídico cronista de esta América desmemoriada, abandonada a su suerte, y que trata de aprender a cambiarse los pañales hacer un desastre como el de sus últimos 200 años.

 

Hablar de Gabo es hablar de sus libros. Cuando nos lo imaginamos lo primero que se nos viene a la mente es Cien Años de Soledad, o El Amor en los Tiempos del Cólera en su defecto, obras que se ganaron el corazón de sus lectores, mas en mi caso tiendo a preferir una de sus novelas menos conocidas, y que en su tiempo fue muy criticada: El Otoño del Patriarca.

 

No hay critico literario que pueda esbozar la envergadura de la narrativa del Premio Nobel sin que se vea minimizado por las limitaciones de su lenguaje y conocimientos limitados; eso ya de por si es un declaración de su poderoso verbo, tan único como luminoso. Un infinito poema en prosa sobre la realidad fantásticas, onírica y fantástica, tan real como lo que vemos en la calle a diario. Sí, eso es Gabo: una contradicción dentro de otra contradicción aun más grande. Algo muy latinoamericano.

 

Y es que solo hay una de describir a Gabriel García Márquez: como un escritor latinoamericano.

 

Su familia ha decidido incinerar sus restos. No habrá grandes funerales como los que una vez narró (su primera incursión al realismo mágico que tanto lo caracterizó), ni mayores ritos. Y ahora que se nos fue, el Gabo volverá a Macondo, a aquella tierra que nos regalo, en la cual encerró la historia y los demonios de un continente, si no es que del mundo todo, para que habitáramos. Macondo está en nuestros corazones, y Gabo volvió a Macondo.

 

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