Soldados de Franela

Por Norma Pérez

@normaperez9

 

 

 

Hoy es un día normal de abril, de esos donde el calor azota sin piedad. La gente está en su casa, mirando por la ventana, paseando al perro o simplemente reunidos en la panadería escuchando a algún hombre cuya vivencias son más interesantes que el día a día de quienes están reunidos ahí.

 

Todo transcurre con normalidad. La vecina del piso uno saca a su perro a pasear, en la autopista Prados del Este pasan muchos carro que se ven como pequeñas hormigas desde mi edificio. Nada nuevo ocurre, es una tarde aburrida de esas en que un libro y un café son los mejores aliados.

 

Sin embargo, cuando crees que la paz no se va a ir es cuando el ruido te sorprende con más fuerza que nunca. Las personas tocan cornetas desde sus carros como locos, la gente de la panadería centra su atención en un grupo de jóvenes, vestidos con franela blanca, gorras tricolores y banderas de Venezuela, que se disponen a trancar la autopista en sentido La Trinidad.

 

El grupo de jóvenes busca cosas para armar una barricada. Decididos y sin miedo algunos se colocan en la autopista, mientras otros cuelgan del distribuidor de Santa Fe un cartel en el que se lee “Queremos una Venezuela libre”. Bajo a la panadería y me siento en la acera a ver como este grupo de chamos, de mi edad, luchan por lo que ellos creen que es correcto, a pesar de que el gobierno ha pedido que no tranquen las vías porque eso solo congestiona la ciudad.

 

Mientras observo cómo algunos vecinos se unen, puedo escuchar las diferentes opiniones. Algunos consideran que es una pérdida de tiempo, que solo colapsan caracas queriendo ser los Aquiles de esta Troya. Otros sienten que es la única manera de que el gobierno se dé cuenta de que el pueblo está inconforme y cansado de la inseguridad, costo de la vida, escasez y la inflación.

 

Los vecinos que están en la panadería forman una especie de mesa de debate donde cada uno defiende lo que cree. Las opiniones varían y mientras discuten, la guardia aparece en sus motos. Serios, con bombas lacrimógenas colgadas del uniforme y escudos, se disponen a levantar la barricada y restaurar el paso.

 

Uno de los manifestantes, se para firme frente a los guardias que quitan la tranca y les grita: “¿Por qué la quitan?” pero no obtiene respuesta alguna. El muchacho, de unos 20 años de edad, vestido con una franela blanca que tiene estampado en la espalda “El que se cansa pierde”, una gorra tricolor y jeans, grita más fuerte: “Estoy en todo mi derecho a protestar, la Constitución me lo permite”.

 

Los guardias que vienen con la instrucción de impedir el cierre de vías solo lo miran mientras arman una fila frente a la barricada. El grupo de manifestantes se coloca frente a ellos y uno grita que no se va a rendir, que están cansados de ver cómo sus madres hacen colas, de no conseguir medicamentos, que esta lucha es incluso por los uniformados que deben cuidar al pueblo y no atacarlo.

 

Los oficiales no argumentan contra el monólogo de los jóvenes, solo se organizan e intentan levantar la barricada. Pero uno de ellos se cansa y se dispone a retirar los escombros cuando un manifestante le hace frente y forcejean, el guardia reacciona y coloca la pistola de perdigones en el pecho del joven.

 

En la acera los ánimos se caldean, el hombre que hace unos minutos contaba anécdotas cruza la calle y se dirige hacia el guardia. Grita que si esa es la paz que tanto profesa el gobierno, el guardia recupera la postura inicial, se calma y no responde.

 

El hombre sigue gritando, con demasiado manoteo, el guardia reacciona. El señor no se quita y en un abrir y cerrar de ojos los oficiales que están en la retaguardia comienzan a detonar las bombas lacrimógenas y perdigones. La gente corre como loca, en la panadería se resguardan algunos, la vecina del piso uno se asfixia con el gas.

 

El miedo, la zozobra y la incertidumbre me impiden abrir la reja del edificio, las manos me tiemblan mientras veo como los llamados “soldados de franela”, nombre que les atribuyó el fotógrafo Donaldo Barros por la costumbre que tienen de encapucharse con franelas para evitar el efecto del gas, intentan auxiliar a la gente y recogen las bombas para lanzárselas a los oficiales. La guardia está firme en el distribuidor, decidida a calmar la situación que solo se agrava al pasar los minutos.

 

Esta lucha comenzó hace un mes y medio. Es vista por una parte de la ciudad como una forma de salir de lo que ellos consideran un mal gobierno. Mientras que la otra mitad cree que con las guarimbas y barricadas no se llega a nada, puesto que el derecho de unos termina cuando violan los derechos de los demás.

 

La vecina del uno cae desmayada, el perro ladra y la gente trata de auxiliarla, mientras la autopista se pierde en una nube de gas lacrimógeno. Logro abrir la reja, subir a mi casa, que está toda llena de ese gas pesado. Mientras busco cosas para ayudar a la gente escucho las cacerolas, a los vecinos gritar “desgraciados” y otros insultos.

 

De pronto, en medio de aquel desespero, se impone un silencio que aturde. La paz cae tan sorpresiva, que pienso que todo lo que he vivido ha sido una mentira, cuando me asomo por la ventana solo veo un humo blanco que pica y gente que camina rápidamente. La guardia sigue firme en el distribuidor, preparados para otra lucha, sin embargo en medio del ardor de mis ojos no logro ver a ninguno de los “soldados de franela”.

 

Media hora después, el silencio es tan grande que te desespera y si te asomas a la ventana solo ves los restos de lo que parece una batalla de guerra. Pero que la calma no te confunda, porque cuando menos lo esperamos la bulla vuelve, los “soldados de franela” están de nuevo ahí y junto a ellos las bombas y la guardia.

 

Después de tanto silencio solo logro escuchar “pum, pum, pum”, “inhumanos”, “animales” y de nuevo “pum, pum, pum”. Así transcurre lo que parecía ser una tarde calurosa del mes de abril, que solo dejó el triste olor de una lucha, sin resultados, entre venezolanos.

 

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