Editorial #207: La identidad latinoamericana y “Las Venas Abiertas” por El Imperio

 

[El imperio español] Es como la boca que recibe los alimentos, los mastica, los tritura, para enviarlos enseguida a los demás órganos, y no retiene de ellos por su parte, más que un gusto fugitivo o las partículas que por casualidad se agarran por sus dientes.

Eduado Galeano. Las Venas Abiertas de América Latina.

 

Si reemplazamos la palabra “español” por “norteamericano” o “estadounidense” –o incluso por “yanqui”, para usar el aforsimo ñángara–, esa frase de Las Venas Abiertas de América Latina sumariza el argumento de las izquierdas latinoamericanas de hoy. La situación es especialmente grave en Venezuela y Argentina, donde los gobiernos rutinariamente deciden usar retórica anti-imperialista y neo-revolucionaria para cristalizar sus movimientos políticos. Venezuela, sin embargo, es también el tercer suplidor de petróleo de los Estados Unidos, y la crisis socio-económica y política doméstica ha generado un inusual acercamiento al Norte.

 

Suramérica presenta muchísima diversidad diplomática. Colombia y Perú, ambos aliados y socios de EE.UU., tienen un discurso algo diferente al de Nicolás Maduro. Aún cuando Humala, el presidente actual de la nación de Machu Picchu, fue electo con fuertes conexiones con el chavismo, su relación con “el Imperio” no ha cambiado significativamente. Colombia, por su parte, está tratando de unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una de las más detestadas por la izquierda global: la Internacional Socialista, por ejemplo.

 

Hasta ahora, pareciera que estoy indicando una conexión política. El tema es otro, más fundamental. Como Simón Bolívar mismo reconoció hace mucho tiempo, la fortaleza de una nación reside en su identidad. La retórica antiimperialista venezolana, que envía petróleo a Cuba pero también al Imperio, es una forma negativa de definir el latinoamericanismo: no somos Estados Unidos, no somos Europa. Y es cierto. Como aspirantes al mundo desarrollado, las naciones de Suramérica –particularmente Chile y Brasil– han encontrado maneras de resolver sus profundas crisis sin la sangría que caracteriza a las transiciones democráticas recientes en el medio oriente.

 

Más aún, Latinoamérica (con la notable excepción de Venezuela, que recibe la inmensa mayoría de su moneda extranjera vendiendo petróleo crudo y derivados) superó al resto de occidente en reaccionar ante la caída de Lehman Brothers. Acostumbrados como estamos a vivir siempre en crisis, tenemos un océano de conocimientos prácticos acerca de las mejores formas para resolverlas.

 

Los líderes del Sur deben reconocer, entonces, que América Latina tiene mucho más que ofrecer al mundo que un simple contrabalance a los Estados Unidos dentro de occidente. Ese rol ya lo ocupan los europeos. Eventos recientes, como las revelaciones de Edward Snowden sobre los programas secretos de vigilancia de la National Security Agency norteamericana, han disminuido la confianza en la super potencia alrededor del mundo. América del norte se ha visto forzada a negociar –sólo un poco– su posición dominante. Como latinos debemos aprovechar este período interconectado e histórico para acercarnos más a nuestros vecinos culturales en el sur de Europa, y también para transformar nuestra relación con los Estados Unidos para mejor.

 

La respuesta usual de los ñángaras a propuestas de acercamiento es que el Imperio malvado, cual bruja de película de Disney, quiere tomar posesión de nuestros minerales y de nuestro petróleo. Sin embargo, la verdadera subsistencia de la Venezuela de hoy proviene de esa misma bruja. Otros países del sur están en una situación similar: desmejorando su relación con los EE.UU., como el gobierno de Chávez hizo rutinariamente, hecho que amenaza nuestra propia subsistencia. Peor aún, no nos ayuda a sacar a millones de coterráneos de la pobreza, el objetivo central de la izquierda. Es casi como dispararse en el zapato intencionalmente y estar orgulloso de ello.

 

La Alternativa

 

Latinoamérica, especialmente la América del Sur, debe moverse a una visión más positiva de identidad: ¿Qué nos hace venezolanos, colombianos o argentinos? La respuesta no es que no somos gringos. La respuesta verdadera es que somos latinoamericanos y que tenemos una herencia cultural europea y una historia fundacional muy similar a la del Norte. Nuestras similitudes son muchas más que nuestras diferencias.

 

Si la UNASUR, por ejemplo, quiere ser como la Unión Europea o los Estados Unidos, primero tiene que agrupar a sus ciudadanos bajo una misma identidad. El resto sería otro club de presidentes.

 

Nota de cierre: este video presenta bien lo que quiero decir con “Identidad Latinoamericana”, dicho por jóvenes de todos los veintiún países de Iberoamérica.

 

 

 

Imagen de hansmejiaguerrero.blogspot.com editada por el autor

 

 

 

Alex Gamero Garrido

Asesor Editorial

@AlexGameroG

 

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