Roberto Bolaño: detective salvaje

Por Henyerson Angulo

@Heryens

 

 

 

Probablemente las noches europeas fueran oscuras como bocas de lobo, no las noches americanas, que más bien eran oscuras como el vacío, un sitio sin agarraderos, un lugar aéreo, pura intemperie, ya fuera por arriba o por abajo.

 

La profesora Victoria Ávalos alumbra a Roberto Bolaño en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. A los quince años se traslada a México con su familia; justo ese año, durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, era reprimido el movimiento estudiantil e invadida por militares la Universidad Nacional Autónoma de México. Un año después abandona la secundaria y decide dedicarse en pleno a la lectura y a la escritura.

 

Tras la victoria de Salvador Allende, emprende un viaje haciendo autostop de México a Chile para apoyar este gobierno socialista. Después de un largo recorrido, pasando casi toda Latinoamérica, llega a Santiago de Chile y, 8 días después, el Golpe de Estado comandado por Augusto Pinochet acaba con la gestión de Allende y la represión militar se hace presente en las calles del país. Bolaño es apresado mientras viajaba en un autobús a Los Angeles, Chile, donde experimenta un desagradable momento producto de una represión por parte de un gobierno dictatorial y golpista. A los ocho días es liberado y abandona Chile por más de dos décadas.

 

Regresa a México donde se mueve más su vida literaria y funda, junto con Mario Santiago Papasquiaro y otros poetas, el movimiento Infrarrealista. Abandona México y se muda a España a expandir sus intereses literarios.

 

Después de establecerse en Blanes, junto su esposa Carolina López, tuvo dos hijos, Lautaro y Alexandra, quienes fueron su inspiración para introducirse más en la narrativa, pues suponía era más rentable. En 1998 gana el premio Herralde de novela por Los detectives salvajes, un año más tarde viaja a Caracas para recibir el premio Rómulo Gallegos por la misma novela.

 

Una insuficiencia hepática le quita la vida el 15 de julio de 2003 en Barcelona, España.

 

La obra narrativa de Roberto Bolaño se centra en su experiencia personal creando un mundo posible donde él se llama Arturo Belano, un personaje que aparece en muchos de sus relatos. En el cuento Los detectives, de la selección de cuentos Llamadas telefónicas, Belano abraza los males que en un militarismo dictatorial son comunes: la cárcel, por ejemplo. El alter-ego de Bolaño experimenta el desagrado carcelario cuando en la calle reina el rifle, la bota y el traje verde. Lo maravilloso de esta historia es cómo está contada: dos oficiales de la policía cuentan cómo pudieron salvar a Belano, quien había sido su compañero de secundaria, de la cárcel y cómo, también, uno de ellos se habría muerto de susto cuando notó la preocupación de su ex-compañero de liceo por no hallarse en el espejo; a quien veía era a otro. Es interesante pensar que el hombre que ve Belano en el espejo es el hombre que una dictadura construye, el hombre que impide que la opresión se haga el medio. Es un hombre que no se identifica, un hombre que se siente ajeno a su propia vida, quien siente la derrota en su interior y rechaza exteriorizarla, que la niega. Sin embargo, aunque el autor de ese mundo ficcional no volvió a Chile sino hasta 25 años después, nunca cedió en cuanto a su compromiso por una Latinoamérica unida.

 

Belano en su obra es América Latina en carne, es Bolaño en otro mundo. Bolaño le escribe al latinoamericano en pro a la unión del continente. La novela Los detectives salvajes, por ejemplo, es un monumento en prosa dedicado a los poetas latinoamericanos. Belano y un grupo de mexicanos recorren, en un Impala, el desierto de Sonora, que bien puede representar el horror latinoamericano. Porque la desolación que representa ese desierto puede ser ese horror todopoderoso que pretende siempre malograr estas tierras y él en ese impala, con sus hermanos mexicanos, viajó con todo, peleando, en contra de los excesos poder.

 

La literatura de Bolaño no estuvo a favor del poder, porque el poder no se interesa por las letras. Aunque haya viajado a Chile durante el gobierno de Allende, su obra no estuvo a su servicio, como bien lo aclara en su última entrevista cuando Mónica Maristain le pregunta qué le hubiera dicho a Allende si lo hubiese conocido: “Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.”

 

Como Bolaño no estaba al servicio del poder, a pesar de ser de la corriente de los trotskistas, criticaba constantemente en sus textos cómo la izquierda en América Latina había tomado un rumbo sin horizontes, cómo se había degenerado. En Los mitos de Cthulhu, en el libro El Gaucho insufrible, lanza fuertes críticas a los que pretendían una falsa unidad latinoamericana a través de la fuerza y el impedimento a la disidencia: “(…)Dios bendiga los campos de concentración para homosexuales de Fidel Castro y los veinte mil desaparecidos de Argentina y la jeta perpleja de Videla y la sonrisa de macho anciano de Perón que se proyecta en el cielo y a los asesinos de niños de Río de Janeiro y al castellano que utiliza Hugo Chávez, que huele a mierda y es mierda y que he creado yo.”

 

La obra de Bolaño honra a esta parte del mundo, su prosa y su poesía es, aunque probablemente sin su intención, la unión de un solo pueblo, de unas tierras que poco se han hilado unas con otras a pesar de haber sido golpeadas por grupos a favor del poder único.

 

Roberto Bolaño no fue chileno ni mexicano ni mucho menos español, fue, como lo dijo repetidas veces, latinoamericano y nada más.

 

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