Creer en Venezuela

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

Nunca como ahora el país ha estado tan devastado y nunca como ahora el país requiere de nosotros. Pero existe un problema fundamental, un aspecto crucial que nos negamos a reconocer y que sin embargo hace añicos la visión de nuestro futuro: los venezolanos tenemos una enorme crisis de creer en Venezuela.

 

El dejar de creer en el país trae consigo al menos dos consecuencias de envergadura: (i) se evidencia el problema de autoestima que tiene el venezolano sobre su gentilicio y sobre sí mismo; (ii) se obstaculiza cualquier iniciativa tendiente a superar los obstáculos que enfrentamos a los fines de alcanzar el crecimiento y desarrollo de la nación.

 

Quien no está bien consigo mismo difícilmente estará bien con los demás. Esta es una verdad que aplica en el plano de la esfera individual y que inexorablemente puede trasladarse a la dimensión de la vida política del país. Porque si los venezolanos no estamos bien con nosotros mismos y lo que somos será imposible sacar a Venezuela del atolladero en el que se encuentra.

 

En cierta ocasión, Renny Ottolina planteó que el retorno del país a sí mismo no puede ser sino a través de su conciencia, que Venezuela nació para ser líder, para indicar cuál es la senda, no para seguirla. El problema fundamental es que Venezuela se ha olvidado de sí misma. Un estado de orfandad mental y emocional.

 

Recuperar la conciencia de qué significa ser venezolano. Esa debe ser la consigna. Como dijo el propio Renny, no puede haber amor donde no hay admiración. Y cuando cesa la admiración cesa el respeto. ¿Cómo se va a amar a Venezuela si no se le respeta y no se le admira? ¿Y cómo se puede admirar a Venezuela si no se le conoce?

 

Habitar un lugar no implica conocerlo, sentirlo, amarlo. A menudo transitamos calles como autómatas, ignorando lo que nos rodea, con una actitud pacata y acomodaticia ante las circunstancias. Porque el reto de sentir en las entrañas al país supera lo momentáneo, el cálculo del presente, la postura conveniente para la galería.

 

¿Por qué impera la indolencia ante lo que sucede en Venezuela? Porque en el fondo no sentimos al país como nuestro y por ello no nos duele. La indiferencia prevalece ante lo ajeno. O tal vez sea el miedo. Miedo a reconocer nuestros errores y desaciertos. Miedo a asumir nuestras responsabilidades y nuestras culpas, de aceptar que nuestro proceder no ha sido el correcto y que es imperativo rectificar.

 

Los culpables de nuestros males siempre son otros. El dedo acusador apunta a este, aquel o al de más allá. Mientras más lejos mejor, para que la causa del engaño sea cada vez más remota. Esta es la actitud del cobarde. Y me niego rotundamente a pensar que mi país se erige sobre los cimientos de la cobardía.

 

Soy un firme convencido de que otra Venezuela es posible. Una Venezuela cercana a la grandeza y, sobre todo, cercana a los valores de la libertad. Me lo repito día y noche. No para manejar la frustración y la tristeza cual recetario de autoayuda, sino porque sostengo la firme convicción de que así es, de que mi país es una bendición que todavía no hemos descubierto.

 

Queda de parte de cada uno de nosotros comenzar a alimentar la convicción de creer en Venezuela. Nada ni nadie lo hará por ti. Es tu decisión permitir que florezca la esperanza o permanecer marchito frente al abismo.

 

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