De la mujer de las cavernas a la mujer multitarea

Por Heymar Díaz Matamoros

@Heymar33

 

 

Recientemente conocimos a través de los medios de comunicación social, la noticia del secuestro de un niño de apenas cuatro meses de nacido. Con el paso de las horas y las investigaciones, las primeras sospechas recayeron sobre su progenitora, quien además aseguraba que el pequeño había sido arrebatado de sus brazos en un centro comercial de la ciudad aragüeña de Maracay.

 

Pasé en un dos por tres, de la solidaridad a la indignación, pensando en las entrañas ausentes de aquella mujer (un innecesario juicio de valor, sí). Así es nuestro estilo de vida actual: inmediatista, superficial, ambiguo. Si las emociones tuviesen un color y las pudiésemos reflejar en nuestros rostros, viviríamos con el círculo cromático en nuestra nariz. No tenemos oportunidad de vivir un duelo cuando ya estamos en una celebración; no acabamos de experimentar plenamente la alegría, cuando debemos levantar alarmas y activarnos socialmente. Y así con tantas otras circunstancias.      

Con seguridad habrá individuos para los que esa montaña rusa es un estímulo, para otros, es un ancla.

 

Si ponemos nuestra atención en la madre de esta criatura, son muchos los cuestionamientos: familiares, educativos, culturales, económicos y mentales. Es sencillo: la maternidad está sobrevalorada. Amén de la controversia que tal afirmación puede y va a generar, la mujer venezolana, para circunscribirlo a un espacio territorial, debería reflexionar más profundamente acerca de su ideal de maternidad como realización personal. Crecimos bajo un estigma de género, amplificado por el «machismo femenino» (si es que tal definición no es sociológica y antropológicamente ofensiva) que nos obliga a ser súper poderosas; profesionales, independientes, plenas, amantes, amigas, madres. Este último es un don, un regalo que en algunos casos es muy difícil de asumir cuando los cuestionamientos iniciales están ausentes en su totalidad o alguno falla notablemente. 

 

Es fundamental que la familia haga un trabajo más profundo en la educación sexual y familiar, que el ejemplo sea la guía; que la escuela incentive el pensamiento crítico, que desde las instancias competentes se promueva la integridad individual para permitir el intercambio efectivo dentro de la sociedad y que definitivamente se tome conciencia sobre la imposibilidad mental y emocional de algunas personas para llevar adelante la crianza equilibrada de los venezolanos del futuro.

 

Estamos en la era de las opciones. A quien no le gusta Twitter usa Facebook o Instagram, y el que no, sencillamente no participa o no se integra a las redes sociales; tan positiva como constructiva es la diversidad, en donde se incluyen las decisiones. Para quien las salsas blancas no son la mejor opción, las rojas acompañan sus comidas, o pueden decantar por no ingerir salsas o aderezos.   

De las mujeres se espera una multiplicidad de roles que eventualmente, aunque sea una vez en la vida, entran en conflicto. No tenemos ocasión de especializarnos en una rama de la vida y para ser honesta, disfrutamos esta posibilidad de ser «multitarea» la mayoría de las veces, la mayor parte del tiempo. Sin embargo, frente a un escenario como el que vivimos, de inmediatez y emocionalidad exacerbada, debemos detenernos con más cautela frente a nuestras opciones y decisiones. Algunas son para toda la vida. Volviendo al inicio, una mujer perdió su libertad y a su hijo en una misma decisión; si no los más importantes, dos de los motivos que sostienen la vida de cualquier ser humano.

 

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