¿Hemos aprendido la lección histórica?

Por Leandro Buzón

 

 

 

Por curiosidad me acerqué al antiguo Museo Militar, ubicado en el 23 de Enero, mejor conocido hoy el “Cuartel de la Montaña 4F”. Fui en compañía de unos amigos. Queríamos observar cómo era la dinámica social que concurría en el museo. Mientras esperábamos en la reducida cola para ingresar, por los auto-parlantes del mismo pudimos escuchar el himno nacional interpretado por el fallecido Hugo Chávez, lemas como: “Chávez Vive La Lucha Sigue”, “Unidad, Lucha, Batalla y Victoria” y, por supuesto, el afamado “por ahora” dicho por el presidente Chávez al fracasar en el golpe del 4F. En este espacio, hay una perfecta narrativa construida desde la rabia, siendo esta presentada como motor de la historia, con el fin de justificar el golpe del 4F.

 

Hoy estoy convencido que fue la rabia acumulada que nos condujo al voto castigo, premiando así a los militares del 4F con el poder. Y así creyeron los electores, preparados con una fuerte campaña de medios y de satanización de la política, que los políticos tendrían su merecido.  

 

El proceso de desintegración moral y política de la sociedad venezolana, con incidencia letal de los partidos tradicionales, convirtió una crisis de gobierno en una crisis de sistema. Y en medio de la “política del espectáculo” terminó por emerger como emperador “republicano” Hugo Chávez.

 

Eso es la expresión del “Cuartel de la Montaña”: un gran panfleto dibujado por el gobierno con el fin de justificar en el poder a Maduro. Este “Chavesalato”, como uno de mis compañeros se atrevió a calificar, está aderezado por el culto a la personalidad y el endiosamiento a la figura del líder. Eso es lo único que queda, a mi juicio, de la revolución bolivariana, mientras los venezolanos heredaremos las cenizas de un país que fue demolido por la revolución.

 

El gobierno de Maduro pretende mostrar una ilusión de armonía, pero lo cierto es que el mar de frustraciones sociales es inmenso. Aprendamos de los errores del pasado y no permitamos que la rabia sea el faro que empuje nuestro cambio. No dejemos que los impulsores de los cambios sean solamente los políticos y apostemos, de una vez por todas, a la fortaleza del civilismo democrático y a la consolidación de genuinas instituciones, que sean capaz de promover una estructura de poder interno que pongan freno y límites a un futuro caudillo que quiera atornillarse en las mieles del poder.

 

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