Cuatrocientos Cuarenta y Siete

Por Silvia Mendoza

@dark_swan

 

 

 

”En un hermoso valle, tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable (…) tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del invierno afligen”

 

Así describe don José de Oviedo y Baños en su ’Historia de la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela’ el sitio donde fue fundada Caracas. Destaca su clima gentil y la belleza del valle, que aún se mantienen a pesar del tiempo y los avatares de la historia. Siglos después es la sucursal del cielo, y del infierno, se ama o se odia, o ambas; es la segunda o cuarta ciudad más violenta del mundo, dependiendo del conteo que se lea. En ella asesinan y roban a muchas personas diariamente, las estadísticas se pierden, entre oficiales o no, pero el ciudadano no ve números, ve hechos. Los hechos son que la morgue está siempre llena y desbordada, que los hospitales se caen de tanta gente no atendida o que muere porque no hay insumos con qué atenderla. El tráfico en Caracas es un motivo más de martirio porque no sólo no se está seguro de llegar o regresar a tiempo a casa o al trabajo debido al largo tiempo que toman los embotellamientos en cualquier parte de la ciudad, sino que incluso en ellos te roban, o te matan así, muy fácil. Yordano lo expresó más claro que un cristal hace más de 30 años: “Vivir en Caracas, morir en Caracas”.

 

Sin embargo, nuestra ciudad es más que la violenta capital de este aporreadísimo país. Ya no tiene esos hermosos techos rojos que ensalzaba el maestro Billo Frómeta, ni el coche de Isidoro, y sus rejas antes discretas, silentes y decorativas son ahora los barrotes de una prisión gigantesca. No tiene los tranvías de antaño, ni los mabiles ni las retretas, ni el ‘Mata de Coco’ ni la Guerra de Minitecas del Poliedro. Tampoco tiene esos conciertos en la Concha Acústica de Bello Monte, o el teatro callejero, o el sistema Metro, el de antes, donde te sentías bien con sólo cruzar la puerta de la estación, o esos días en que se podía estar fuera de casa hasta las tantas de la noche y con un mínimo cuidado de perenne seguridad, disfrutar el tiempo de ocio. Todo eso se acabó, la ‘Caracas Vieja’ y hasta la nueva nos la arrebataron hace ya tiempo y la extrañamos mucho, pero aún tenemos una ciudad arropada por el majestuoso parque nacional El Ávila, con teatros, museos, parques y plazas y muchos otros lugares donde acudir a solazarse, aunque parezca increíble, inaudito, en medio de tanta violencia y desamparo, un día cualquiera. Aún está aquí, no es un recuerdo.

 

Santiago de León de Caracas nace hace 447 años en la falda del Waraira Repano/ Cerro Ávila, dos nombres para una misma montaña vigilante y acogedora. Lugar de enfrentamientos indígenas y españoles, tras años de luchas, de quemas y reedificaciones se convertiría en una ciudad central en la historia de Venezuela, capital de provincia, de Capitanía y de país. Una ciudad donde se firmaría el Acta de la Independencia de Venezuela, que vería nacer a Simón Bolívar, a Francisco de Miranda, Teresa Carreño, Antonio Guzmán Blanco, Carlos Raúl Villanueva y muchos otros ilustres ciudadanos en el transcurso del tiempo, y acogería a tantos otros venidos de otras fronteras allende el mar, y de los más remotos confines de Venezuela. Caracas ha visto mucha agua pasar bajo el puente, muchos combates en distintos flancos y aún hoy sigue siendo un campo de batalla, una ciudad pujante que nunca se amilanaría ante el poder destructivo de la naturaleza, que siempre se levantaría de sus cenizas cual Ave Fénix para una vez más volver a ser la Sultana.

 

De los Techos Rojos a Rotten Town

Hoy en día Caracas es una compleja conurbación que se extiende mucho más allá de las primeras calles iniciales de la colonia, cobijo inacabable de personas de todas partes del país que vienen a ella buscando un mejor futuro, si cabe, en medio de esta crisis actual. Atrás quedaron las callejas, las haciendas y aquellos grandes terrenos que era necesario transitar con tracción de sangre o en tren: en su lugar hay grandes avenidas y autopistas y edificios. La coyuntura política la ha dividido con un muro invisible que a pesar de ser incorpóreo puede sentirse, olerse, vivirse; Caracas está herida por este y otros muros y obstáculos erigidos por aquellos que la quieren como herramienta para lograr los fines más desdeñables. De tener techos rojos encantadores ha pasado a ser, como canta el rapero One Chot, un ‘Rotten Town’ donde no se sabe si se vive o muere una vez que se sale de la casa rumbo a trabajar o a estudiar y la vida no vale ni un medio, donde las fronteras están remarcadas por el color de una tolda política, donde ejercer tus derechos es un crimen. Con la violencia de los últimos veinte años, y usando las palabras de Desorden Público, Caracas se ha convertido en un “valle de balas” donde puedes caer víctima de algún proyectil porque “allá afuera los revólveres no respetan, plomo revienta y nadie se alarma más de la cuenta”. La indiferencia ante la violencia mata al caraqueño tanto o más que una bala; en cierto modo, Caracas está podrida, sí. Es imposible sentir por ella un amor total, siempre existirá una contradicción ardiente entre amarla con ardor y odiarla de la misma manera. Son muchas las personas que se van del país buscando un futuro lejos del norte del sur, y se llevan una foto panorámica de El Ávila y la cuelgan en un sitio de honor en sus casas extranjeras, o hablan de mudarse, de irse de ella porque ya no se puede vivir, y nunca lo hacen: así de enraizada está la paradoja caraqueña, venezolana, en ellos. Dos caras de una moneda citadina que se muestran constantemente.

 

En un mismo día puede cualquier ciudadano estar en el infierno y luego en el cielo si pasea por alguna calle caraqueña: en una cola sintiendo que el calor y la impotencia hacen hervir las venas, que la rabia ante ese desastre llega y se instala. Y luego basta mirar hacia el norte y ver el prístino verde del vigilante y atento Ávila, o hacia otro lado y observar de pasada el punto rojo de Soto, o las gotas de lluvia de Carlos Medina o alguna de las obras de Cruz Diez para que la rabia se amaine y llegue la calma y quizás, hasta una sonrisa. En la misma Ciudad Universitaria se reúne todo en un mismo lugar: arte, deportes, descanso, diversión, iluminación. Lèger, Moore, Manaure, Calder, Villanueva… el museo más grande y hermoso del mundo está entre los muros de concreto y sombras vencidas, aquí mismo en Caracas. Se puede caminar y leer los muy originales grafittis y demás notas y esculturas que decoran las aceras, muros, casetas de luz, teléfonos públicos y hasta potes de basura, chispas de arte urbano desperdigadas por todas partes. Los pedacitos de cielo que se encuentran en Caracas tienen forma de arte, y a veces, en forma de canción, flotan en el aire.

 

“Voy de Petare, rumbo a La Pastora”

A pesar de su caos, su violencia y su incesante ritmo que cansa al más pintado, la ciudad capital ha sido musa de un sinfín de diversas manifestaciones artísticas desde hace mucho tiempo. Poemas y canciones la han retratado cuidadosamente y cada una de esas composiciones relata momentos de vida de hace cinco, veinte, cincuenta o más años. Prosa y letras líricas han sido dedicadas a la ciudad por insignes escritores como Francisco Herrera Luque, Aquiles Nazoa, Juan Antonio Pérez Bonalde, Andrés Bello, Salvador Garmendia, y tantos otros genios literarios. Al pensar en canciones para la ciudad viene a la mente la voz e imagen del gran Billo Frómeta y sus crónicas melódicas “Canto a Caracas”, la “Caracas Vieja”, y “En Caracas”, entre otras, hermosos retratos de una época añorada incluso por quienes no la vivieron. Ilan Chester y su “Cerro Ávila”, con ese intro de teclado súper reconocible es ya un himno capitalino, y ver el cerro sin tener unos compases de la canción en la cabeza es imposible. Los geniales Aldemaro Romero, Yordano, Franco de Vita, Un Solo Pueblo, Desorden Público, One Chot, y Masserati 2Lts también han dedicado sus melodías y versos a Caracas y creado un imaginario musical que servirá de referencia a las nuevas generaciones que aquí habiten. Museos diversos y oasis de recreación y tranquilidad existen de extremo a extremo, de La Pastora a Petare, arriba y abajo. Zoológicos, bulevares, parques, mercados, galerías de arte donde también puedes tomarte un café o ver una película al aire libre y ver los niños correr, plazas, cines con una amplia gama de opciones para todos los gustos y edades, restaurantes grandes y pequeños, puestos de comida o de bebidas están todos aquí, en Caracas, esperando ser visitados por sus tantos miles de habitantes y visitantes, la sangre misma que la mantiene viva a pesar de las dificultades.

 

Cada 25 de julio, nosotros los llamados “Peces del Guaire” por la excelente banda Desorden Público, celebramos un año más de su nacimiento, polémicas históricas aparte. Son 447 años en los que ha vivido terremotos y hechos violentos y también momentos hermosos y memorables que la mantienen ‘vivita y coleando’. Nuestro deber como hijos propios o adoptados es conservarla, quererla y cuidarla, componerle canciones y versos, hacer vida y arte en ella y dejar vestigios para mantenerla latiendo, así podremos celebrar su existencia muchos otros años más.

 

“Desnuda tu pecho y canta el amor por tu ciudad y un manantial de sonrisa de futuro nacerá”. 

 

El pedazo de cielo de Billo en medio de los nueve círculos infernales de Dante. “Camisa de fuerza, sultana de nadie. Vivir en Caracas, morir en Caracas”.

 

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Guayoyo en Letras