Venezuela indolente

Por Daniel González González

@GonzalezGDaniel

 

 

 

Creo que atrás, bien atrás, quedaron esos días en que el venezolano como un todo, como masa, era solidario. No niego que queden algunos, pero lo que ocurre es que los solidarios no parecen ser mayoría. Tampoco niego que ante una gran tragedia puedan aflorar los sentimientos nobles. Sin embargo, la mayoría parece intentar vivir al margen de los problemas ajenos –hasta entendible en un país donde los problemas propios a veces nos superan- y rezándoles a los santos para que las desgracias no toquen a sus puertas. Preocupa ver como el suplicio que viven tantos enfermos en este país, si no es por un micro noticioso en el noticiero de las diez, pasan desapercibidos para aquellos que no son los protagonistas, sus familiares o amigos más cercanos.

 

Llevo meses escuchando y viendo las noticias sobre las personas que padecen cáncer, por escribir el primer caso. Cada día me conmueve más su angustia y me revienta de la rabia –por decir lo menos- la insolidaridad general, la indolencia colectiva. Ellos son tan venezolanos como tú o como yo. Abandonados a su suerte. Víctimas de la vista gorda que se hacen los funcionarios del área. No he visto a nadie convocar a marchas por el derecho de estas personas a la vida y a llevar sus días de enfermedad con tranquilidad. Hemos leído y escuchado cosas espantosas como esta: “Los pacientes con cáncer que acuden al hospital Luis Razetti, en Barcelona, están pasando por una crisis debido a la falta de equipos para hacerles la radioterapia” (El Universal, 4 de agosto de 2014). La falta de reactivos también golpea a estos pacientes. Se conoce que el yodo radioactivo está desaparecido. Indigna, por no decir algo grosero, recordar que cuando el fallecido presidente Chávez enfermó, se le procuraron todos los cuidados, de seguro, con el dinero de todos los contribuyentes. ¿Acaso cualquiera de estos, que bien pudiese ser un familiar suyo o mío, es menos venezolano que él? ¿Por qué solo ellos reclaman, solitarios, su derecho a la salud? ¿Por qué la sociedad se ha mostrado tan indolente?

 

Otros que han sufrido y siguen padeciendo el desentendimiento gubernamental son los pacientes VIH positivos. Lo poco que sale a la luz pública es dramático y digo lo poco, porque una cosa es ver por televisión o leer en la prensa que faltan antiretrovirales o que no hay reactivos para las pruebas de seguimiento de la evolución de la enfermedad, y otra, muy distinta, es el stress terrible que deben vivir estas personas ante la duda de si podrán continuar sus tratamientos y que solo sienten y padecen ellos y sus familiares más cercanos. En junio de este año, el diario El Nacional denunció que por lo menos ocho personas habían muerto debido a la interrupción de sus tratamientos antirretrovirales. ¿No le parece horrible? La ONG Positivos en Colectivo señaló que en marzo hubo fallas con la distribución de 14 medicamentos y lo peor es que no puede decirse que la situación ha mejorado notablemente. ¿Dónde está la protesta colectiva, el apoyo de todos los sectores? De no ser por unos pocos periodistas, uno que otro articulista, algún parlamentario y los voceros de las organizaciones que trabajan en este tema, esta trama entraría también en el olvido. Un país entero hace mutis viendo los toros desde la barrera, pero olvidando que esa infección no distingue sexo, edad, color de piel, si eres chavista u opositor o si vives en Mamera o en la Lagunita Country Club.

 

Tampoco la tienen fácil los pacientes con enfermedades mentales crónicas. El 16 de agosto Lissette Cardona publicó un trabajo desgarrador en El Nacional. Respecto al Hospital Psiquiátrico de El Peñón, se lee, entre otras cosas: “El hospital no tiene cocina desde hace tres meses. En su lugar se improvisó un espacio en el que se preparan los alimentos que llevan los familiares de los pacientes. Debido a la falta de recursos los pacientes no pueden consumir la dieta balanceada indicada por los médicos. En el lugar tampoco hay artículos para el aseo personal”. Y si esto parece grave, pues sepa que el ansiolítico Haldol falta desde hace seis meses.

 

Hablar de que el derecho a la salud está garantizado en la Constitución es como utópico. Uno debería decir que está escrito en ese pedazo de papel que todo el mundo viola, pero lo de garantizado es un mal chiste en este país. Aquí lo más garantizado que tenemos es ser descuartizados en cualquier esquina, mientras el ministerio de Interior señala los éxitos del Plan Patria ¿Segura? Mientras estos hermanos, porque lo son, tratan de sobrevivir como pueden, los políticos andan en lo suyo. La MUD con sus dislates y el PSUV en su infierno interno. Grave. Grave porque estos pacientes son nuestros y deberían dolernos, no solo por solidaridad, sino porque cualquiera de nosotros podemos enfermar o tener a un familiar o a un amigo en estas condiciones. Es indignante que mientras estas personas lloran a las puertas y dentro de los hospitales o en las farmacias del IVSS el país se ocupe en “debatir” la noticia infausta del nombramiento de la “infanta” como embajadora. Que si tiene credenciales, que si no, que si porque no la envían a Palestina o a La Habana. Por Dios, eso no puede ser más importante que un venezolano a punto de morir por culpa del gobierno. No. Debemos estar a su lado. Ayudarlos. Defenderlos. Recuerda que con las cosas como están, hasta las clínicas están mermando sus capacidades. Así que no nos confiemos porque tenemos un seguro. La indolencia, como el amor, se multiplica y estamos así precisamente porque en los últimos años hemos visto más de lo primero que de lo último.

 

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