Entre parada y parada

Por Laura Andreina Rodríguez

larodriguez@guayoyoenletras.com

@IsLarv


 

 

A pesar de todos los problemas y peligros que implica un viaje en carretera en este país, aún habemos personas que le apostamos a ese tipo de aventura, por fortuna, mi familia es parte de ese grupo. La carretera es mi fascinación desde que era muy niña, sí, suena bien extraño, ya estoy acostumbrada a las caras de asombro cada vez que manifiesto esto. Me encanta estar en la carretera, disfrutar de cada uno de los paisajes, de la música compartida por quienes vamos en el carro o, en su defecto, leer un libro ya que, por cierto, no mareo. De hecho, disfruto aún más estar en la carretera que llegar al destino final.

 

Primera parada: Maracay. Lo peor que nos puede pasar, en ocasiones, es tener un familiar en el lugar de destino, sobre todo si ese familiar tiene más de 80 años y se resignó a buscarle la parte negativa a todo y refugiarse en su casa. Sin embargo, dormir, la muerte pequeña, como diría Cortázar, es siempre la solución ante eso. De más está decir que, bueno, no conocí nada más que la casa de la hermana de mi abuelo. Perdí mis lentes.

 

Segunda parada: Cata. Lo primero que agradecí de esto fue salir de esa casa, lo segundo fue la maravillosa carretera de Maracay a Cata, es espectacular, primero esas casitas coloniales, algunas bien arregladitas y hasta con maticas bonitas en las ventanas ¿saben?, esas que se enredan por las rejas y que tienen florecitas de colores, también habían otras descuidadas, con toda la pinta de estar abandonadas pero igual de encantadoras. Al seguir, la cosa se pone mejor, en el punto más alto del comienzo de la vía puedes divisar El Túnel de la Cabrera, Guacara y hasta el lago de Valencia. Entre curva y curva, encuentras riachuelos, cascaditas, túneles vegetales que se forman a causa de árboles gigantescos que deciden juntarse y, cuando vas llegando, puedes divisar la playa, una mancha gigante azul desde las alturas. La Bahía de Cata es una de las playas más hermosas que he visitado en mi país, el agua es clariiiitaaaa, puedes ver tus pies a través de ella, la arena es blanquiiitaa y, lo mejor, muy pocos temporadistas a pesar de ser temporada alta. La gente es muy amable, la señora que vende obleas me permitió tomarme una foto en su carrito hecho de palma y el señor que vende mango aliñado, de pocos dientes y mucha energía, nos cantó y nos bailó. ¡Ah! Los tostones que hace la señora María, la de la casita verde, son lo máximo. Una rama gigante se atravesó en la carretera cuando íbamos de regreso, estuvimos esperando pero el miedo a que nos cayera la noche ahí nos hizo movernos rapidito de regreso en busca de un hotel tiple B (bueno, bonito y barato) en cual pasar la noche. En esos momentos nos sentimos más vulnerables, todo aquel que sea medio diferentico se vuelve un posible depredador y lo más sano es huir.

 

Tercera parada: Valencia. Sí, muy bonito todo el asunto de la naturaleza, la carretera y eso pero necesitaba wifi como buen mounstro del siglo XXI que soy. A diferencia de la primera parada, lo mejor que nos pudo pasar fue tener un familiar allí.

 

Cuarta parada: Falcón. Omar Enrique y Alcídes son, definitivamente, los protagonistas de la carretera, olvídense de la fauna, la flora, Falcón y su gente, son ellos. La llegada a Coro se hace casi interminable. Al llegar, uno se pregunta cómo diablos esas montañas de lado y lado de la carretera se mantienen año tras año ahí, tan inmensas y tan imponentes. Esquivando a los molestos vendedores de dulcitos, nos dirigimos hacia ellas como niños desesperados seguidos por un instinto que nos invita a juguetear con la arena y sentirnos libres y finitos ante la infinidad de arena que nos rodea. Tras darnos cuenta de que no hay más qué hacer ahí y agobiados por el calor y el hambre, decidimos seguir a Paraguaná. El Sambil es grande y del centro de la ciudad sólo puedo decirles que mis abuelas, mi madrina y mi mamá quedaron encantadas con las toallas y las sábanas, por mi parte, puedo darles un buen dato: echar el asiento delantero para atrás y dormir una buena siesta es divino. Tener un familiar en Punto Fijo fue ideal para encontrar un lugar en el cual mi papá pudiera hacer su rico asado.

 

Bonus Track: de Punto Fijo a Maracaibo dimos cientos de vuelta buscando un lugar para desayunar y terminamos en un kiosko en el que comimos las peores empanadas que se ha comido mi abuelo en sus 71 años de vida, según sus propias palabras.

 

¡Maracaibo, allá vamos!

Quinta parada: Maracaibo. El puente se nos hizo insuficiente, muy corto para todo lo que queríamos hacer: cantar cuanta gaita hablara del puente, sacar la cabeza por el quema coco del carro, grabar videos para snapchat, tomar fotos desde los celulares, desde las cámaras y realmente apreciar tan bonito momento. Atravesar el puente Rafael Urdaneta y llegar por primera vez a la tierra a la que todo gaitero le canta es emocionante.

 

Primer día: Una vez en Maracaibo debimos reconocer el papel que jugábamos, el de turistas perdidos. Tras buscar en internet y preguntar bastante, llegamos al Hotel del Lago, ahora Venetur. Al llegar, el precio era mayor de lo acordado en la reservación hecha por teléfono y había demasiada gente por el concierto de Wisin & Yandel, Alexis & Fido y otros de sus amigos reggaetoneros por lo que decidimos salir de ahí. Después de muchas vueltas y negativas, llegamos a un hotel que ya no cumplia con las tres B, sólo con la de barato, pero lo importante ya no era el lujo sino tener la certeza de tener un lugar en el cual dormir. Mami se enfermó del estómago, el resto salió a almorzar, a mí me tocó patacón del restaurant del hotel. Antes de dormir nos fuimos a ver la basílica de noche, cosa que, a mi juicio, quien venga no puede dejar de hacer al igual que ver cómo caen los rayos desde la vereda del lago y, con suerte y permiso de los demás turistas, tomarse una foto en las letricas que forman el nombre de la ciudad mientras observas cómo se ejercita la secta fitness maracucha, seguramente discípulos de Sascha.

 

Segundo día: El calor no es un mito. El calor alborota el hambre, las empanadas de carne son de papa, las de queso y las de pescado también. La basílica, la Chinita y la iglesia Santa Bárbara unidas por un hermoso paseo son un espectáculo, vale la pena sudar toda la ropa con tal de pasearlo de punta a puta y fotografiarlo como se lo merece, al final, siempre puedes refrescarte con un sabroso cepillao y, si estás tan frito como yo, manejar la bicicleta del cepillaero. Los fotógrafos de la plaza está dispuestos a hacerte el favor de retratarte con tu familia y la Chinita con tu cámara siempre y cuando luego les compres la foto que después te harán con la suya, la cortesía de estos amigos no es gratis. El callejón de los pobres fue el Disney World de mis abuelas, mami y mi madrina, yo me limité a comprar frutas y conversar con David, uno de los fruteros de la zona, quien estaba asombrado porque mi papá y yo estábamos destilando sudor, a su juicio, 42 grados es fresquito, Maracaibo ha llegado a 52 cómodamente. El Sabor Zuliano es ideal para quien busca una excelente atención, aire acondicionado y coquetería, no para quienes, como yo, buscamos comida grotesca zuliana que tenga tanta salsa que se te chorree. Al salir de ahí, hice que mi familia parara en una tiendita que me enamoró al pasar con una vitrina llena de cositas tan originales como maracuchas (@geeksestudio) y, sin pensarlo mucho, me compré unos imanes que me picaron el ojo desde que entré. El sol inclemente fue mi aliado para poder tomarme la foto en las letricas de la vereda del lago, espantó a los demás turistas que prefieren retratarse con ellas en la frescura de la noche. Mis suplicas no sirvieron y la señora del tranvía no pudo hacer nada por nosotros para hacer el recorrido del gaitero, la feria del Sambil nos permitió ahogar nuestras penas. Decidimos continuar el recorrido y llegamos a Santa Lucía, un barrio encantador pero descuidado que alberga al famoso A´ que Luis. Mi papá había llegado al templo de su religión, siempre he dicho que ese carajo debió haber sido maracucho en su otra vida si es que eso de las otras vidas existe. Los maracuchos manejan a lo macho y la cantidad de carros viejos es bárbara. El mirador estaba cerrado y mi ilusión de una buena foto del puente murió. Lo de mami empeoró y la clínica fue el escenario final. Aparecieron mis lentes.

 

Bonus track: Mami está muchísimo mejor. Saliendo de Maracaibo, después del puente, en Santa Rita paramos a desayunar y, para nuestra sorpresa, había todo lo que no habíamos podido probar así que arrasamos con las mandocas y los bollitos de puerco y pollo.

 

Próxima parada: Mérida.

 

CONTINÚA EN LA PRÓXIMA EDICIÓN

 

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