“Por eso cuídate de las esquinas”

Por Daniel González González

@GonzalezGDaniel

 

 

 

Yo no sé si a quienes van a leer estas líneas les pasa como a mí, pero es que cada vez que me toca cruzar la frontera de mi casa, un repelús invade mi humanidad y con él, se apodera de mi ser un estrés pavoroso. Me ocurre como en las comiquitas. Por un lado de mi cabeza, pienso en misia Gabrielita Ramírez, quien asegún –así pegada no existe, pero me encanta como la pronuncia una amiga- es la defensora del pueblo, diciendo que todo es una “sensación” y me digo a mí mismo: “Mi mismo, esto es como en El Secreto, todo está en tu mente. Todo era culpa de Globovisión que te tenía disociado con tanto muerto de embuste que entra a la morgue de Bello Monte todos los fines de semana y ahora es por esos timelines de Javier Mayorca y Thabata Molina”. Y por el otro, me retumba en la cabeza que en el edificio donde vive alias “La George”, por allá por Santa Mónica, que de santa al igual que el san de San Bernardino, sólo les queda el nombre, se metieron unos malandros y golpearon a una pobre anciana; que mataron al gerente de una tienda Provemed o que descuartizaron a una estudiante hace pocas semanas.

 

Y es que en esta Venezuela roja, revolucionaria, chavista, madurista o como quiera llamársele, al menos yo, debo dedicar de mi tiempo antes de salir a la calle, al menos treinta minutos a ese proceso cada vez más minucioso de esconder lo mejor que pueda todo lo de más o menitos valor que tenga, para que en caso de un arrebatón, lo que esté en el bolso sea una tontería. Entonces, a falta de tetas, escondo el celular en el bolsillo menos visible del pantalón después de haberlo puesto en silencio absoluto y distribuyo entre todos los bolsillos de la ropa que llevo puesta, el dinero en efectivo. Después de todo eso, procuro que el bolso tape con disimulo el bolsillo donde he escondido el móvil. Y cuando me toca salir con la laptop, los nervios se incrementan ante la imposibilidad evidente de meterla en un bolsillo, envolverla con una bufanda o esconderla debajo de un gorro. Y ya cuando me toca cruzar la línea de fuego de este Irak sin invasiones o esta Siria que no es noticia, le pido a Dios que me proteja y me encomiendo hasta a la nevera de la casa.

 

Cuando salgo de casa, así sea a comprarme una milhoja en la panadería de la esquina, solo espero que la moto que se acerca, transporte a un ciudadano de bien y no a un hijo de la grandísima puta amigo de lo ajeno, que hoy no se conforma con arrebatar lo que no le pertenece, sino que por pura ñapa, así como si la vida valiera menos que una galleta Oreo, te pegan un tiro y enlutan a familias enteras. Ya están cerquita, a la vuelta de la esquina, los días más peligrosos del año. Esos en los que aquellos que no han trabajado ni un día, pretenden quitarle a los que sí lo han hecho, el fruto de su esfuerzo y es precisamente en estos días, en los que pienso que me hacen falta un buen par de lolas –así sean de silicona- donde guardar el teléfono, porque seguro estoy que no habrá Policía Nacional Bolivariana para protegerme ni malandros haciendo colas para entregar las armas. En este país, cuando alguien pregunta quién podrá defendernos, hasta el Chapulín Colorado se c…

 

Y con todo esto me vino a la mente la letra de una canción olvidada, pero definitivamente, vigente. Recordé cuando el gran Yordano cantaba “por estas calles hay tantos pillos y malhechores, y en eso sí que no importa, credo, raza o colores, tú te la juegas si andas diciendo lo que tú piensas, al hombre bueno le ponen precio a la cabeza. Y los que andan de cuello blanco son los peores, porque además de quemarte se hacen llamar señores, tienen amigos en altos cargos muy influyentes, hay algunos que hasta se lanzan a Presidente”. Y ganan y los reeligen y para más, nombran sucesores y se los eligen.

 

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