Recuerdos de un país que ya no existe

Por Ivanna Méndez

@IvannaMendezM

 

 

 

Una foto más del suelo del aeropuerto, otro amigo que se va. Intentar explicar o describir lo que siente una persona cuando alguien querido anuncia que se irá a vivir a otro país es una tarea difícil o más bien imposible. No me concentraré en eso porque estoy segura de que casi todos los venezolanos han pasado por una situación similar. Muchos se han ido buscando mejores oportunidades, una mejor calidad de vida, un país seguro donde se pueda salir a caminar en altas horas de la noche. “Da la impresión de que se fueran para siempre”, de que ahora existiera una barrera transparente pero impenetrable, más ahora con las dificultades para viajar, que los separara a ellos de nosotros.

 

En mi caso, de repente y sin haber tenido el tiempo para acostumbrarme todos mis amigos y personas queridas se fueron huyendo de la realidad que ahora, nosotros los que quedamos, vivimos y que pensamos que nunca pasaría. De repente mi entorno cambió y me hallé en un país por el cual no me quedé, el país de mis recuerdos ya no estaba.

 

Nunca fui de esas personas “patriotas”, el atractivo histórico y arquitectónico, que no niego Venezuela también tiene, de otros países me deslumbraba. Con el tiempo y la madurez me di cuenta de que el amor nace de aquello que no se ve y que es imposible explicar, no nace a primera vista, sino que se desarrolla con el tiempo. Entonces lo que sentía por aquellas ciudades extranjeras era admiración, fascinación, pero no amor.

 

Si la vida fuese al revés y observáramos las cosas desde nuestro abismo todo lo que vemos y vivimos sería distinto. La impresión que me da de muchos de los venezolanos que se van es que producto de la situación actual del país se les olvida que este fue un país que en algún momento quisieron y disfrutaron, que allí se hallan su origen y sus recuerdos, que todo lo que son se lo deben a él. No me refiero a todos, no confundan mi reflexión anterior con que todos los que se van son unos “apátridas” o algo por el estilo, pero sí he observado una reciente aversión al gentilicio que va desde la literatura hasta un simple estado de Facebook.

 

Por supuesto hay otro grupo de personas, los que añoran, los que sufren, a los que les ha tocado hallarse huérfanos y solitarios en un entorno desconocido, incluso con un idioma que no dominan y que cada vez que escuchan de Venezuela, en el rincón del mundo donde estén, se les hace un vacío en el estómago.

 

El país que aprendí a querer no es del de mis padres, ni el de mis abuelos, cuando tuve la edad suficiente para entender mi alrededor ya Venezuela no era aquel paraíso petrolero que fue en algún momento, pero aprendí a quererla en su hermosa decadencia. Aprendí que hogar es el lugar donde creces, donde juegas por primera vez en un parque, donde están tus familiares, donde pasaste tus buenos y malos momentos, el café donde ibas a pasar el tiempo, el bar donde te olvidaste de los malos ratos, la arepera donde comías después de ir de fiesta, los lugares donde conociste a tus mejores amigos, sus calles, sus canciones, donde enterraste a tus muertos, donde reíste, donde lloraste, donde caíste y aprendiste a levantarte. El país donde aprendiste que el humor es la solución a todos los problemas. Todos esos lugares que componen nuestra memoria, pues la vida simplemente es eso, aquello que recordamos.

 

Respeto a los que se fueron, a los que no y a los que lo piensan y no lo hacen, todos tienen sus razones. Sé que “poder decir adiós es crecer”, que no es justo aferrarse a un cadáver de país por absurdo patriotismo, que entre tantas decepciones se hace fácil olvidar, solo espero que siempre, todos los venezolanos, estén donde estén, recuerden de donde vienen con orgullo y no nieguen de su hogar que alguna vez fue, incluso para aquellos que se han ido, “el mejor país del mundo”.

 

 

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