Venezuela 2014: Annus Horribilis

Por Iván José Useche Méndez*

@IvanPolitica

 

 

 

El preludio de la tormenta

Asegurar la victoria de Hugo Chávez en su intento de tercera reelección (posible tras una enmienda inconstitucional sometida a referendo popular en 2009) fue la meta del gabinete en los albores de 2011, con miras a inundar al país con una liquidez monetaria capaz de crear una atmósfera de bonanza para las presidenciales de 2012. Así se acometió la costosa victoria chavista en medio de un adelanto de la fecha electoral por el precario estado de salud del Comandante-Presidente. El reparto de la renta petrolera para lubricar los programas asistencialistas que sujetan la correa de clientela electoral oficialista alcanzó cotas inimaginables para los récords estadísticos del pasado, lo que tendría gravísimas repercusiones en la salud financiera al corto plazo.

 

Fallecido el caudillo, la nomenklatura del régimen usó todos los artilugios posibles para blindar la transmisión del poder del Estado a los lugartenientes chavistas. Así, se impusieron en una reñida, polémica e irresuelta disputa por los resultados comiciales que le dieron a Nicolás Maduro carta legal para gobernar –al menos- hasta 2019[1]. La inestabilidad política se mantuvo hasta que la dirigencia opositora a la cabeza de su candidato último, el gobernador del estado de Miranda, Henrique Capriles, decidió declinar el reclamo callejero de la elección en manos de demandas jurídicas que terminaron desestimadas por las altas cortes de la justicia. Parecía entonces que se le abría a Maduro y a la colegiatura de la revolución el espacio suficiente para purgar los rocambolescos desequilibrios fiscales del gobierno… pero nada sucedió en 2013, lo que presagiaba que tras superar una primera instancia de crisis de gobernabilidad, el próximo paso sería asegurar una victoria electoral simbólica por sobre la retórica opositora de un triunfo “arrebatado”; esto ocurriría en las municipales de fin de año donde las fuerzas chavistas se alzaron con el 49% de los votos en sumatoria nacional frente a un 40% de la coalición opositora. Visto en retrospectiva, el 2014 lucía como la oportunidad para relanzar la gestión gubernamental e instrumentar correctivos al desmadre presupuestario de ejercicios anteriores.

 

La tormenta sangrienta

Pero el año 2014 no comenzó bajo una continuidad en la tregua tácita que se había instalado tras el convulso 2013 sino que la acumulación de numerosos problemas ya estremecedores en sus dimensiones, fueron el catalizador para que un factor opositor instara a la población a sublevarse frente al poder instituido; éstos se conocieron bajo el rótulo de “La Salida” (al régimen), lo cual desató las energías de protesta en las principales ciudades venezolanas que terminaron en un sometimiento a sangre y fuego con su trágico saldo en víctimas fatales: 43 muertos, 3428 detenidos, 80 casos de denuncias de torturas; la prisión del dirigente del partido centroizquierdista Voluntad Popular y excandidato presidencial, Leopoldo López; la destitución y encarcelamiento de los alcaldes opositores, Enzo Escarano y Daniel Ceballos y el desaforo de la diputada independiente María Corina Machado; mientras tanto, la mayoría de integrantes de la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática se aprestaban a recuperar la legitimidad de su condición beligerante al participar en un encuentro con los principales miembros del régimen. Los resultados de ambas situaciones, las protestas y el “diálogo” saldaron en negativo para la disidencia democrática que no logró los objetivos planteados.

 

Sin embargo, el rostro de Venezuela cambió y feamente. El aparato oficial desplegó su capacidad represora a niveles impúdicos y reveló que mantiene un concubinato explícito con fuerzas violentas paramilitares capaces de todo para mantener a los socialistas en el Palacio de Gobierno. La fractura alcanzó a la oposición formal (la M.U.D.) quien despertó la distancia en sendos grupos de ciudadanos declarados antes como opositores militantes. En sentido estricto, desde el punto de vista político, los polos de polarización muestran una faz decadente y alejada del pulso popular, ahíto de un mensaje que le anime y le encauce hacia una forma distinta de gobierno y sociedad, tal como lo señalan las encuestas recientes en el que Nicolás Maduro desciende al foso de la popularidad (67% de rechazo) y el autoproclamado líder opositor Henrique Capriles es superado por Leopoldo López a pesar de hallarse inmovilizado tras una prisión militar (Capriles: 42% de aprobación, López: 46% de aprobación). Al régimen venezolano, cuyo revestimiento democrático había descansado en sus victorias electorales del pasado (afectadas por el ventajismo en el uso recursos públicos y presiones a ciudadanos a cambio de prebendas), se le cayó el antifaz y quedó con el rostro llano de la autocracia anchurosa en la persecución a la disidencia y el constreñimiento de las libertades. Todo eso se desnudó en el fatídico 2014, el año horrible del crimen de Estado.

 

La tormenta ahora huracán

Los vientos violentos de la convulsión política solaparon por momentos al ojo del huracán: la economía. Tras más de una década de expropiaciones, confiscaciones, expoliaciones, controles de precios y de divisas, cuotas de producción y de comercio, despilfarro y corrupción, los fastuosos ingresos petroleros yacían insuficientes para continuar esta situación. La politización de la propia industria petrolera (fuente del 96% de las divisas) y una política hostil a lo que se percibiera como de producción e inversión privada, convirtieron al país en rehén del Estado, el primerísimo patrón del país. La crudeza de los desbalances estalló en 2014, llevando a la inflación a romper la barrera de los tres dígitos en medio de una cesación de facto de pagos a los compromisos del sector privado que aún opera en la nación a costa de honrar el gigantesco pago de la deuda externa cuyos montos críticos empezaron a vencer justo a partir de este año; con el añadido de que 4/5 partes del aparato productivo necesite de las divisas para importar y éstas sean racionadas a extremos ínfimos, generando un rampante desabastecimiento de toda clase de bienes y la escasez crónica típica de naciones en guerra.

 

La conjunción de todo lo anterior ha provocado que las finanzas públicas se le vean los saldos en rojo y con esto se empuja al país hacia la crisis económica más grave de toda su historia republicana, que se aúna a un sistema político deslegitimado, incapaz de generar consensos para reformas urgentes y con la deriva dictatorial de un modelo de gobierno que ha declarado su perpetuidad en el poder como corolario, una crispación constante, la violencia política en apogeo y la inseguridad personal como mecanismo (tácito o deliberado) de control social. Que casi el 5% de la población haya decidido huir de la Venezuela socialista y que estas personas tengan el más alto perfil en formación y recursos (que desesperadamente necesita el país) da una idea de la magnitud del huracán que asola al país caribeño.

 

El régimen socialista venezolano frente a la duplicidad de la crisis político-económica, ha emprendido la huida hacia adelante. Promete acentuar los controles a un agonizante aparato productivo privado, mandar sin considerar a la oposición y seguir demoliendo lo único que salvaguardaba la ya extinta democracia del país: la sociedad civil y sus manifestaciones institucionales (partidos, centros de enseñanza, medios independientes de comunicación, organizaciones no gubernamentales). Se han hecho del Poder Público por completo, han maniatado a la prensa crítica (cerrando medios o comprándolos forzosamente a manos de empresarios cercanos a la élite chavista), han aplastado a las protestas cívicas, asfixian a las universidades autónomas, arrestan a dirigentes opositores o a cualquier ciudadano común en actitud de protesta, controlan la mayoría de industrias y podaron al comercio de gran escala, centralizan en el Estado las importaciones, aniquilan al agro y diluyen la moneda con la emisión sin parar de dinero orgánico. No cabe duda, en Venezuela no existe democracia alguna y sus escasos vestigios fueron extirpados en 2014, un año en extremo espantoso para los ciudadanos del país que vio nacer a los luchadores por la libertad de todo el continente pero que ha sucumbido ante la expectación complaciente o distante de lo que eufemísticamente se conoce como “comunidad internacional” y que en Latinoamérica no es más que un Club de Mandatarios custodiándose mutuamente en sostener sus respectivos intereses y regímenes.

 

La democracia y la economía de Venezuela han muerto en 2014. Le acompañaron en la extremaunción la incapacidad de la resistencia democrática en articular una agenda unitaria eficaz en rescatar al país de quienes le enrumbaron a imitar al socialismo cubano. Quienes nunca objetaron la metamorfosis del chavismo en hegemonía dictatorial pura y dura, hoy son la cara visible de la “oposición” y luchan por sobrevivir a la máquina aplanadora oficialista en sus reductos de gobierno local; por infravalorar la lucha por la libertad, no establecieron alianzas con los sectores civiles y militares capaces de poner un freno al régimen y cuando precisamente a inicios de 2014, las masas se lanzaron a las calles a pedir un cambio político, privaron los cálculos electorales que prevén les serán útiles y beneficiosos para suceder al chavismo en una indeterminada transición (cada vez vista más lejana e imposible) y dejaron huérfanos de conducción unitaria a la ciudadanía enfebrecida.

 

El futuro de Venezuela es tenebroso y pasa por la superación de una crisis tan honda que pueda reunir a factores antiguamente chavistas y opositores en un nuevo proyecto de país que debe dejar atrás la ignominia del socialismo autoritario del presente y de la decadencia populista de la República Civil que gobernó al país durante cuarenta años continuos en democracia antes del advenimiento del huracán Chávez. Ojalá el país se enrumbe por el sendero que otros pueblos han transitado y cuyo destino se signe por la convivencia pacífica, la institucionalidad democrática, el Estado de Derecho, la sujeción a la Ley justa y la libertad en sus tres pilares: derechos civiles, mercados libres y propiedad privada. En caso contrario, la descomposición de Venezuela se habrá consumado entre narcotraficantes, terroristas, criminales políticos, delincuentes de cualquier índole y de tiranos inescrupulosos con un pueblo sometido al dominio ideológico y militar, porque hay una verdad ineludible: los países nunca tocan fondo y este horrible año 2014 lo ha corroborado con pasmosa evidencia.

 

*Iván José Useche Méndez, Licenciado en Ciencias Políticas, San Cristóbal, Venezuela.

@IvanPolitica / http://ivanuseche.wordpress.com / qztotor@hotmail.com

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