EDITORIAL #243: ¡Pobre país rico!

No podemos dejar de reconocer que la peor de nuestras pobrezas es la moral

 

 

En un contexto como el venezolano en el que la narrativa la construye cada quien a su conveniencia, en el que es más importante lo que parece que lo que es, los números cobran una relevancia única. Debemos acudir a ellos para poder acercarnos a la realidad y escapar de la locura, porque los números no se hacen cómplices de la mentira.

 

El jueves pasado, tres de las principales universidades del país -Universidad Católica Andrés Bello, Universidad Central de Venezuela y Universidad Simón Bolívar- presentaron un informe que afirma que en 2014 la pobreza alcanzó en Venezuela a 48,4% de los hogares, superando por mucho los registros de los últimos años.

 

De acuerdo a registros oficiales del Instituto Nacional de Estadísticas, para el segundo semestre del 2013 los hogares en condición de pobreza por ingresos alcanzaron a 27,3%, mientras que para el segundo semestre del 2004 representaban 47%. De acuerdo a una encuesta social de 1998 que realizó el gobierno, los hogares en condición de pobreza por ingresos representaban 45%.

 

Según los autores del informe de las universidades, de los 3,53 millones de hogares que para el 2014 estaban en condición de pobreza por ingresos, un 33% corresponden a “nuevos pobres”.

 

Esta es una realidad lapidaria para quienes desde el gobierno se pasaron 16 años afirmando que uno de los grandes logros de la “revolución” fue, justamente, la superación de la pobreza. Entre muchos otros, este fracaso es uno de los más significativos, porque el relato oficial justificaba muchas otras de sus debilidades –como los controles, la coerción de las libertades, la centralización de la economía- con lo que afirmaban era su prioridad: que no existan más pobres.

 

Este es también un golpe duro para uno de los grandes mitos históricos en la nación: “somos un país rico”. Tardamos mucho en aprender a diferenciar la riqueza de las oportunidades: estas últimas, cuando no son aprovechadas, jamás se convertirán en prosperidad, solo en posibilidades desperdiciadas. ¿De qué nos sirven nuestros recursos, el petróleo, los campos, las montañas, el clima y la gente si no logramos confluir todo ello en un esquema de esfuerzo, progreso y desarrollo?

 

Lo que hoy vivimos es consecuencia de un modelo de controles que ha fracasado y que ha sido el gran generador de pobreza. Un modelo que para su subsistencia necesita pobres que vivan con la mano extendida dependientes de él.

 

Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que la peor de nuestras pobrezas es la moral, porque tiene una gran incidencia sobre todas las demás. Hemos perdido los valores y los principios básicos que una sociedad requiere para vivir en democracia, civilidad y libertad. Nos caracteriza la trampa, la indiferencia y la indolencia.

 

Ese es nuestro primer gran reto, sobre el que podremos construir una nueva Venezuela de valor, valores y bienestar: erradicar la pobreza moral que tanto daño nos hace.

 

Mientras tanto, con el mito de nuestra riqueza en ruinas y la ineludible realidad de nuestros pesares, seguiremos siendo un pobre país rico.

  

Miguel Velarde

Editor en Jefe

@MiguelVelarde

mvelarde@guayoyoenletras.com

 

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