Carta abierta a la indiferencia…

Por Pedro Urruchurtu

@Urruchurtu

 

 

 

¿Estimada? Indiferencia,

Hoy me atrevo a escribirte. No sé si saludarte cordialmente o sencillamente hacerte saber lo que pienso. Me permito tutearte, además, porque siento que eres más cercana de lo que muchos piensan. Estás en cada esquina, en cada poste, en cada camionetica, en cada rostro desesperanzado o distraído por la realidad que un grupito de intocables –creen ellos– le ha impuesto como forma de vida, anulando sus recuerdos, sus vivencias, lo que fuimos, lo que seremos –sólo si te lo permitimos–.

En principio, tengo mucho que decirte. A veces no entiendo cómo es que te apoderaste de almas que históricamente han sangre libertaria consigo. A veces me pregunto cómo es que has logrado anestesiar las conciencias de lo que alguna vez fue una nación heroica. No quiero decir que ya no sea heroica, sólo digo que tú, aún no sé con qué pretexto, te has convertido en la nube invisible de los resignados y de los que ven en ti el mejor espacio para dejarle a otros lo que a todos nos corresponde y nos ocupa: Venezuela.

No sé si sabrás, pero esto hace mucho dejó de ser democracia. De hecho, vale la pena preguntarse ¿en estos 16 años ha habido algo de eso? Por supuesto, los más optimistas te dirán que sí, que ha habido tantas elecciones como propuestas de país. Y sí, puede ser cierto, pero eso, cómoda indiferencia, no es sinónimo de democracia. Tú has ayudado, en parte, a hacer creer que por el simple hecho de votar, ya somos una democracia pujante y llena de vida. La verdad es que con esa visión tan simplista, la única que gana vida eres tú. El voto, como institución, pasa por muchas más cosas antes de ser lo único que define la democracia. Es más, el voto es el acto último de reafirmación de la ciudadanía, que pasa por desafiar, oponerse y rebelarse contra quien la oprime, para por luchar, por exigir, por persistir. Votar es importante, pero más importante es que tú, inmóvil indiferencia, dejes que los demás entiendan que un país atado de manos a ti está condenado a ser todo menos país.

Y aquí quiero detenerme. Nuevamente la agenda electoral marca la pauta – ¿alguna vez ha sido diferente? – y ya todos estamos obligados a mirar hacia allá. No quiero tampoco afirmar que no creo en ello, por el contrario, soy fiel creyente, pero no del voto simple, del voto que nos reduce a una máquina, del voto que nos impone lo que por exigencia queremos elegir, del voto cómplice, del voto cómodo. Y es que algunos piensan que no sabemos de política, que eso es tarea de los políticos, pero que, por otra parte, sí sabemos votar y eso y sólo a eso estamos condenados. Esa subestimación, incómoda indiferencia, es la que te hace estar allí, firme. El voto, como ya te dije, es un escenario más en medio de la lucha que se debe dar todos los días, en todos los espacios. Tú no entiendes de eso pues tú te concentras en ser todo menos ser útil.

Indiferencia, irónica indiferencia, tu candidatura a la elección de no hacer nada te hace campeona de la inacción, de la distracción y de aquellos que dicen, gracias a ti, que lo que le pasa a otros no es problema de ellos. Y hablando de candidatura y elecciones, tu infame forma de apropiarte de lo que debe ser luchar, pareciera que le hizo creer a gran parte de quienes nos lideran que es más importante ser candidato que hacer país. Resulta que sin país, no se puede ser candidato e, incluso, tú dejarías de existir. Sin país no hay nada, nada como lo que tú das: nada.

Cientos de presos políticos, de perseguidos, de torturados. Miles de vidas arrebatadas por la costumbre que el hampa criminal nos ha dejado de herencia. Un régimen que acusa a todo el que diga algo en contra de él, que se viste de gala democrática como disfraz de su gran sotana de muerte y persecución, de oda a la violencia y al resentimiento, de exterminadores de futuro. El país se queda sin su talento pero recibe a los que tienen el talento de azotar al mundo con el terrorismo y el narcotráfico, amenazando al poco futuro que queda acá. Ni hablar de la escasez, de la inflación, de colas y colas, de los problemas que tú, gracias a tu fiel amigo conformismo, haces que se vuelvan parte del día a día, de la vida de uno y de todos.

Tú, incólume indiferencia, ahora eres víctima de una supuesta guerra que tiene alcances hacia un país que no se alcanza a sí mismo. Allí estás, siendo parte de aquellos que pretenden vender la idea de que el país está en el ojo de otro país, cuando son sus más irresponsables liderazgos y gobernantes los que han hecho, en nombre de la República que destruyeron, el negocio de sus vidas y la traición a nuestros próceres. Tú, oportunista y despiadada indiferencia, le haces el juego a los que quieren salvación después de haberse matado a sí mismos y haces que nadie diga nada de la usurpación a nuestra soberanía, que nadie defienda el territorio que nos pertenece, que pocos hablen de nuestro Esequibo. Prefieres hacer el juego a los otros que se han aprovechado de nuestra ignorancia para potenciar su inteligencia.

Quizás haya algo que agradecerte: la indiferencia que antes tenía el mundo ha empezado a desaparecer. Por ello, has preferido encasillarte en las almas que otrora fueron guerreras y hoy se dejaron hipnotizar de la pasividad que te caracteriza. Lo cierto es que el mundo se está dando cuenta y, más temprano que tarde, todos aquí, en esto que fue una República, también lo entenderemos: contigo sólo alentamos la destrucción de lo que tanto nos costó construir.

Pero ya basta de recordarte lo que has logrado. Eso lo sabes tú mejor que yo. Tú has hecho que muchos prefieran potenciar la igualdad por encima de la libertad, que muchos prefieran sacrificar su valor como individuos para hacerse parte de un colectivo tan gris como tú. Más allá de eso, tengo un último mensaje que darte, un último consejo que brindarte:

Aún hay gente comprometida con la más firme convicción de luchar. Hay gente que está consciente de que votar por votar no es una opción, que no exigir nada alrededor de ese voto es sólo garantía de fracaso y que las imposiciones y los lugares comunes no llevan a nada. Hay gente dispuesta a seguir allanándole el camino a lo que tus pasos se han dedicado: la indiferencia en sí misma; y es que no hay sangre derramada que pueda ser ignorada, no hay tortura o maltrato que pueda ser olvidado, no hay persecución que pueda ser obviada, no hay régimen dictatorial que sea eterno. Somos muchos y seremos más los que, en los escenarios que como demócratas defendemos, hagamos hasta lo imposible por hacerte desaparecer de la mirada perdida de los ciudadanos. De ti, insensible indiferencia, haremos resurgir lo que algún día intentamos ser: libres.

 

 

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